jueves, 1 de enero de 2015

EL ÉXODO: ¿MITO O HECHO HISTÓRICO?

¿EL MITO FUNDACIONAL DE ISRAEL?


El estreno de la película “EXODUS: DIOSES Y REYES”, de Ridley Scott, ha devuelto a la actualidad la polémica acerca de la historicidad del relato bíblico del cautiverio, la huida de Egipto y la conquista de Canaán de los israelitas. 

Por supuesto, no esperaba menos de la revista “La Aventura de la Historia” que colecciono desde hace más de quince años. Efectivamente acabo de comprar el número de Diciembre, y ahí está: un artículo cuyo título ya lo dice todo: “EL ÉXODO: EL MITO FUNDACIONAL DE ISRAEL”.´En él, Antonio Piñeiro, Catedrático Emérito de Filología griega de la UCM, sintetiza la narración y afirma que la arqueología desmonta su verosimilitud, subrayando únicamente su valor como mensaje religioso. No hubo ninguna conquista de Canaán como lo pinta la Biblia. A su vez, Eugenio García Gascón, corresponsal en Jerusalén, afirma que estamos ante una narración legendaria creada por sacerdotes de una época bien distinta que aspiraban a justificar sus posiciones de privilegio ante el pueblo.

Primera página del artículo "Exodo: el mito fundacional de Israel

La verdad es que si esta afirmación se hubiera hecho durante los siglos XIX y XX, en los que la Biblia recibió una auténtica paliza de la alta crítica, se podría comprender. Allí se intentó destruir los fundamentos de la historicidad de la Biblia, mostrando, según ellos, que la Biblia está llena de errores que tienen que ser corregidos por los “hechos establecidos” por la arqueología. Sin embargo, durante el siglo XX parece que la suerte ha cambiado de bando, y numerosos descubrimientos arqueológicos han confirmado los documentos bíblicos, demostrando por ejemplo que Belsasar sí existió –como afirmaba Daniel-, y Sargón también, y que los hititas no fueron tan insignificantes como se creía.

Tanto ha cambiado la situación que muchos arqueólogos, como William Albright o Nelson Glueck, declaran abiertamente: “Puede decirse categóricamente que ningún descubrimiento arqueológico ha desmentido una referencia bíblica”. O como afirma Merrill Unger: “La arqueología relacionada con el Antiguo Testamento ha redescubierto naciones enteras, ha resucitado pueblos importantes, y en una manera muy asombrosa ha rellenado las lagunas históricas, agregando inmensurablemente a nuestro conocimiento de los trasfondos bíblicos”.

Por tanto, no dar ningún crédito a los textos bíblicos hoy en día es cuanto menos arrogante, sobre todo teniendo en cuenta que nuevos descubrimientos siguen confirmando su precisión histórica o su antigüedad literaria, detalle tras detalle. Más si cabe cuando el único argumento de cierto peso del artículo es la falta de resultados en las calas arqueológicas realizadas hasta el momento.

Sin embargo, el autor del artículo afirma  que en las últimas cuatro décadas es cuando, poco a poco, se ha cuestionado con rigurosidad la versión bíblica. Así, nos dice que uno de uno de los últimos historiadores y arqueólogos en tomar partido ha sido el judío Israel Finkelstein, autor del libro “La Biblia desenterrada”, que afirma sin ambages que el “Éxodo nunca existió” y que “el judaísmo no surge hasta unos tres siglos después del mítico éxodo en las montañas de Samaria, en la actual Cisjordania ocupada”. Debido a esto, afirma Filkenstein, “el Pentateuco es una genial reconstrucción literaria y política de la génesis del pueblo judío, realizada en el siglo VII a.C., en tiempos del rey Josías, es decir, 1500 años después de lo que siempre creímos". 

Uno esperaría ante semejantes afirmaciones unas evidencias y argumentos incontestables, pero ¿qué  argumentos hay para sostener tales afirmaciones? Básicamente tres argumentos principales:
  1. Hubo una fuga masiva de israelitas sin dejar ningún rastro arqueológico, a pesar de haberse hecho calas arqueológicas desde Sucot (lugar de partida), hasta Cades-Barnea donde Israel permaneció treinta y ocho años.
  2. No se menciona el Éxodo en los textos egipcios, aunque han llegado a nosotros numerosos sucesos importantes del siglo XIII a.C.
  3. La narración del Éxodo procede básicamente de un par de libros, Éxodo y Números, que forman parte del Pentateuco, que hace referencias a reinos bien constituidos (Edom, Moab) que apuntan a una época posterior.
Estos argumentos llevan a Piñeiro a negar la historicidad de Moisés, a dar un mensaje a los creyentes acerca de que la verdad de la Biblia reside en su mensaje y no en su veracidad histórica, a sugerir que probablemente el éxodo es un vago recuerdo del retorno de los hicsos a Canaán tras ser expulsados de Egipto, a sacar conclusiones imposibles de la estela de Merneptah, o a afirmar simple y llanamente que el pueblo de Israel nunca estuvo en Egipto. 

Sin embargo, sorprende la debilidad de los argumentos expuestos para conclusiones tan osadas. Desde luego, nada nuevo bajo el sol, ya que son los mismos argumentos de siempre. Todo esto lleva a pensar si no se habrá puesto el carro delante de los caballos una vez más, es decir, asumido las conclusiones de antemano y luego buscar evidencias y argumentos para justificarlos, picoteando solo aquellas pruebas que más interesan. Y más que evidencias en realidad, sería ausencia de ellas (restos arqueológicos del éxodo). Es decir, estamos ante una reconstrucción imaginaria de los hechos sin ninguna base arqueológica para ello, solamente la especulación fruto de no haber encontrado rastros de un pueblo nómada en el desierto del Sinaí que pasó por allí hace tres mil años. La falta de rigor académico del artículo es sorprendente.

Fragmento Estela de Merneptah. Primera mención de Israel
Pero vamos por partes. Antes de nada es preciso aclarar que toda literatura debe ser interpretada a la luz del género al que pertenece, y el Éxodo forma parte de una gran historia teológica que comprende todo el Pentateuco y que pretende no solo recordar los sucesos de Israel tal y como eran recordados en la tradición sagrada, sino también iluminar, a través de ellos, los actos redentores de Dios en favor de su pueblo. Y esto, aunque pueda parecer un demérito de la Escritura para algunos, es precisamente lo que le otorga un valor permanente como Palabra de Dios. 

Por tanto, el único cauce seguro e idóneo consiste en realizar un examen equilibrado de las tradiciones sobre el fondo del mundo contemporáneo, y a su luz establecer aquellas conclusiones que las pruebas permitan. Y aunque estoy convencido que los acontecimientos del Éxodo fueron más complejos de lo que una lectura simple de la Biblia podría sugerir, hay base para justificar que su narración está fundamentada en sucesos históricos.

Israel en Egipto


Aunque en las narraciones egipcias no hay testimonios directos de la presencia de Israel en Egipto, creo que la tradición bíblica exige crédito a priori. Básicamente porque no es la clase de relato que un pueblo inventaría, al tratarse de algo tan ignominioso como una servidumbre de la que no se pudieron librar por sí mismos. En una época donde los pueblos falseaban sus orígenes para hacerlos parecer más gloriosos, aquí está Israel que prefiere “inventarse” un pasado verdaderamente vergonzoso; a no ser claro que fuera cierto.

La presencia de semitas en Egipto en el segundo milenio a.C., está abundantemente verificada por hallazgos arqueológicos y textos históricos. Las pinturas de la tumba de Jnumhotep II en Beni Hasan (Dinastía XII) muestran a cananeos bajando a Egipto, con animales y bienes.

La existencia de numerosos nombres de origen egipcio en el relato bíblico, como indica el conocido erudito John Bright, son testimonios indirectos de la presencia de Israel en Egipto: Jofni, Finefás, Merarí, predominantemente en la tribu de Leví. Incluso los nombres de las comadronas, Sifra y Fúa (Éxodo 1:15), tienen una estructura muy antigua; el primero se encuentra en una lista de esclavos del siglo XVIII a.C., y el segundo es conocido por los textos de Ras Samra (Albright). Al menos sí probaría que la tradición es muy antigua, y no como nos quieren hacer creer algo tan tardío como del siglo VII a.C.

No creo que sea una coincidencia que existan pruebas de la existencia de cautivos (Jabiru o Apiru) ya en tiempos de Amenofis II, y en las dinastías XIX y XX aparecen repetidamente como esclavos del Estado. No hay base para dudar de que entre aquellos esclavos se encontraban los componentes del futuro Israel, sobre todo cuando la Biblia afirma que fueron obligados a trabajar en la construcción de Pitóm y Ramsés (Éxodo 1:11). De hecho, las palabras "ibri" (hebreos) y jabiru (habiru) son seductoramente muy similares.

Es interesante también considerar la antigua capital de los hicsos (Avaris), que en tiempos de Ramsés se la denominó “casa de Ramsés”, y poco después cambió su nombre a Tanis. Sin embargo la Biblia menciona su nombre de aquel entonces (Rameses), que difícilmente sería recordado si se tratara de una tradición tardía. Es más, el hecho de que Números 13:22 mencione a Avaris (Zoan), y comente que Hebrón fue construida siete años antes que aquella, parece sospechar que los hebreos conocieron la estela conmemorativa que erigió Ramsés II, que fechaba la antigüedad de la ciudad.

Todo esto parece indicar que la narración bíblica de la presencia de Israel en Egipto está fundamentada en hechos históricos, y no en vagos recuerdos ni “mnemohistoria” como se afirma en el artículo.

El Éxodo


La gran prueba aducida en el artículo para negar el Éxodo es que no hay rastros arqueológicos del paso de los israelitas por la península del Sinaí, ni en Cades-Barnea, Esión-Gueber, Arad, etc. Pero, sería poco más que imposible encontrar hallazgos en el desierto de un pueblo nómada que estuvo de paso hace más de 3000 años, por mucho que se hayan refinado las técnicas arqueológicas.

Me llama la atención que se utilice un argumento tan débil para negar la historicidad del Éxodo como la no mención del éxodo en los textos egipcios. ¡Lo sorprendente sería que lo mencionaran! Es de sobra sabido que los faraones no acostumbraban a celebrar sus fracasos, sino precisamente lo contrario, magnificar sus éxitos. Algo tan humillante como la imposibilidad de impedir la fuga de un grupo de vagabundos fugitivos, acompañado del fracaso de las unidades perseguidoras (ahogadas en el mar), no es como para inscribirlo en los anales del imperio.

Es de sobra conocida la costumbre de los egipcios de borrar todo aquello que no era de su agrado. Tenemos ejemplos como el del faraón hereje (Akhenatón), al que sus sucesores intentaron borrar de la historia, o el faraón Tuthmosis III que ordenó una damnatio memoriae contra su tía, la reina Hatshepsut, por razones todavía desconocidas.

Lo cierto es que el testimonio de la Biblia es tan impresionante que quedó grabado para siempre en el pueblo hebreo, como el hecho que les constituyó como nación. Los poemas más antiguos (Éxodo 15) o sus credos (Deuteronomio 6 y 26) así lo atestiguan.

Otra tradición muy antigua e igualmente grabada desde siempre en la memoria de Israel, es el Sinaí. La localización del Sinaí como muchas de las localidades mencionadas en el Éxodo es incierta, por lo que aducir que las calas arqueológicas no han ofrecido pruebas del paso de Israel por el Sinaí, no parece concluyente, ni tampoco una labor concluida. 

Además continuamente se está demostrando que la ausencia de resultados en los trabajos de campo no es siempre definitiva. Por poner un ejemplo, hasta hace poco se creía que el reino de Edom existió sólo a partir del siglo VIII a.C., y sin embargo, estudios recientes, publicados en 2005 en la revista “Antiquity”, muestran la existencia de un reino que trabajaba el cobre en esa región ya en la época del Rey Salomón. Además, se han encontrado rastros de la explotación del cobre durante los siglos XII y XI a.C., y restos de importantes edificaciones fortificadas y producción de metales a escala industrial en una ciudad de al menos cien edificaciones, lo que contradice la afirmación de Filkenstein de “un reino de Edom bien constituido… apuntan a una sociedad del siglo IX a.C. o posterior”. 

Por otro lado, las correrías de Israel descritas en el Éxodo y en Números, justo antes de emprender la conquista, son precisamente las que esperaríamos de nómadas que se sirven de asnos y que no pueden viajar lejos del agua, lo que explicaría su larga estancia en Cades. Es más, su imposibilidad de penetrar en Canaán por el sur, así como su rodeo por el territorio de Edom y Moab reflejan con mucha exactitud los problemas que hubiera tenido un grupo así al enfrentar plazas fuertemente defendidas.

Todo esto en realidad supone lo contrario de lo que afirma el artículo, es decir, da más verosimilitud al relato bíblico, en lugar de quitárselo. 

Lo que sí parece fuera de toda duda es que el culto a Yahvé llegó a Palestina con Israel, y no existe ningún indicio del “yahvismo” ni en Palestina ni en ningún otro lugar anterior al Éxodo. Esto parece nuevamente confirmar que el culto a Yahvé apareció repentinamente con los asentamientos israelitas, y no que Israel fuera un pueblo cananeo más, del que se no se puede hallar ningún rastro anterior a la estancia de Israel en el desierto.

La conquista de Canaán


Piñeiro afirma acerca de conquista de Canaán: “Hay otro acontecimiento sobre el que, consecuentemente, recaen grandes dudas históricas al tambalearse el relato del Éxodo: la conquista de Canaán… En realidad, este hecho presenta problemas histórico-arqueológicos aún mayores que el éxodo: ¿cómo un pueblo pobre y mal armado pudo conquistar un país, Canaán, que según la narración de los textos bíblicos tenía grandes fortalezas en los siglos XIII-XII a.C., y además, estaba controlado a distancia por los egipcios?”. Por tanto, se concluye con “No hubo, pues, una conquista violenta de Canaán… los primeros israelitas fueron también –ironía de las ironías- ¡cananeos!”.

Sin embargo aquí no se menciona que la documentación externa disponible es bastante abundante, y considerada en su conjunto, la historicidad de la conquista es difícil de negar hoy en día. Aunque las pruebas arqueológicas no son precisas en todos los puntos, en general se constata un gran cambio en el último tramo de la Edad del Bronce. Sobre diferentes ciudades se levantan construcciones más pobres que las anteriores. En la zona montañosa se producen nuevos asentamientos, con una configuración agrícola y ganadera. La cerámica usada es tosca y pobre, la distribución de las construcciones es la típica "casa de cuatros habitaciones", e incluso también la alimentación, no encontrándose restos de cerdos en los poblados.

Hay evidentes rastros de que Betel fue destruida en la segunda mitad del siglo XIII por un incendio terrible, dejando una capa de ceniza de varios pies de profundidad. También se sabe que varios lugares del sur de Palestina tomados por Israel, fueron destruidos a finales del siglo XIII, como Debir, Kiryat-Sefer, Laquis, etc. En el caso de Kiryat-Sefer, se ha encontrado una fuente en las ruinas con anotaciones del año cuarto de un faraón, y es increíble pensar lo exacto que encajarían los datos con la estela de Israel si ese faraón fuera Merneptah. Nuevamente lo que encontramos es verosimilitud en el texto bíblico.

El libro de Josué nos dice que destruyó Jasor (Jos. 11:10), al norte del lago de Galilea. Excavaciones han mostrado que Jasor (Tell el-Quedah) era una gran ciudad de Palestina, y que fue destruida a finales del siglo XIII, y no hacia 1400 a.C. como se pensaba anteriormente.

Todas estas pruebas son verdaderamente dignas de considerar, y el conjunto del relato de la conquista debe, por consiguiente, tomarse como un auténtico reflejo de sucesos históricos. Lo que no puede hacerse es picotear de lo que nos interesa para demostrar nuestras hipótesis, e ignorar toda la evidencia contraria. Admitiendo que la conquista fue mucho más compleja de lo que refleja el relato bíblico, e incluso que no todas las pruebas armonizan completamente con la conquista, tampoco pueden ser rechazadas las pruebas sin más. Lo que parece fuera de toda duda es el hecho de una irrupción violenta de Israel en Palestina en el siglo XIII a.C. Esto es mucho más verosímil que creer que Israel era un pueblo más, surgido de la nada de los montes de Samaria, sin ninguna evidencia documental.

Conclusiones


Cuando se analiza el texto bíblico a la luz del mundo contemporáneo que describe, y se investigan las pruebas obtenidas en ese contexto histórico, se puede concluir que la narración bíblica está fundamentada en hechos históricos.

Parece claro que los antepasados de Israel entraron en Egipto en el período de los hicsos, y allí sobrevivieron a la ocupación de éstos y que fueron esclavizados en el imperio nuevo. Bajo la XIX dinastía, con los faraones Seti I y Ramsés II, fueron empleados en trabajos forzados en la construcción de las ciudades Pitón y Rameses.

En la segunda mitad del siglo XIII a.C. tuvo lugar, como lo demuestran abundantes testimonios arqueológicos, un gran asalto por el oeste de Palestina que permitió a Israel trasladar allí su centro tribal. Por lo que parece claro que se produjo una salida en masa de israelitas de Egipto en la primera mitad del siglo XIII.

Mirado de esta perspectiva, la famosa estela de Merneptah, utilizada en el artículo como evidencia en contra del éxodo, en realidad viene a confirmar que el pueblo de Israel ya estaba asentado en Palestina a finales del siglo XIII a.C.

No hay ninguna evidencia a favor de una futura invención de este pasado de Israel en Egipto en tiempos del rey Josías, y sería inconcebible pensar que un gran rey como Josías, se inventara un pasado de servidumbre tan ignominioso. De hecho, al desligar a Israel de sus hechos históricos no se puede entender la mayor parte de sus costumbres ancestrales, sus fiestas, leyes, ni su literatura. Esto solo se puede entender si las raíces del pueblo entroncan directamente con el éxodo y el Sinaí.

Bibliografía

La Historia de Israel. John Brigt.
Arqueología Bíblica. Ernest Wright
Diccionario Bíblico Arqueológico. Charles F. Pfeiffer.
Más allá de la Biblia. Mario Liverani.
Nuevo manual bíblico de Unger. Merrill Unger.
Panorama bíblico del Antiguo Testamento. Sandford, Hubbard, Bush.
Nueva evidencia que demanda un veredicto. Josh McDowell

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