lunes, 24 de agosto de 2015

LA DECADENCIA DE JUDÁ. DE MANASÉS A JOSÍAS. LA CAÍDA DEL IMPERIO ASIRIO

INTRODUCCIÓN: UN SIGLO EN CAÍDA LIBRE (687 al 587 a.C.)

Assubanipal cazando. Brittish Museum
Entre la muerte de Ezequías y la caída de Jerusalén bajo Nabucodonosor (babilonios) transcurre exactamente un siglo, del 687 al 587 a,C. Raras veces una nación ha experimentado tantos, tan dramáticos y tan repentinos cambios de fortuna en tan corto espacio de tiempo.

Decíamos en una entrada anterior (“Senaquerib y Ezequías”) que a pesar de la milagrosa salvación de Jerusalén de manos de los asirios, Judá no entendió la lección, y me atrevería a decir que precisamente fue aquella liberación de los asirios lo que precipitó su fin. Aquella retirada de los ejércitos de Senaquerib in extremis, ante una Jerusalén exhausta y sin capacidad de resistencia, produjo una confianza ciega y fanática en la protección del Señor, pero sin una verdadera fidelidad a él mismo y al pacto. 
Durante la mitad del período que va de la muerte de Ezequías a la destrucción de Jerusalén, Judá conoció como vasallo de Asiria, una sucesión de épocas de sometimiento e independencia, primero respecto a Egipto y después respecto a Babilonia, para finalmente terminar aniquilándose a sí misma en una rebelión inútil contra esta última. Tan rápida fue la sucesión de estas fases que un hombre, como JEREMÍAS, pudo presenciarlas todas. Se ha observado con acierto que en períodos de gran trascendencia en la historia de su pueblo, Dios llamó a hombres de una destacada altura espiritual para guiar a la nación de acuerdo con la voluntad divina, y promover su visión de su destino como pueblo elegido para bendición de las naciones. Así ocurrió con el profeta Isaías en tiempos de Acaz y Ezequías, y ahora igual con Jeremías. Pero si el primero tuvo la dicha de ser mensajero de salvación, no así el segundo. Dios se proponía castigar a su propio pueblo, pero no para raerlo de la faz de la tierra, sino para purificar un remanente fiel, fruto del ministerio de hombres de la talla de Jeremías. Pero nos estamos adelantamos mucho, porque la caída del poderoso imperio asirio y el surgimiento del régimen babilónico tardaron en llegar, y toda Mesopotamia se llenaría de sangre.

Las principales fuentes bíblicas de la historia son, una vez más, el libro de Reyes (2ª Reyes 21-25) y el libro de Crónicas (2ª Crónicas 33-36). El problema es que estas fuentes dejan muchas lagunas históricas sin responder, pero por otro lado, proporcionan información deliciosa en palabras de muchos profetas que ejercieron su ministerio en este tiempo: Sofonías, Nahúm y Habacuc.

En las décadas que transcurren entre las invasiones asirias y la reforma del gran Josías (bisnieto de Ezequías), ocuparon el trono davídico dos monarcas que la Biblia condena como impíos y malvados: Manasés y Amón.

MANASÉS, REY DE JUDÁ (692 al 642 a.C.)

A Ezequías le sucedió su joven hijo Manasés, quien durante la mayor parte de su reinado fue un leal vasallo de Asiria. La lucha de su padre Ezequías por la independencia de Asiria había fracasado, y es probable que solo su muerte le salvara de severas represalias por parte de Senaquerib o de su sucesor Esarhadón. Manasés aceptó todas las implicaciones políticas y religiosas del vasallaje, y su reinado marcó una completa ruptura de la política  de reforma de su padre y un regreso a la política y a los excesos idolátricos del rey Acaz. Es cierto que el corto reinado de Acaz no dio tiempo a que su desvío religioso mostrase sus más graves efectos, aunque sabemos que su comportamiento trajo bastantes desastres sobre su pueblo.

Sin embargo, Manasés tuvo un largo reinado, de por lo menos 45 años, y permitió que las tendencias retrógradas hacia el sincretismo religioso arraigasen en la vida de su pueblo, y el efecto moral que produjeron no hubo forma de extirparlo, ni siquiera con la reforma religiosa que emprendió su nieto Josías, tras el intrascendente reinado de su hijo Amón. Como vasallo de los asirios, Manasés tuvo que dar culto a sus dioses supremos; y así lo hizo, erigiendo altares a las divinidades de los planetas y las estrellas asirias, incluso dentro de las atrios del mismísimo Templo de Dios en Jerusalén. Estas acciones, sin embargo, fueron mucho más allá de lo meramente formal y obligado, y constituyeron un completo repudio de la fe a Yahvé. Se permitió que florecieran todos los cultos y prácticas paganas, tanto nativas como extranjeras.

Solo el posterior exilio y el colapso completo de la nación pudo eliminar la adoración al sol y a otras muchas divinidades. Todos aquellos santuarios idolátricos que fueron cerrados por Ezequías fueron de nuevo abiertos y florecieron los antiguos cultos canaanitas: El culto a Baal, a Asera, las prácticas de nigromancia, la prostitución ritual, y en algunos casos los sacrificios humanos.  Se dice incluso que el propio Manasés ofreció en sacrificio a un hijo suyo, posiblemente en ocasión de algún grave peligro nacional.

Lo más sorprendente es que muchas de estas cosas no representaron para los judíos un abandono consciente de la religión nacional, pero no cabe duda que la fuerza de la primitiva fe en Yahvé había sido tan profundamente olvidada, y los ritos paganos incompatibles con esta fe tan largamente practicados, que muchas veces ya ni se diferenciaba entre Yahvé y los dioses paganos. Parece que el pueblo practicaba estos ritos junto con el culto a Yahvé, sin darse cuenta del alejamiento  progresivo de la fe nacional. La situación encerraba un inmenso peligro para la integridad religiosa de Israel. La fe en Yahvé corría el peligro de deslizarse, inconscientemente hacia un abierto politeísmo.

Cierto es que siempre se había pensado en Yahvé como rodeado de un ejército celestial, y puesto que los cuerpos celestes había sido considerados según la tradición popular como miembros de la corte de Yahvé, la introducción de los cultos a las divinidades celestes incitó al pueblo a juzgar a estos dioses paganos como miembros de este ejército de la corte de Yahvé, y a concederles adoración como tales. De no haberse reprimido esto, pronto se hubiera convertido a Yahvé en el dios jefe de un panteón, y la fe primitiva de Israel se hubiera prostituido por completo.

Por desgracia, la decadencia generalizada de la religión nacional trajo consigo un desprecio a la ley de Yahvé como no se había conocido antes, traducido en innumerables casos de violencia e injusticia (Sofonías 1:9, 3:1-7), junto con un peligrosísimo escepticismo respecto a la capacidad de Yahvé para intervenir en los sucesos de la historia:

"Acontecerá en aquel tiempo que yo escudriñaré a Jerusalén con linterna, y castigaré a los hombres que reposan tranquilos como el vino asentado, los cuales dicen en su corazón: Jehová ni hará bien ni hará mal" Sofonías 1:12.

Obviamente, a todo esto se oponía el partido de los profetas, denunciando el desvío de la fe en Yahvé, y que éste nunca había permitido que se rindiera culto a ningún dios que no fuera Él mismo, pero toda esta oposición se vio ahogada en sangre (2ª Reyes 21:16). Los que estaban en el poder creían que estas medidas tan severas eran necesarias y estaban justificadas en interés de la nación, para evitar el despertar de un movimiento antiasirio que atrajese nuevamente las iras de aquellos.

Los emperadores asirios contemporáneos de Manasés fueron Esarhadón (Asarjaddón), y Assurbanipal, cuyo máximo empeño durante las décadas de los setenta y sesenta de aquel siglo fue la derrota de Egipto.

2ª Crónicas 33:11-17 ofrece un dato interesante y cuestionable sobre la biografía de Manasés, en clave un poco más positiva. Parece que por sospechas de deslealtad o tras una rebelión fallida de éste, fue conducido encadenado a Babilonia por los asirios. Y aunque ni el libro de Reyes ni las memorias asirias mencionan este incidente, según el cronista, en ese cautiverio asirio, parece que Manasés se habría convertido al Señor, y ya de vuelta a Jerusalén, habría purificado el templo de todos los elementos extraños que había mandado introducir. Pero por 2ª Reyes parece que en todo caso debió ser algo algo pasajero, ya que los abusos de los que se hizo responsable continuaron hasta que su nieto Josías los reprimió.

Algunos autores piensan que este pasaje de 2ª Crónicas no es histórico, y que se confunde con un viaje de Manasés a Asiria para ofrecer sus servicios como aliado en el momento en que Assurbanipal –sucesor de Esarhadón en el trono asirio- iniciaba una campaña de conquista de Egipto. Es cierto que en el llamado “Cilindro C” (ANET 294) se menciona que en aquella campaña Asiria contaba con veintidós vasallos, entre los que estaba precisamente Manasés, que como hemos dicho llega a la capital Asiria no ya encadenado, sino para entregar al soberano el tributo anual y un contingente de tropas de apoyo para dicha campaña contra Egipto. Basándose en este viaje, algunos han creído que el narrador de Crónicas ha construido la historia edificante de su prisión y conversión fruto de la desgracia. Afirman además que es probable que los autores bíblicos no consiguieran conciliar el largo reinado de Manasés, elemento considerado siempre como favor divino, con la extrema impiedad del mismo. Y como parecía imposible que Dios favoreciera a un soberano tan notoriamente malvado, tal vez la dificultad (según afirma por ejemplo Soggin, 303) se resolviera presentando una grave crisis de conciencia, para después convertirse y hacer penitencia.

Bajo mi punto de vista, probablemente la historia de 2ª Crónicas sea histórica, y lo que pasa es que se trata de dos momentos históricos diferentes. Probablemente el incidente del cautiverio está relacionado con alguno de estos dos episodios. Por un lado sabemos que antes del inicio de la conquista de Egipto por parte de Esarhadón y su conclusión por su hijo Assurbanipal, hubo una revuelta sidonia contra Esarhadón en el 667, en la que el faraón Tirhakah hizo una alianza con Tiro. Es posible que Manasés se viera implicado en esta ocasión. Sea como fuere, el rey de Asiria debió creer conveniente tener un estado "tapón" entre su imperio y Egipto, y restauró a Manasés, de la misma forma que más tarde restauró al príncipe egipcio Necao que después ayudaría a Esarhadón y Assurbanipal a gobernar Egipto, aun a pesar de su deslealtad inicial y haber sido traslado también encadenado a la corte de Asiria.
Cautividad de Manasés en Babilonia
Pero desde luego hay otra ocasión mucho más verosímil si cabe para la posible deslealtad de Manasés, y se sitúa ya hacia el final de su reinado. Muerto Esarhadón y reinando su hijo Assurbanipal, y siendo gobernador de Babilonia, Samas-sun-ukin, su hermano mayor. Éste se rebeló contra Asiria (652-648), justo en el momento en que Egipto recuperó su independencia en el 655 con la ayuda del rey de Lidia. Es probable que resultara un momento histórico muy tentador para una rebelión fallida de Manasés, pero dado que Asiria salió muy debilitada de esa guerra no les interesara la destitución de un rey como Manasés que históricamente había sido leal y que tras el desenlace ya no tenía ningún aliado.

De cualquier forma, el autor inspirado del libro de los reyes no puede decir ni una sola palabra buena de Manasés, sino que por el contrario le señala como el peor rey que nunca se sentó en el trono de David, cuyo pecado fue tal que no pudo nunca ser perdonado (2ª Reyes 21:9-15, 24 ss.).

Manasés falleció en el 642, y fue sucedido por su hijo AMÓN que continuó con la misma política de su padre, pero en un momento muy complicado en el que surgieron en la corte influencias antiasirias, que culminaron con el asesinato de Amón en el 639.   
Manasés (derecha) y Josías (izquierda). El Escorial.
Sin embargo, parece que el grupo de poder más moderado recuperó el poder y puso a JOSÍAS en el trono a pesar de que éste era tan solo un niño de apenas 8 años. Sus consejeros actuaron con gran cautela, trazando sus planes con mucho cuidado, de forma que cuando Josías alcanzó la madurez, todo estaba dispuesto para aprovechar el derrumbe del imperio asirio.

Dada la importancia de Josías y el giro antisirio que le dio a su política, así como sus reformas religiosas, parecía que se iniciaría en Judá el albor de una nueva era de libertad y bendición. En el reinado de Josías nacieron profetas de la talla de Daniel, Ezequiel y otros. Sin embargo, el fin de Judá estaba ya decidido por Dios, y aunque todo fue al final resultó ser un espejismo, las reformas religiosas de Josías trajeron un resurgir espiritual que a la larga aseguraría aquel “remanente” fiel que el Señor cuidó en el exilio y restauró bajo Zorobabel. Dada la importancia de Josías, le dedicaremos una entrada de blog exclusiva desde el comienzo de su reinado hasta la caída de Jerusalén bajo el rey títere Sedequías y Joaquín en el exilio.

ESARHADÓN, REY DE ASIRIA (681 al 699 a.C.)

Según 2ª Reyes 19:37, Senaquerib fue asesinado en un templo de Nínive por dos de sus hijos. El relato bíblico es confirmado por los anales asirios (ANET,  288 s.) en el año 681 a.C. Le sucedió su hijo más joven, Esarhadón, que demostró ser un gobernante excepcionalmente agresivo. Parece que en el 681 a. C. fue exiliado de la corte precisamente por sus hermanos, responsables del asesinato de Senaquerib el mismo año. Pero tras una guerra civil de alrededor de seis meses, Esarhadón se impuso como rey de Asiria, y, según el relato bíblico (2ª Reyes 19:35-37), sus hermanos huyeron al "país de Ararat", identificado generalmente como Urartu.
 En cuanto se aseguró el poder, estabilizó la situación en Babilonia y restauró la ciudad y el templo de Marduk, que su padre había destruido. Esto, junto con varias campañas ocuparon los primeros años de su reinado. Entonces Esarhadón centró su atención en su gran obsesión: Egipto. Puesto que Egipto siempre había estado al frente de todas las rebeliones que tanto habían trastornado la parte más oeste del imperio asirio, quiso iniciar una empresa para atajar la raíz del mal de una vez por todas. Allí donde su padre no pudo triunfar (la peste que también le obligó a abandonar el asedio a Jerusalén, ver entrada de blog “Senaquerib y Ezequías”), triunfaría él.

Y así fue. Esarhadón acabó venciendo, pero no fue fácil. Un intento inicial en el 673 fue rechazado en la frontera, pero finalmente sus tropas derrotaron a TIRHAKAH en el 671, apoderándose de Menfis y capturando a toda la familia real junto con los tesoros de la corte egipcia.  Sin embargo esto no significó el final de la resistencia egipcia, porque apenas se retiró el ejército asirio cuando Tirhakah, que había huido al sur, promovió una rebelión, haciendo necesaria una nueva campaña de Esarhadón. Pero éste, víctima de una enfermedad crónica murió durante la marcha.

Le sucedió Asurbanipal en Asiria, y Shamash-shum-ukin en Babilonia. La sucesión pudo llevarse a cabo sin incidentes, gracias a la intervención de la reina madre, Naqi'a, madre de Esarhadón, que gozaba de gran influencia en la corte, como símbolo de la legitimidad y la continuidad dinástica. Ella exigió a los hermanos de Asurbanipal, y a los gobernadores, políticos y militares, que respetaran el juramento de fidelidad hecho al rey difunto.

ASSURBANIPAL, REY DE ASIRIA (669 al 627)

Assurbanipal (conocido en el Antiguo Testamento como Osnaper (libro de Esdras, 4:10), para los griegos como Sardanapal, y para el historiador romano Marco Juniano Justino, como Sardanapalus). Hijo y sucesor de Esarhadón, fue el último gran rey de Asiria (669 al 627), y el que aplastó definitivamente la rebelión egipcia. 
El faraón Tirhakah se vio obligado de nuevo a huir hacia el sur donde murió al cabo de algunos años (664?).
Assurbanipal, matando un león.  Brittish Museum
 Los príncipes rebeldes egipcios fueron llevados a Babilonia y ejecutados, a excepción de Necao, que al igual que le ocurriera a Manasés, fue perdonado junto a su hijo Psammético y reintegrado a su posición. Fue más tarde, cuando el sucesor de Tirhakah, Tanutamum, continuó provocando disturbios, que obligó a los asirios a remontar el Nilo en el 663, llegando hasta Tebas, y destruyéndola (661). El faraón huyó a Nubia, y con él desapareció para siempre la dinastía XXV. Ya no había ningún poder capaz de resistir contra Asiria, razón de más para que Manasés permaneciera fiel.

La caída de Tebas, la principal ciudad del Alto Egipto, saqueada y destruida por Assurbanipal, es descrita por el profeta hebreo NAHÚM. Este profeta ejerció su ministerio precisamente desde la caída de Tebas (661) hasta la posterior caída de Nínive (la capital asiria) en 612. Fue un profeta que no solo anunció la caída de Nínive, describiendo el ataque por el norte de los medos y los caldeos por el sur, sino que fue un consolador para su pueblo. Señaló la misericordia de Dios con los que hacen el bien, su bondad con los que confían en Él, pero su severo trato con sus enemigos. Nínive fue un ejemplo de juicio de Dios, porque los pecados siempre traen sus frutos:

¿Eres tú mejor que Tebas, que estaba asentada junto al Nilo, rodeada de aguas, cuyo baluarte era el mar, y aguas por muro? Etiopía era su fortaleza, también Egipto, y eso sin límite; Fut y Libia fueron sus ayudadores.  Sin embargo ella fue llevada en cautiverio; también sus pequeños fueron estrellados en las encrucijadas de todas las calles, y sobre sus varones echaron suertes, y todos sus grandes fueron aprisionados con grillos. Todas tus fortalezas serán cual higueras con brevas, que si las sacuden, caen en la boca del que las ha de comer. He aquí, tu pueblo será como mujeres en medio de ti; las puertas de tu tierra se abrirán de par en par a tus enemigos; fuego consumirá tus cerrojos. Provéete de agua para el asedio, refuerza tus fortalezas; entra en el lodo, pisa el barro, refuerza el horno. Allí te consumirá el fuego, te talará la espada, te devorará como pulgón” Nahúm 3:8-12.

Asiria alcanzó la cumbre de su poder con Assurbanipal, pero comenzaba a acechar sobre ella una sombra de desastre que precipitaría su caída. Su inmenso imperio tenía una frágil estructura que debía ser siempre mantenida por el uso continuo de la violencia. Su agresividad y capacidad de destrucción no hizo sino acentuar el odio hacia ella por todas partes, y nuevas potencias empezaban a aparecer en sus fronteras. Esta es una lección que aprendieron posteriormente los babilonios y sobre todos los persas.

Aunque Asiria no tenía rival en ningún poder del mundo, tenía muchos enemigos, tanto dentro como fuera de ella. Ya hemos comentado que en Babilonia, precisamente el hermano mayor de Assurbanipal, Samas-sum-ukin, gobernaba como rey delegado en Babilonia, y seguía reinando la inquietud entre los elementos caldeos (arameos) de la población, que como siempre podían contar con la ayuda de Elam, tradicional enemigo de Asiria en el este. En el otro lado del imperio, Egipto era un hervidero que no podía ser controlado de un modo eficaz. PSAMMÉTICO I (663-609), hijo del ya mencionado Necao a quien los asiros habían mostrado tanta benevolencia, terminó por hacerse el dueño de Egipto. Y cuando se sintió lo suficientemente fuerte (poco después del 655) se negó a rendir el obligado tributo a Asiria declarándose formalmente independiente. Con él dio inicio la dinastía XXVI, y con la ayuda del rey Gyges de Lidia –otro declarado enemigo de Asiria- se propusieron promover disturbios y fomentar deserciones de vasallos.
Psammético I. Tuba de Pasaba (Tebas)
Assurbanipal, ocupado en la parte norte de su imperio, intentaba controlar algunas incursiones de pueblos indo-arios que presionaban su frontera norte. Entre aquellos pueblos había algunos clásicos, como los medos, que se encontraban al oeste de Irán ya desde el siglo IX. Los asirios habían hecho repetidas campañas contra ellos en el pasado sometiéndolos parcialmente. También estaban los cimerios, que en el pasado, habían descendido en oleadas desde más allá del Cáucaso, seguidos por los escitas. Los sumerios arrasaron Urartu  durante el reinado de Sargón II (abuelo de Esarhadón), y presionado después sobre Asia Menor, destruyendo incluso el reino de Midas en Frigia. Assurbanipal combatió contra los cimerios en Asia Menor, como lo había hecho también Gyges de Lidia (que finalmente cayó en una batalla contra ellos), saliendo victorioso en todas sus batallas y protegiendo sus fronteras. Pero la pregunta era: ¿Hasta cuándo podría aguantar el dique?

Fue precisamente en el 652 cuando Assurbanipal tuvo que hacer frente a la rebelión de su propio hermano, Samas-sum-ukin, desde Babilonia.Éste contaba con el apoyo de la población caldea de la región y también con los elamitas y otros pueblos de las tierras altas de Irán. Como ya hemos dicho, en el oeste se extendía el descontento en Palestina y Siria, instigado por Psammético. Es posible que Judá fuera uno de los implicados, o al menos que Manasés estuviera muy cercano para caer luego bajo sospecha de los asirios (2ª Crónicas 33:11). Aunque Assurbanipal logró dominar la situación, la lucha fue tan encarnizada que sacudió los mismísimos cimientos del imperio. En el 648 Babilonia fue conquistada tras dos años de asedio, y Samas-sum-ukin se suicidió. Assurbanipal fue entonces a por Elam y se apoderó de su capital Susa, poniendo fin al frente occidental. Tomó también venganza de todas las tribus árabes del desierto de Siria que habían destruido Moab, instalando en Samaria -y en otros lugares- pueblos deportados de Elam y Babilonia. Sin embargo, Egipto se libró y no pudo ser reconquistado.

Es muy posible que Assurbanipal mostrara clemencia a Manasés y le permitiera reforzar sus fortificaciones (2ª Crónicas 33:14), con el fin de ganarse, como ya hemos dicho, un vasallo cerca de la frontera egipcia que estuviera preparado y fuera capaz de defender el reino contra posibles agresiones por ese flanco.

EL COLPASO DEL IMPERIO ASIRIO

Poco se sabe de los últimos años del reinado de Assurbanipal, pero parece que después de someter a todos sus enemigos, se dedicó a crear una gran biblioteca para guardar copias de mitos y relatos épicos de la antigua Babilonia, incluyendo las narraciones babilónicas de la creación y el diluvio (algunas tablillas de la biblioteca de Nínive conservan las versiones actuales más completas del poema de Gilgamesh). Assurbanipal murió según estimaciones en el 627, y el fin de Asiria estaba muy cerca.

La muerte del gran rey dio inicio a una guerra fratricida entre sus hijos, Ashur-etil-ilani (heredero natural del trono) y su hermano Sin-shar-ishkun. La cosa se complicó aún más porque ese mismo año murió también Kandalanu, el rey de Babilonia que había impuesto Asiria, parece que al mismo tiempo que los escitas atacaban las fronteras del imperio. Al parecer, Sin-shar-ishkun, como hiciera su tío años antes, trazó un plan para usurpar primero el trono vacante en Babilonia, para después intentar usurpar el trono de Asiria.

Ashur-etil-ilani, al conocer estos hechos marcha hacia el sur en búsqueda su su hermano rebelde, pero muere en Nippur. De esta forma, Sin-shar-ishkun se autoproclama nuevo rey de Asiria, pero cuando  llega a Nínive para ocupar el trono, descubre que éste lo ha ocupado un general de su hermano, Sin-shumu-lishir. No sabemos cómo, pero Sin-shar-ishkun, hijo de Asurbanipal, asesino de su hermano, termina ocupando el trono asirio. 

Pero en toda esta actividad, el trono de Babilonia ha quedado nuevamente vacante (se ignora si Sin-shar-ishkun llego a nombrar un gobernador en su ausencia), pero es usurpado por un personaje cuya figura, desconocida para nosotros, será el auténtico protagonista de los próximos años: NABOPOLASAR (Nabu-apla-utsur).

Este Nabopolosar fue el fundador del imperio neo-babilónico. Poco se sabe de sus oscuros orígenes, y en el conocido como el “Cilindro de Nabopolasar”, se llama a sí mismo “hijo de nadie”. Sin duda, en los años previos debió de ser un jefe caldeo de cierto relieve. En octubre del 626, derrota a los asirios fuera de Babilonia y ya no le pudieron desalojar de ahí a pesar de los repetidos esfuerzos asirios.

Babilonia había sido demasiado importante, bien lo sabía Senaquerib que decidió destruirla para siempre. Foco de rebeliones permanente, y siempre plataforma de lanzamiento para el control de Asiria, como hizo Sin-shar-ishkun. Ahora éste comprende que debe expulsar a Nabopolasar de Babilonia, por lo que conduce su ejército a Nippur, y Nabopolasar se ve obligado a retroceder ante el poderoso ejército combinado de Asiria y Nippur, siendo perseguido hasta Uruk. La batalla era inevitable (Batalla de Uruk, 626 a.C.), pero contra todo pronostico, Nabopolasar consigue su primera victoria frente a las tropas asirias.

A partir de aquí todo se hace cada vez más confuso, pero se sabe que el ejército asirio (en el mes de Ajaru) vuelve a descender sobre Acad, y “en el duodécimo día del mes de Tasrtu” se enfrenta de nuevo con el ejército babilonio y son otra vez derrotados por estos, que consiguen incluso saquear el campamento rival. Las crónicas dirán que “durante un año no habrá rey sobre la tierra”, que es una forma suave de decir que Sin-shar-ishkun había logrado huir y continuaba en el trono asirio. Además es justo aquí, cuando se relata el ascenso “oficial” al trono de Babilonia por parte de Nabopolasar en el “vigésimo sexto día del mes de Arahsmna”.

Ya asentado en el poder, y durante su primer año de gobierno (625), Nabopolasar inicia un inteligentísimo juego político. Entre sus primeras medidas, destaca la devolución de las estatuas de los dioses de Susa (Elam) arrebatados por los asirios. Interesante decisión tomando en cuenta la rivalidad manifiesta entre asirios y elamitas. En 624, conduce sus tropas a Raqmat, donde había una guarnición asiria que se retira sin presentar batalla, con la intención de controlar las plazas de Acad, que están en manos asirias. Un nuevo ejército descenderá sobre Acad y será nuevamente rechazado.

En los subsiguientes años (623 y 622) se suceden nuevos intentos asirios por recuperar Acad, que serán frustrados. Destacan los intentos del general asirio Itti-ili (derrotado), y la rebelión contra Asiria de la ciudad de Der, que pintan un cuadro desolador para las aspiraciones del rey asirio. A partir de aquí, los asirios han perdido la iniciativa y no podrán lanzar nuevas ofensivas, las cuales son exclusividad de los babilonios, quienes terminan por llevar la guerra a la propia Asiria.

Los hechos relatados a continuación provienen de una tablilla de tamaño mediano (BM 21901) mejor conocida como “Crónicas 3”. En ellas se relatan los últimos estertores de un Imperio Asirio acorralado por Medos y Babilonios. Estamos en el décimo año (616-615 a.C.) de reinado de Nabopolasar, rey de Babilonia, y en el inicio de fulgurantes campañas en el territorio natural de Asiria.

La ofensiva babilonia se centra inicialmente en la línea del Éufrates. Los países de Suhu (Shuki) e Hindanu (ambos al sur de Harrán) son sometidos sin batalla. Maniobra que intentaba interrumpir la comunicación entre Asiria y Egipto, que aparece como sorprendente aliado de los asirios. De hecho, un ejército egipcio marchaba ya hacia el norte, probablemente al mando de Psamético I.

Asiria intenta repeler el ataque babilonio, y prepara la batalla en los alrededores de Gablini. Pero el ejército de Nínive no resiste el ataque babilonio y se retira. Son capturados altos mandos asirios y de los Maneos, pueblo que habitaba entre Asiria y Media, y que había venido en ayuda de los primeros. Esta derrota termina por derrumbar todo el dominio asirio en la línea del Éufrates. El río es remontado por el ejército de Acad (mes de Abu: Julio-agosto), y son sometidos sucesivamente los pueblos de Mane, Sahiri, y Bali-hu.

Finalmente en el mes de Tasrtu (Septiembre-octubre) el ejército egipcio se hace presente en Siria. Pero ya era tarde, la derrota de Gablini había puesto a la defensiva a los asirios, por lo que deciden retirarse sin llegar a intervenir a favor de sus aliados. Cierra el año (mes de Addaru: febrero-marzo) Nabopolasar con una nueva victoria sobre el ejército de asiria en Madanu, un suburbio de Arraphu (moderna Kirkuk), haciendo retroceder aun mas a los asirios.

Al año siguiente, undécimo del reinado de Nabopolasar (615-614), el rey de Acad inicia su primer ofensiva en territorio asirio propiamente dicho. Acampando frente a Assur, intenta fallidamente capturar la ciudad, derrota que pudo costarle cara, ya que los asirios logran empujar al babilonio hacia el sur, obligando a Nabopolasar a fortificarse en Takritai´n, ciudad que fue sitiada durante diez días por los asirios, pero fracasando en todos los intentos por tomarla. Finalmente, los babilonios logran batir a los asirios, y ambos ejércitos se retiran a sus países.

Parece claro que los babilonios van a necesitar ayuda para vencer en el corazón de Asiria. Y es así como en el duodécimo año del reinado de Nabopolasar (614-613 a.C.) se reinicia la ofensiva en territorio asirio, pero esta vez junto con los babilonios marchan un antiguo aliado de Asiria bastante poderoso: los medos de Ciáxares. La primera en caer fue Tarbisu, una ciudad del distrito de Nínive. Después, siguiendo el Tigris, pusieron sitio a Assur. Es probable que el accionar de los medos contra asiria hubiera comenzado unos años antes. Se cree que al tiempo que Nabopolasar atacaba la línea del Éufrates, los medos destruían el país Maneo, aliado de Asiria, que servía a su vez de estado tapón entre Asiria y Media. Pero una cosa eran las ofensivas sobre países satélites, y otra muy distinta atacar el corazón mismo de Asiria, con todo lo que ello conlleva.

Es así como las fuerzas combinadas de medos y babilonios, ponen sitio a la milenaria ciudad asiria de Assur, antigua capital del imperio. La toman por asalto y la destruyen completamente. Un golpe sin dudas durísimo para los asirios. Tras la victoria, y frente a la ciudad en ruinas, Ciáxares y Nabopolasar sellan un acuerdo, confirmado por la boda de la princesa meda Amitis con el príncipe heredero babilónico, ni más ni menos, que NABUCODONOSOR

Corría el año decimocuarto del reinado de Nabopolasar (612-611) cuando decide que ya es tiempo de dar el golpe definitivo a los asirios. Haciendo honor a los pactos firmados, los ejércitos reunidos de Babilonia y Media, marchan directamente contra Nínive. Durante tres meses someten a un feroz asedio a la capital asiria, tomándola finalmente por asalto, y efectuando gran matanza que acaba incluso con la vida de Sin-shar-ishkun, el rey asirio. La ciudad es completamente saqueada, llevándose gran botín, para luego ser arrasada hasta los cimientos. La ofensiva se prolongó por los territorios originales de Asiria. La destrucción de la ciudad imperial fue celebrada por toda Asia, y también por el profeta Nahúm (Nahúm 3:1-3, 18 y ss.).

En septiembre de 612 asciende al trono de Harrán (importante ciudad asiria de la parte occidental del imperio), Assur-uballit II, autoproclamándose heredero y continuador del trono de Asiria. Al parecer, el nuevo rey asirio es capaz de movilizar antiguas alianzas y obliga al ejército babilonio acantonado en Acad a ponerse en marcha rápidamente para reaccionar contra esa parte de Asiria. Más tarde se les unirán los medos (611-610 a.C.).

Ya en 610-609 a.C. los egipcios deciden marchar nuevamente en apoyo de Asiria, lograron contactar con el ejército de Assur-uballit, en la mismísima Harrán. Gobernaba el país del Nilo un nuevo faraón, Necao II, que además comanda personalmente la expedición. Todo parece indicar que además de brindar apoyo al rey asirio, su verdadera intención es anexionarse Palestina. Aquí es donde le saldrá al encuentro el rey de Judá, Josías, para intentar detenerle en el paso de Meguido y evitar el auxilio a los asirios (ver la próxima entrada del blog "El reinado de Josías"). La muerte de Josías es el incio del fin de Judá.

Pero una vez mas, Medos y Babilonios marchan juntos contra la nueva capital asiria. Y ante la vista de las tropas reunidas por estos dos poderosos estados, Assur-uballit con su ejército, y junto a los egipcios, decide retirarse abandonando la ciudad a sus enemigos (la cual fue saqueada pero no destruida), para cruzar el Éufrates y alejarse lo mas posible. Intentará al año siguiente (609-608) reconquistar Harrán junto con sus aliados egipcios, logrando capturar algunas ciudades en el camino. Pero en la toma de la última capital asiria, fallan estrepitosamente ante la presencia del ejército de Acad. Assur-uballit (y los egipcios) se retiran. Ahora sí, para siempre. Asiria es parte del pasado.

Sin oposición, Nabopolasar llevara acabo campañas sobre antiguos vasallos o estados tributarios (o que reconocían la hegemonía asiria) como los países de las montañas (Armenia), o la mismísima Urartu, extendiendo las fronteras de lo que se conocerá como Imperio Neo-Babilonio. Y ya cercano a la veintena de años de reinado, llegará la hora de dejar la guerra en las manos de su hijo mayor y heredero: Nabucodonosor. Futuro gran rey de Babilonia.

Repartida Asiria entre Media y Babilonia, los ojos del Imperio Neo-babilónico se depositaban ahora en los antiguos dominios asirios de Siria y Palestina, ahora en manos egipcias. Para ello deberán derrotar a los egipcios, cosa que ocurrirá en la famosa batalla de Carquemis (605), donde Nabucodonosor aplastará a las fuerzas egipcias de Necao II acantonadas en aquella ciudad siria.
Las alianzas selladas entre medos y babilonios, permitieron a estos dos poderosos estados, abocarse a sus planes de conquista con la seguridad de las espaldas cubiertas.

INQUIETUD, MIEDO, PRESENTIMIENTO DE JUICIO... Y LA LEY DE DIOS.

No es demasiado difícil describir cuál debió ser el estado espiritual de Judá durante el largo reinado de Manasés. No hay más que leer el escalofriante balance que nos ofrece 2ª Reyes 21:1-16, para comprender la voluntad decidida de Dios de hacer justicia a su amado pueblo:

Ahora bien, ¿es justo echarle toda la culpa de la corrupción y el pecado de un pueblo a un solo hombre? Al fin y al cabo, fue el pueblo el que aceptó toda esta seducción voluntariamente. Así lo expresa 2ª Crónicas 33:10: “Y habló Jehová a Manasés y a su pueblo, mas ellos no escucharon”. 
Todo esto nos hace ver lo superficial y espurio que había sido el cumplimento de la nación con las reformas religiosas de Ezequías. En realidad, al faltar un líder espiritual fuerte, el pueblo se volvió a sus propios deseos y maquinaciones, dando a entender que cumplían con un mero formalismo religioso muy apartado de una auténtica devoción al Dios de sus padres. En verdad, el juicio de Dios no podía estar muy lejos si es que Dios deseaba continuar con sus propósitos redentores a través de Israel.

Y me pregunto: ¿Qué papel juega en la honra a Dios aquellas culturas que se van introduciendo y que a veces sin darnos cuenta lo que glorifican en realidad son la idolatría y la inmortalidad? El pueblo, deslumbrado por todo lo nuevo, quiso que todo aquel panteón de dioses celestes le representara, pensando que enriquecía su propia cultura basada en un único Dios, cada vez más desconocido. En general podemos decir que esto sucedió porque el pueblo quería que sucediera. No se interesaron por su herencia, por la preservación de su propia cultura, y deseaban todo aquel nuevo mundo contemporáneo. Pero ahora, incluso entre las potencias y civilizaciones más antiguas, había un miedo que flotaba en el ambiente en relación al cambio de los tiempos. Daba la sensación de que aquellas civilizaciones milenarias estaban llegando a su fin, en un intento desesperado de controlar un dique que se resquebrajaba ante el empuje de pueblos bárbaros y desconocidos, como los medas, cimerios, escitas y otros. Los hombres tenían un mal presentimiento, como si les acechara la ruina y la destrucción, y esto creaba un ambiente de inseguridad corrosivo, acompañado de un deseo nostálgico de volver al pasado, a aquellos días de gloria y tradiciones venerables.

Así, por ejemplo, los faraones de la Dinastía XXVI volvieron a la cultura de las pirámides, y especialmente Psammético en un intento de fomentar la maltrecha unidad nacional, volvió al culto a Osiris. Análogamente, Assurbanipal se dedicó en los últimos años de su vida a copiar y coleccionar en su biblioteca de Nínive documentos del pasado, y gracias a esto se conservan las versiones más completas del poema de Gilgamesh, en sumerio y acadio. A su hermano, Samas-sum-ukin, que gobernaba en Babilonia, le dio por grabar inscripciones oficiales en lengua sumeria, una lengua que ya estaba muerta. Lo mismo hizo más tarde Nabucodonosor hacia el final de su reinado.
Judá no fue una excepción como hemos visto, volviendo a la antigua alianza con Yahvé. Eran momentos difíciles, peligrosos, donde el hombre necesitaba más que nunca la ayuda de sus dioses.
Junto con la independencia recién conseguida, y el optimismo fundado en una teología basada en la dinastía davídica, aparecía una profunda inquietud, un presentimiento de juicio, un sentimiento quizá inconsciente para la mayoría  de que la seguridad de la nación estribaba en el retorno a la antigua tradición. Ahí hubo un resurgir profético con la afirmación de que la nación estaba sometida a juicio y que conocería la ira de Yahvé si no se arrepentía. Como lo expresó Jeremías:

Haznos volver a ti, Señor, y volveremos.

Renueva nuestros días como antaño.

¿O es que nos has desechado del todo?

¿Acaso te has irritado contra nosotros sin medida?” Lamentaciones 5:21-22.
Conocemos dos profetas (aparte del mencionado Nahúm) que ejercitaron su ministerio en este tiempo. SOFONÍAS, rompió con el silencio profético que reinó por medio siglo en Judá, durante el reinado de Manasés. Denunció los pecados tanto culticos como éticos de la política de Manasés, anunciando que el terrible día de Yahvé era inminente, y que solo había una salida para la nación: el arrepentimiento. Pero igual que Isaías, Sofonías creyó que Yahvé se proponía sacar del juicio un remanente castigado y purificado:


Aquel día no tendrás que avergonzarte más de todas tus rebeliones contra mí. Quitaré de en medio de ti a esa gente altanera y jactanciosa, y así nunca más volverás a ser arrogante en mi santo monte. Dejaré un remanente en medio de ti, un pueblo pobre y humilde. En el nombre del Señor, se cobijará el remanente de Israel; no cometerá iniquidad, no dirá mentiras, ni se hallará engaño en su boca. Pastarán y se echarán a descansar sin que nadie los espante” Sofonías 3:11-13.


El otro profeta es JEREMÍAS, que comenzó su ministerio en el 627 (Jeremías 1:1), y atacó sin piedad la idolatría del país, declarándola como un pecado inexcusable contra la gracia de un Dios que les había rescatado de Egipto y convertido en su pueblo. Se inspiró en Oseas, usando la imagen de su esposa adúltera como representación de Judá, que sería repudiada si no se arrepentía. 
Jeremías, de Miguel Angel. Capilla sixtina
Su predicación aumentó las simpatías por la dirección política y religiosa del rey Josías, un rey al que parece que Jeremías admiró profundamente. Pero si algo supuso un verdadero tronar en las conciencias, fue precisamente el descubrimiento de la ley de Dios hallado en el Templo, que transformó completamente a Josías y bajo su influencia, a muchos que se contaron con él, y que se convertirían en aquel verdadero remanente fiel. El descubrir la lay deuteronómica, tan excelsa, tan diferente, tan pura, tan distante de cualquier engaño piadoso, llevada después de la caída de Samaria a Jerusalén, y allí leída, admirada e incluida en el programa de reforma. Allí pudieron ver cómo era la primitiva alianza mosaica y sus exigencias, que se habían ido oscureciendo durante siglos por otra noción diferente de alianza, la davídica.

Aquel libro de Deuteronomio, cargado de la nostalgia de los días antiguos, declaraba con desesperada urgencia que la vida de la nación dependía del retorno a la alianza en que se fundó originalmente la nación. Fue el descubrimiento de la Ley mosaica. La consternación que produjo en Josías fue tremenda: “Y cuando el rey hubo oído las palabras del libro de la ley, rasgó sus vestidos” 2ª Reyes 22:11. Con toda seguridad Josías se dio cuenta que si esta era verdaderamente la Ley del Señor, la nación era un conjunto de estúpidos que pensaban que Dios estaba irrevocablemente obligado a defenderla por las promesas a David. Así se iniciaron unas reformas que llevaron al pueblo a una noción más antigua de la alianza, recordándoles sus obligaciones respecto la obediencia a Dios, la santidad, la misericordia y la justicia.
Josías rompe sus vestidos a escuchar la lectura de la Ley
No obstante, siempre se ha discutido hasta qué punto la reforma tuvo un éxito completo. Hay que reconocer que por un lado asentó a Jerusalén  como único santuario legítimo aboliendo todos los santuarios locales y no dando por tanto lugar a cultos extraños. Pero la pregunta que siempre hay que hacerse en toda reforma es si esta se conforma únicamente a formas meramente externas, que no afectan a la vida espiritual de las personas y solo proporcionan un falso sentido de paz, sin ninguna profundidad. Esa fue precisamente la queja de Jeremías, que se lamentó que solo se había producido un incremento de los cultos, sin una conversión real a los caminos de Dios. Los pecados seguían sin ser censurados por la clase sacerdotal, la nación se volvió orgullosa por la posesión de la Ley de Yahvé y ya no quiso escuchar a los profetas, y Jeremías solo pudo luchar en vano contra ese sentido de seguridad nacional.

La alianza del Sinaí, bien entendida y cumplidas sus exigencias, es la que sostenía la alianza davídica, así como la permanencia del Templo, la dinastía y el estado. Pero nunca Dios ofreció protección automática a cambio de falsa religiosidad y cumplimientos externos. Tal como lo expresó Jesucristo: “Id, pues, y aprended lo que significa: Misericordia quiero, y no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento” Mateo 9:13.

Con todo esto se planteaba un serio problema teológico que la tragedia haría, muy pronto, muy doloroso.

Nosotros también vivimos en un mundo demasiado convulso y extraño. La intuición nos dice que se avecina una sombra que terminará por engullirnos. Hemos presenciado el estancamiento de las grandes potencias, que nos han impuesto su cultura y sus dioses. Vemos el ascenso del Estado Islámico y un nuevo modus-operandi, la inestabilidad en medio oriente, en Corea, la guerra civil en Siria, migraciones de seres humanos que luchan por sobrevivir. ¿A dónde vamos? No lo sé y a veces resulta realmente insoportable.

Pero si hay algo que nos enseña el Antiguo Testamento, es la absoluta soberanía de Dios sobre la historia. No me cansaré de repetirlo. No se trata solamente del control de los rasgos naturales del mundo, sino también la sujeción de los hombres y las naciones. Dios usó a los asirios, egipcios y babilonios sin su consentimiento para que realizaran sus propósitos soberanos. La idea de que Dios era rey entró en la historia nacional de Israel muy temprano.  Tanto es así que cuando el pueblo pidió un rey a Samuel, se consideró como un rechazo a Dios como rey. Pero cuando a Israel se le dio un rey humano, su autoridad se consideraba como derivada de la autoridad soberana de Dios. Idealmente, el rey sería un instrumento en las manos de Dios para establecer sus propósitos, cumplir sus promesas y hacer de Israel la clase de pueblo que Él quería. Pero poco a poco fue siendo cada vez más obvio que los reyes fallaban, y cada vez más los profetas tenían que recalcar al Rey divino. Aunque Judá tenía reyes humanos, solo Dios era su Rey último, por así decirlo.

Pero después del exilio ya no hubo ningún rey humano en Israel, por lo que se hizo un énfasis más marcado sobre la majestad y soberanía divinas. En ese período se hizo un énfasis más creciente sobre el hecho de que Dios está a cargo de la historia mundial, y no tanto por medio de Israel sino más bien a pesar de él. En virtud de estas enseñanzas, Dios empezó a revelarse más claramente al pueblo como el soberano respecto al futuro, y a mostrarle un gobernante ideal del linaje de David: El Mesías prometido. Y paralelamente a esta enseñanza se mezclaba con ella un reino futuro a veces temporal y otro escatológico, que tenía que ver con el fin de nuestra era. Esta visión del reino futuro tenía el propósito de grabarnos a fuego la idea de que solo Dios conoce el futuro y que las cosas no son siempre lo que parecen. Y cuando venga el día del Señor, los propósitos de Dios serán vindicados sobre el escenario de la historia humana, y una nueva era se inaugurará sobre la tierra. En ese reino abundarán la justicia y la paz, y un remanente escogido de la historia de los hombres compartirán ese reino.

¡No hay ningún desafío que pueda quedar en pie ante su soberanía!



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Bibliografía

- La Historia de Israel. John Bright. Editorial DESCLÉE DE BROUNER.
- Arqueología Bíblica. G. Ernest Wright. Ediciones cristiandad. 
- Comentario Bíblico Histórico. Edersheim, Alfred. Editorial CLIE
- Nueva Historia de Israel. J.Alberto Soggin. Editorial DESCLÉE DE BROUWER
- Israel y la Naciones. F.F. Bruce. Editorial Portavoz Evangélico.
- Diccionario Bíblico Arqueológico. Charles F. Pfeiffer. Editorial Mundo Hispano.
- Nuevo Manual Bíblico Unger. Merrill F. Unger. Editorial Portavoz Evangélico.
- Josefo: Los Escritos Esenciales. Paul L. Maier. Editorial Portavoz Evangélico
- Panorama del Antiguo Testamento. Lasor, Hubbard, Bush. Libros Desafío 
- Compendio de Historia Sagrada. Varios. Editorial Progreso. 
- Más allá de la Biblia. Mario Liverani. Editorial Crítica.
- Jeremías. R. K. Harrison. Comentarios Didaqué.
En tiempo de los reyes de Israel y de Judá. Damien Noël. Verbo Divino.
- Los Reyes de Judá. Brian J. Bailey. Zion Christian Publishers 
- La monarquia hebrea, Volumen 2.Vicente Bacallar y Sanna San Felipe. Ulan Press




1 comentario:

  1. Muy buena presentación, la Historia del Dios de Israel traspaa los tiempos humanos. Donde puedo conseguir alguno de eso libros de historia, estan en línea? gracias

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