Hace unos domingos se me acercó
Daniel Casado para proponerme hablar de la soberanía de Dios en tiempos de Hageo -la clase que he desarrollado durante unas semanas en la escuela dominical- y
entroncar así con la historia José casi mil años antes. Obviamente, lo primero que me
pregunté es ¿Cuáles fueron exactamente los tiempos de Hageo? Según el
consenso de la mayoría, Hageo fue un hombre que vivió tanto el exilio como el
retorno de los judíos y la reconstrucción del segundo Templo. Algunos piensan
que es probable incluso que hubiera conocido el antiguo Templo, el de Salomón
antes de su destrucción.
No cabe duda entonces que los
tiempos de Hageo fueron unos tiempos terribles, donde se llegó a dudar como
nunca de la capacidad de Dios para cumplir sus promesas. Y es que la
destrucción de Jerusalén en el año 587a.C marcó un antes y un después en la historia
de Israel. Muchas veces minimizamos o pasamos por alto esta tragedia tan
espantosa que tuvieron que vivir los judíos. Se destruyó su estado; se destruyó
el culto a Yahvéh; la comunidad se resquebrajó por completo, y solo quedaron
individuos desarraigados y vencidos. Lo más lógico es que Israel hubiera
desaparecido del mapa de la historia.
El ejército de Nabucodonosor
convirtió a Judá en un matadero. La población del país fue diezmada. Aparte los
deportados a Babilonia, miles murieron en batallas o de inanición o enfermedad.
Otros muchos fueron ejecutados, mientras que otros huyeron para salvar sus
vidas. La población de Judá, que sobrepasaba probablemente los 300.000 en el
siglo octavo, apenas pasaría de 50.000 después del exilio.
Lo más duro para la comunidad fue
que el dogma sobre el que se fundamentaba su estado y su culto había recibido
un golpe mortal. ¿En qué consistía este dogma? En la seguridad de la
elección eterna de Sion por parte de Yahvéh, como su morada terrenal, y sus
promesas incondicionales a David de una dinastía que no tendría fin.
Al amparo de este dogma, creían
estar a salvo, rechazando incluso las amonestaciones de los profetas, como si
fueran herejías inconcebibles. Y así, esperaban confiados la poderosa
intervención de Yahvéh y un futuro que traería al descendiente ideal de la casa
de David, que establecería el gobierno justo y benéfico de Dios.
Pero los arietes del ejército de
Nabucodonosor derrumbaron toda esta falsa teología de un modo irreparable. Era
una teología falsa, y los falsos profetas que la defendían habían muerto hace
tiempo. Como he dicho, parecía el fin de Israel.
Y por si todo esto fuera poco, ¿cómo
pensáis que quedaba el nombre de Dios entre las naciones? Siempre se había
dicho que los dioses paganos no eran nada, más que madera o metal, pero ahora
que la teología nacional había sucumbido bajo el asalto de un dios pagano, y
los tesoros del Templo de Yahvéh descansaban en el santuario de Marduk, ¿era
verdad, después de todo, que los dioses de Babilonia no eran nada? Hubo una
gran tentación de abandonar por completo la fe ancestral en Yahvéh.
Además, hay que entender que
cuando los judíos fueron arrancados de su patria, entraron en contacto por
primera vez con los grandes centros culturales del mundo. Jerusalén, que en sus
mentes aldeanas era el centro del universo, debía parecerles ahora, en
comparación, muy pobre y atrasada. Rodeados de una riqueza y un poder
insólitos, con aquellos magníficos templos de los dioses paganos a la vista,
muchos debieron pensar que tal vez Yahvéh, que al fin y al cabo solo era el
Dios protector de un estado insignificante y que ni siquiera era capaz de
defender, tal vez no era el supremo y único Dios.
LA GRAN PREGUNTA
¿Dónde quiero ir a parar con
todo esto? Bueno, con este cuadro tan terrible de fondo, los historiadores
siguen preguntándose hoy todavía cómo es posible que Israel no pereciera igual
que el resto de las naciones. ¿Cómo consiguieron sobrevivir al desastre?
¿Cómo fueron capaces de formar una nueva comunidad por encima de las ruinas
de la antigua, y reanudar su vida como pueblo? ¿Cómo fue posible que su
fe en Yahvéh no solo no desapareciera por completo sino que además saliera
fortalecida y sobreviviera hasta el día de hoy?
Cuando los expertos consideran la
magnitud de las calamidades que tuvieron que soportar, causa asombro que Israel
no fuera absorbido por el torbellino de la historia del mismo modo que el resto
de naciones de Asia, y no perdiera para siempre su identidad como pueblo. De
entre todas las explicaciones que se han intentado dar, solo hay una que me
convence: (1) Yahvéh era y es el único Dios verdadero, y (2) Dios nunca se
olvidó de su pueblo, ni tampoco de sus propósitos redentores hacia la humanidad
a través de su pueblo.
Antes incluso de que ocurriera la
tragedia, Dios había hablado por medio de profetas como Jeremías o Ezequiel, que
mantuvieron viva la chispa de la esperanza para el futuro, afirmando que lo que
estaban viviendo era el justo castigo de Dios por el pecado de la nación, y les
dieron en los momentos más difíciles, una nueva esperanza a la que poder
aferrarse, la del triunfo final de los proyectos redentores del Señor. Es aquí
donde empezó a surgir un fervor hacia el retorno triunfante del Mesías de Dios,
ante el cual se rendirían las naciones.
Al igual que en la vida de José, Dios
utilizó estas circunstancias tan terribles, como un paso necesario de purificación
que preparó a Israel para un futuro nuevo.
LA ESPERANZA DE LA RESTAURACIÓN Y EL DEUTEROISAÍAS
Esta experiencia tan dramática del
exilio les condujo a una renovación espiritual; arrepentidos confesaban y
lloraban sus pecados, y suplicaban restauración.
El corazón les dio un vuelvo con
el ascenso de un príncipe aqueménida que fue capaz de conquistar el imperio
medo, y no solo eso sino que extendió su conquistas desde Partia hasta el
imperio de Lidia en Asia Menor. Este príncipe respondía al nombre de Ciro. En
pocos años, Babilonia se quedó completamente aislada.
Obviamente, estos sucesos
trajeron esperanzas de liberación. Pero muchos judíos se preguntaban qué papel
podría desempeñar Yahvéh en esta eclosión de imperios. ¿Poseía realmente el
control de los sucesos y los guiaría a un término triunfal?
Y providencialmente obtuvieron
respuesta. Porque justo antes de la caída de Babilonia, se escuchó entre los
exiliados la voz de otro gran profeta, para muchos el más grande de todos bajo
muchos aspectos. Puesto que su nombre es desconocido, y dado que sus profecías
se encuentran en los últimos capítulos del libro de Isaías, se le llama
convencionalmente Deuteroisaías. Yo sé que muchos no están de acuerdo con la
existencia de un segundo Isaías autor de los capítulos 40 al 55, y prefieren
creer que el primer Isaías, del siglo VIII, profetizó escatológicamente el
exilio y la restauración. Tanto da.
El caso es que el mensaje del
Deuteroisaías fue un mensaje de consuelo para un pueblo abatido. Escuchó
heraldos celestiales que anunciaban la decisión de Yahvéh de aceptar el
arrepentimiento de Israel, y que Yahvéh reuniría pronto a su rebaño, con poder
e infinita ternura, para conducirlo a su tierra. Dijo que Dios estaba detrás de
la carrera meteórica de Ciro y pronosticó el colapso de Babilonia. Presentó a
Yahvéh como un Dios de incomparable poder. Satirizó con ironía sobre los dioses
paganos, llamándoles trozos de madera y metal, que no podían intervenir en la
historia. Y proclamó que Yahvéh poseía el control absoluto de la historia.
Como otros profetas, interpretó
el exilio como un justo castigo de Yahvéh por el pecado de Israel; pero eso no quería
decir que hubiera abandonado su propósito de salvar a Israel después de haberle
purificado para traer bendición a todas las naciones.
Continuamente afirmó que “algo nuevo” estaba por llegar, y que el
Señor estaba impaciente por sacarlo a la luz. Este acontecimiento es descrito
como un camino a través del desierto en el que el Señor abrirá manantiales de
agua, que son figuras tomadas del Éxodo.
EL SIERVO DE YAHVÉ
Pero con todo, lo más profundo
del Deuteroisaías, no fue el hecho de que Dios fuera el gran actor de los
acontecimientos ni que Ciro era su agente político para la liberación. Lo más
sorprendente es que el pueblo que regresaría del exilio, volvería redimido por
el Señor, y serían revestidos de la justicia de una figura enigmática, conocida
como el Siervo sufriente de Yahvéh.
La reflexión de los sufrimientos
de esta figura no tiene parangón en todo el AT. Y es que en la narración de
Isaías, de repente irrumpe un elegido del Señor, dotado de su espíritu, cuya
misión es atraer a las naciones hacia Dios. Y aunque aparentemente fracasado y
desalentado, será luz en medio de las tinieblas. Será sometido a un tormento y
persecución inigualables, pero aun así será obediente a su destino, porque se
le ha prometido la victoria. Sus sufrimientos, soportados inocentemente y sin
queja ninguna, tienen una cualidad sanadora, y él entrega su vida como
sacrificio propiciatorio, y gracias a su muerte obtiene una numerosa
descendencia y ve el triunfo de los propósitos de Dios.
¡Qué pena que Israel, con el
tiempo, no viera en este siervo sufriente el esquema de la redención divina!
RESTAURACIÓN DE LA SOCIEDAD EN PALESTINA
El resto de la historia la conocemos.
Tras la derrota de Babilonia y el ascenso de Ciro, la restauración de la comunidad
judía fue un hecho. Y no debemos pasar por alto esta prueba más del control de
Dios de la historia. Todavía hoy en día, los eruditos se preguntan cómo es
posible que un conquistador de la talla de Ciro se pudiera interesar en asuntos
de un pueblo tan insignificante como el judío. Es cierto que Ciro mostró una
actitud moderada hacia todos los pueblos, y que actuó libremente según la
política que creía conveniente, pero sin saberlo, y como afirmó el profeta, estaba
cumpliendo los propósitos soberanos de un Dios que estaba muy por encima de él.
LA COMUNIDAD RESTAURADA
Pero por más que el primer paso
fuera alentador, y el pueblo regresara a Judá, los siguientes años fueron de
amargas desilusiones, no produciendo más que frustración y desaliento. ¡Qué lejos
quedaban las promesas del Deuteroisaías! No había el menor indicio de aquel
triunfo repentino y universal del que hablaban los profetas, ni reunificación
de judíos en Sion, ni vuelta de las naciones a la adoración de Yahvéh. La moral
empezó a decaer peligrosamente.
Para colmo de males, se desató la
hostilidad con los vecinos samaritanos, que no veían con buenos ojos la
ocupación por parte de los judíos de lo que ya consideraban como territorio
suyo. El rencor desató la violencia, y finalmente los samaritanos les
denunciaron ante el emperador, y no es extraño que Ciro paralizara las obras
del Templo. Es así como en los siguientes 16 años, el pueblo solo pudo luchar
por su supervivencia, sin energías para pelear y acobardados por sus vecinos.
Además fueron golpeados por una serie de malas cosechas, y muchos quedaron
desamparados, sin alimentos ni vestidos adecuados.
¿Dónde estaba el Señor? ¿Dónde
estaba esa “cosa nueva” de Yahvéh, la
derrota de las naciones y el gobierno triunfal que se suponía estaba ya a la
mano? ¿Verdaderamente tiene Dios el control de los acontecimientos?
Justo en el momento más difícil,
cuando existía el peligro de que la restauración fracasase completamente, y se
empezasen a asimilar prácticas paganas extranjeras, Dios interviene nuevamente
en la historia con dos profetas extraordinarios: Hageo y Zacarías.
Hageo instó a los retornados a
trabajar en la obra del Señor, a ser valientes, a despertar del letargo, a
luchar por el Señor, a desafiar a todo un imperio si era necesario. Y sintiendo
profundamente el desánimo del pueblo a causa de la enorme pobreza de los
materiales, les alentó con la promesa de que muy pronto Dios haría estremecer a
las naciones, llenando el Templo con sus tesoros y haciéndolo más espléndido
que el de Salomón. Incluso se dirigió a Zorobabel en términos mesiánicos,
presentándole como un tipo del elegido rey davídico que había de gobernar
cuando el poder imperial cayese derribado por tierra.
CONCLUSIÓN
Y yo os pregunto a vosotros que
tenéis la perspectiva del tiempo: ¿Ha cumplido el Señor su Palabra?
Prometió que restauraría a su pueblo, y lo hizo. Y aquella restauración no era
más que una sombra de la restauración final y decisiva por parte de Dios,
gracias a la obra redentora de su Siervo Sufriente. Y esto también lo ha
cumplido.
"Cuando
Jehová hiciere volver la cautividad de Sion, Seremos como los que sueñan.
Entonces nuestra boca se llenará de risa, Y nuestra lengua de alabanza...
Grandes cosas ha hecho Jehová con nosotros; Estaremos alegres" Salmos
126: 1-3
Como en tiempos de Hageo, puede
que nosotros también nos sintamos desalentados ante la obra de Dios. El auge
del islam, la decadencia del cristianismo en occidente, la ejecución de
cristianos, etc. Hoy, más que nunca es preciso recordar las palabras de Hageo,
porque las cosas no son lo que parecen.
El Señor tiene el control de la
historia, y tal como anunció Hageo a aquella generación tan pobre, su trabajo,
su esfuerzo, era un paso necesario en la cadena de acontecimientos que conduce
al glorioso día del Señor, en el que Dios hará temblar los cielos y la tierra,
y los reinos humanos serán trastornados, y todo ejército desaparecerá, y
recibiremos a nuestro Rey-Mesías, el Hijo de Dios que dará inicio a un gobierno
caracterizado por la Justicia u la Paz.
Cuando Ciro entró triunfal en
Babilonia, tomó la mano del dios Marduk, legitimando así su posición de rey de
pleno derecho en Babilonia y ganándose a las clases dignatarias al aparecer
como el campeón de los dioses. Es interesante como en la historia de los
pueblos antiguos, el dios más grande era siempre aquel que más victorias
conseguía. Pero yo os pregunto: ¿Qué Dios es más grande, aquel que más
victorias se atribuye, o aquel que tiene la capacidad de predecir e interpretar
la historia y utilizarla para sus propósitos?
Y la prueba del cumplimiento de
estas palabras es que hoy en día hay millones de personas que rinden culto al
Dios de Israel, mientras ¿quién se acuerda hoy en día de Ciro o de Marduk?
Yo recuerdo a Ciro y a Marduk, y no debo ser la única.
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