viernes, 5 de febrero de 2016

LA SOBERANÍA DE DIOS EN LOS TIEMPOS DE HAGEO

EXPOSICIÓN EN LA ESCUELA DOMINICAL DE LA IGLESIA EVANGÉLICA CRISTO VIVE (MADRID) EL DÍA 31 ENERO DE 2016

Hace unos domingos se me acercó Daniel Casado para proponerme hablar de la soberanía de Dios en tiempos de Hageo -la clase que he desarrollado durante unas semanas en la escuela dominical- y entroncar así con la historia José casi mil años antes. Obviamente, lo primero que me pregunté es ¿Cuáles fueron exactamente los tiempos de Hageo? Según el consenso de la mayoría, Hageo fue un hombre que vivió tanto el exilio como el retorno de los judíos y la reconstrucción del segundo Templo. Algunos piensan que es probable incluso que hubiera conocido el antiguo Templo, el de Salomón antes de su destrucción.

No cabe duda entonces que los tiempos de Hageo fueron unos tiempos terribles, donde se llegó a dudar como nunca de la capacidad de Dios para cumplir sus promesas. Y es que la destrucción de Jerusalén en el año 587a.C marcó un antes y un después en la historia de Israel. Muchas veces minimizamos o pasamos por alto esta tragedia tan espantosa que tuvieron que vivir los judíos. Se destruyó su estado; se destruyó el culto a Yahvéh; la comunidad se resquebrajó por completo, y solo quedaron individuos desarraigados y vencidos. Lo más lógico es que Israel hubiera desaparecido del mapa de la historia.

El ejército de Nabucodonosor convirtió a Judá en un matadero. La población del país fue diezmada. Aparte los deportados a Babilonia, miles murieron en batallas o de inanición o enfermedad. Otros muchos fueron ejecutados, mientras que otros huyeron para salvar sus vidas. La población de Judá, que sobrepasaba probablemente los 300.000 en el siglo octavo, apenas pasaría de 50.000 después del exilio.

Lo más duro para la comunidad fue que el dogma sobre el que se fundamentaba su estado y su culto había recibido un golpe mortal. ¿En qué consistía este dogma? En la seguridad de la elección eterna de Sion por parte de Yahvéh, como su morada terrenal, y sus promesas incondicionales a David de una dinastía que no tendría fin.

Al amparo de este dogma, creían estar a salvo, rechazando incluso las amonestaciones de los profetas, como si fueran herejías inconcebibles. Y así, esperaban confiados la poderosa intervención de Yahvéh y un futuro que traería al descendiente ideal de la casa de David, que establecería el gobierno justo y benéfico de Dios.

Pero los arietes del ejército de Nabucodonosor derrumbaron toda esta falsa teología de un modo irreparable. Era una teología falsa, y los falsos profetas que la defendían habían muerto hace tiempo. Como he dicho, parecía el fin de Israel.

Y por si todo esto fuera poco, ¿cómo pensáis que quedaba el nombre de Dios entre las naciones? Siempre se había dicho que los dioses paganos no eran nada, más que madera o metal, pero ahora que la teología nacional había sucumbido bajo el asalto de un dios pagano, y los tesoros del Templo de Yahvéh descansaban en el santuario de Marduk, ¿era verdad, después de todo, que los dioses de Babilonia no eran nada? Hubo una gran tentación de abandonar por completo la fe ancestral en Yahvéh.

Además, hay que entender que cuando los judíos fueron arrancados de su patria, entraron en contacto por primera vez con los grandes centros culturales del mundo. Jerusalén, que en sus mentes aldeanas era el centro del universo, debía parecerles ahora, en comparación, muy pobre y atrasada. Rodeados de una riqueza y un poder insólitos, con aquellos magníficos templos de los dioses paganos a la vista, muchos debieron pensar que tal vez Yahvéh, que al fin y al cabo solo era el Dios protector de un estado insignificante y que ni siquiera era capaz de defender, tal vez no era el supremo y único Dios.

LA GRAN PREGUNTA

¿Dónde quiero ir a parar con todo esto? Bueno, con este cuadro tan terrible de fondo, los historiadores siguen preguntándose hoy todavía cómo es posible que Israel no pereciera igual que el resto de las naciones. ¿Cómo consiguieron sobrevivir al desastre? ¿Cómo fueron capaces de formar una nueva comunidad por encima de las ruinas de la antigua, y reanudar su vida como pueblo? ¿Cómo fue posible que su fe en Yahvéh no solo no desapareciera por completo sino que además saliera fortalecida y sobreviviera hasta el día de hoy?

Cuando los expertos consideran la magnitud de las calamidades que tuvieron que soportar, causa asombro que Israel no fuera absorbido por el torbellino de la historia del mismo modo que el resto de naciones de Asia, y no perdiera para siempre su identidad como pueblo. De entre todas las explicaciones que se han intentado dar, solo hay una que me convence: (1) Yahvéh era y es el único Dios verdadero, y (2) Dios nunca se olvidó de su pueblo, ni tampoco de sus propósitos redentores hacia la humanidad a través de su pueblo.

Antes incluso de que ocurriera la tragedia, Dios había hablado por medio de profetas como Jeremías o Ezequiel, que mantuvieron viva la chispa de la esperanza para el futuro, afirmando que lo que estaban viviendo era el justo castigo de Dios por el pecado de la nación, y les dieron en los momentos más difíciles, una nueva esperanza a la que poder aferrarse, la del triunfo final de los proyectos redentores del Señor. Es aquí donde empezó a surgir un fervor hacia el retorno triunfante del Mesías de Dios, ante el cual se rendirían las naciones.

Al igual que en la vida de José, Dios utilizó estas circunstancias tan terribles, como un paso necesario de purificación que preparó a Israel para un futuro nuevo.

LA ESPERANZA DE LA RESTAURACIÓN Y EL DEUTEROISAÍAS

Esta experiencia tan dramática del exilio les condujo a una renovación espiritual; arrepentidos confesaban y lloraban sus pecados, y suplicaban restauración.

El corazón les dio un vuelvo con el ascenso de un príncipe aqueménida que fue capaz de conquistar el imperio medo, y no solo eso sino que extendió su conquistas desde Partia hasta el imperio de Lidia en Asia Menor. Este príncipe respondía al nombre de Ciro. En pocos años, Babilonia se quedó completamente aislada.

Obviamente, estos sucesos trajeron esperanzas de liberación. Pero muchos judíos se preguntaban qué papel podría desempeñar Yahvéh en esta eclosión de imperios. ¿Poseía realmente el control de los sucesos y los guiaría a un término triunfal?

Y providencialmente obtuvieron respuesta. Porque justo antes de la caída de Babilonia, se escuchó entre los exiliados la voz de otro gran profeta, para muchos el más grande de todos bajo muchos aspectos. Puesto que su nombre es desconocido, y dado que sus profecías se encuentran en los últimos capítulos del libro de Isaías, se le llama convencionalmente Deuteroisaías. Yo sé que muchos no están de acuerdo con la existencia de un segundo Isaías autor de los capítulos 40 al 55, y prefieren creer que el primer Isaías, del siglo VIII, profetizó escatológicamente el exilio y la restauración. Tanto da.

El caso es que el mensaje del Deuteroisaías fue un mensaje de consuelo para un pueblo abatido. Escuchó heraldos celestiales que anunciaban la decisión de Yahvéh de aceptar el arrepentimiento de Israel, y que Yahvéh reuniría pronto a su rebaño, con poder e infinita ternura, para conducirlo a su tierra. Dijo que Dios estaba detrás de la carrera meteórica de Ciro y pronosticó el colapso de Babilonia. Presentó a Yahvéh como un Dios de incomparable poder. Satirizó con ironía sobre los dioses paganos, llamándoles trozos de madera y metal, que no podían intervenir en la historia. Y proclamó que Yahvéh poseía el control absoluto de la historia.

Como otros profetas, interpretó el exilio como un justo castigo de Yahvéh por el pecado de Israel; pero eso no quería decir que hubiera abandonado su propósito de salvar a Israel después de haberle purificado para traer bendición a todas las naciones.

Continuamente afirmó que “algo nuevo” estaba por llegar, y que el Señor estaba impaciente por sacarlo a la luz. Este acontecimiento es descrito como un camino a través del desierto en el que el Señor abrirá manantiales de agua, que son figuras tomadas del Éxodo.

EL SIERVO DE YAHVÉ

Pero con todo, lo más profundo del Deuteroisaías, no fue el hecho de que Dios fuera el gran actor de los acontecimientos ni que Ciro era su agente político para la liberación. Lo más sorprendente es que el pueblo que regresaría del exilio, volvería redimido por el Señor, y serían revestidos de la justicia de una figura enigmática, conocida como el Siervo sufriente de Yahvéh.

La reflexión de los sufrimientos de esta figura no tiene parangón en todo el AT. Y es que en la narración de Isaías, de repente irrumpe un elegido del Señor, dotado de su espíritu, cuya misión es atraer a las naciones hacia Dios. Y aunque aparentemente fracasado y desalentado, será luz en medio de las tinieblas. Será sometido a un tormento y persecución inigualables, pero aun así será obediente a su destino, porque se le ha prometido la victoria. Sus sufrimientos, soportados inocentemente y sin queja ninguna, tienen una cualidad sanadora, y él entrega su vida como sacrificio propiciatorio, y gracias a su muerte obtiene una numerosa descendencia y ve el triunfo de los propósitos de Dios.

¡Qué pena que Israel, con el tiempo, no viera en este siervo sufriente el esquema de la redención divina!

RESTAURACIÓN DE LA SOCIEDAD EN PALESTINA

El resto de la historia la conocemos. Tras la derrota de Babilonia y el ascenso de Ciro, la restauración de la comunidad judía fue un hecho. Y no debemos pasar por alto esta prueba más del control de Dios de la historia. Todavía hoy en día, los eruditos se preguntan cómo es posible que un conquistador de la talla de Ciro se pudiera interesar en asuntos de un pueblo tan insignificante como el judío. Es cierto que Ciro mostró una actitud moderada hacia todos los pueblos, y que actuó libremente según la política que creía conveniente, pero sin saberlo, y como afirmó el profeta, estaba cumpliendo los propósitos soberanos de un Dios que estaba muy por encima de él.

LA COMUNIDAD RESTAURADA

Pero por más que el primer paso fuera alentador, y el pueblo regresara a Judá, los siguientes años fueron de amargas desilusiones, no produciendo más que frustración y desaliento. ¡Qué lejos quedaban las promesas del Deuteroisaías! No había el menor indicio de aquel triunfo repentino y universal del que hablaban los profetas, ni reunificación de judíos en Sion, ni vuelta de las naciones a la adoración de Yahvéh. La moral empezó a decaer peligrosamente.

Para colmo de males, se desató la hostilidad con los vecinos samaritanos, que no veían con buenos ojos la ocupación por parte de los judíos de lo que ya consideraban como territorio suyo. El rencor desató la violencia, y finalmente los samaritanos les denunciaron ante el emperador, y no es extraño que Ciro paralizara las obras del Templo. Es así como en los siguientes 16 años, el pueblo solo pudo luchar por su supervivencia, sin energías para pelear y acobardados por sus vecinos. Además fueron golpeados por una serie de malas cosechas, y muchos quedaron desamparados, sin alimentos ni vestidos adecuados.

¿Dónde estaba el Señor? ¿Dónde estaba esa “cosa nueva” de Yahvéh, la derrota de las naciones y el gobierno triunfal que se suponía estaba ya a la mano? ¿Verdaderamente tiene Dios el control de los acontecimientos?

Justo en el momento más difícil, cuando existía el peligro de que la restauración fracasase completamente, y se empezasen a asimilar prácticas paganas extranjeras, Dios interviene nuevamente en la historia con dos profetas extraordinarios: Hageo y Zacarías.

Hageo instó a los retornados a trabajar en la obra del Señor, a ser valientes, a despertar del letargo, a luchar por el Señor, a desafiar a todo un imperio si era necesario. Y sintiendo profundamente el desánimo del pueblo a causa de la enorme pobreza de los materiales, les alentó con la promesa de que muy pronto Dios haría estremecer a las naciones, llenando el Templo con sus tesoros y haciéndolo más espléndido que el de Salomón. Incluso se dirigió a Zorobabel en términos mesiánicos, presentándole como un tipo del elegido rey davídico que había de gobernar cuando el poder imperial cayese derribado por tierra.

CONCLUSIÓN

Y yo os pregunto a vosotros que tenéis la perspectiva del tiempo: ¿Ha cumplido el Señor su Palabra? Prometió que restauraría a su pueblo, y lo hizo. Y aquella restauración no era más que una sombra de la restauración final y decisiva por parte de Dios, gracias a la obra redentora de su Siervo Sufriente. Y esto también lo ha cumplido.

 "Cuando Jehová hiciere volver la cautividad de Sion, Seremos como los que sueñan. Entonces nuestra boca se llenará de risa, Y nuestra lengua de alabanza... Grandes cosas ha hecho Jehová con nosotros; Estaremos alegres" Salmos 126: 1-3

Como en tiempos de Hageo, puede que nosotros también nos sintamos desalentados ante la obra de Dios. El auge del islam, la decadencia del cristianismo en occidente, la ejecución de cristianos, etc. Hoy, más que nunca es preciso recordar las palabras de Hageo, porque las cosas no son lo que parecen.

El Señor tiene el control de la historia, y tal como anunció Hageo a aquella generación tan pobre, su trabajo, su esfuerzo, era un paso necesario en la cadena de acontecimientos que conduce al glorioso día del Señor, en el que Dios hará temblar los cielos y la tierra, y los reinos humanos serán trastornados, y todo ejército desaparecerá, y recibiremos a nuestro Rey-Mesías, el Hijo de Dios que dará inicio a un gobierno caracterizado por la Justicia u la Paz.

Cuando Ciro entró triunfal en Babilonia, tomó la mano del dios Marduk, legitimando así su posición de rey de pleno derecho en Babilonia y ganándose a las clases dignatarias al aparecer como el campeón de los dioses. Es interesante como en la historia de los pueblos antiguos, el dios más grande era siempre aquel que más victorias conseguía. Pero yo os pregunto: ¿Qué Dios es más grande, aquel que más victorias se atribuye, o aquel que tiene la capacidad de predecir e interpretar la historia y utilizarla para sus propósitos?

Y la prueba del cumplimiento de estas palabras es que hoy en día hay millones de personas que rinden culto al Dios de Israel, mientras ¿quién se acuerda hoy en día de Ciro o de  Marduk?