sábado, 12 de septiembre de 2015

EL REINADO DE JOSÍAS. EL ESPEJISMO DE UNA NUEVA ERA

JOSÍAS (640 al 609 a.C.). (2 Crónicas 34-35; 2 Reyes 22:1 a 23:30)


En la anterior entrada de blog (De Manasés a Josías) detallábamos el ocaso del imperio Asirio, aceptado de forma general en el año 612 a.C. con la caída de su capital Nínive por medos y babilonios. Ahora debemos retroceder un poco en el tiempo para hacer justicia a un monarca que brilló con luz propia. Su nombre: Josías (en hebreo: יֹאשִׁיָּהוּ, Yošiyyáhu, “Don de Dios” o “Fuego de Dios”). Es justo y necesario hacerlo así, porque El cronista inspirado de 2ª Reyes nos dice que "no hubo otro rey, ni antes de él ni después, que se convirtiese a Dios de todo su corazón, toda su alma y con todas sus fuerzas, conforme a la ley de Dios" 2ª Reyes 23:25.

Tal era la ruina en que encontraba el reino de Judá que era preciso que el Señor levantase a alguien de la talla de Josías, que trajera un avivamiento. Es cierto que se trató del avivamiento que precede al juicio, pero desde luego su obra no fue en vano. Su vida vino marcada por una profecía dada 327 años antes de su nacimiento, por un profeta anónimo que se acercó al idolátrico altar que Jeroboam I había edificado en Betel, y le dijo:

Altar, altar, así ha dicho Jehová: He aquí que a la casa de David nacerá un hijo llamado Josías, el cual sacrificará sobre ti a los sacerdotes de los lugares altos que queman sobre ti incienso, y sobre ti quemarán huesos de hombres”. 1ª Reyes 13:1-2.

Es posible que el nombre de Josías sea una interpolación posterior, pero lo cierto es que en él se cumplieron literalmente estas palabras, cuando mató a los sacerdotes paganos en sus propios altares. Así, entre grandes presagios, viene este príncipe al mundo y ocupa el trono de David.

Fue el soberano reformador por excelencia y, como tal, capaz de hacer cristalizar en opciones políticas la fidelidad al Dios de Israel, cuyos intereses eran defendidos por los profetas. 

¿EL ALBOR DE UNA NUEVA ERA?

Durante más de un siglo, el pequeño reino de Judá había estado dominado por el gran imperio asirio. De hecho, técnicamente hablando era un estado vasallo desde la época del rey Acaz (735 al 715a.C.). Ahora, en tiempos de Josías, Asiria estaba empezando a debilitarse y su estructura empezaba a ceder. Se palpaba el nerviosismo en todos los pequeños estados que compartían frontera con Judá por el oeste, buscando restaurar su independencia perdida.

Las reformas de Josías, aun siendo el resultado de un interés religioso sincero y con ánimo de limpiar Israel de toda la inmundicia idolátrica acumulada por Manasés, también promovieron las nunca olvidadas esperanzas nacionalistas de Judá. 

Josías consiguió no solo la independencia, sino anexionarse las provincias asirias que correspondían al antiguo reino unificado de David. Es fácil imaginar el ambiente de excitación generalizada en Israel, ante lo que parecía ser el albor de una nueva era, con una reforma y una reconquista que recordaba tiempos de gloria, produciendo una enorme conmoción social y religiosa. Judá parecía quitarse esa sombra de juicio pronosticada por los profetas desde hacía mucho tiempo. ¿Se trataba en realidad del albor de una nueva era para Israel, o no era más que un espejismo?

Gracias a las enseñanzas del joven Jeremías, que recibió su llamado profético en el 627, al decimotercer año del reinado de Josías y quinto de sus reformas religiosas, recibimos la clarísima impresión de que una cosa es que Josías quitase los ídolos de los lugares altos, y otra muy distinta que erradicase la idolatría del corazón y la mente del pueblo. Los dioses falsos habían inundado la tierra y esta gemía literalmente a causa de la maldad imperante. Y sin embargo, la gran paradoja es que toda esta corrupción iba de la mano junto con la floreciente adoración a Yahvé en el Templo de Jerusalén. Para Dios y para Jeremías está contradicción resultaba insoportable.

Y en esta situación de expectación y emoción generalizada, llegó lo peor que pudo suceder. El reino de Josías llegó a su fin antes de tiempo, en lo que se considera un error militar estratégico en el año 609 a.C., cuando Josías intentaba retrasar la ayuda in-extremis del faraón Necao a Asiria, que sucumbía ante el nuevo poder emergente de Babilonia. Su muerte fue lamentada por toda Judá, y con razón, ya que con Josías no solo murió la independencia de Judá, sino que se aproximaba lo que parecía ser el fin de Judá.

JOSÍAS, LOS PRIMEROS AÑOS


Amón, su padre, asesinado
2ª Reyes 21:19-26, explica cómo Manasés fue sucedido por su hijo Amón (642), que continuó con la misma política pro-asiria de su padre. Sin embargo, a los dos años fue asesinado en una conjura palaciega: 

De veintidós años era Amón cuando comenzó a reinar, y reinó dos años en Jerusalén… y dejó a Jehová el Dios de sus padres, y no anduvo en el camino de Jehová. Y los siervos de Amón conspiraron contra él, y mataron al rey en su casa. Entonces el pueblo de la tierra mató a todos los que habían conspirado contra el rey Amón; y puso el pueblo de la tierra por rey en su lugar a Josías su hijo”.

Este pasaje  no es fácil de interpretar, y según los estudiosos (Bright, 327) parece que el asesinato de Amón se debió a una conspiración ideada por elementos anti-asirios que buscaban un cambio radical en la política nacional. No obstante, parece que después hubo una importante facción que juzgó que todavía no era el tiempo favorable para dar ese giro, y una asamblea de notables (“el pueblo de la tierra”) ejecutó enseguida a los traidores y colocó en el trono al hijo del rey, Josías, de ocho años de edad. Nada bueno se podía esperar de Josías a juzgar por su genealogía, pero lo cierto es que tras dos de los reyes más malvados de Judá, Manasés y Amón, vino uno de los más piadosos.

Poco se sabe de sus primeros años, cuando aún era un niño, y los asuntos de estado estuvieron en manos de estadistas prudentes respecto a Asiria. Parece que Josías fue protegido por varones escogidos, que cansados de la idolatría imperante, le educaron en la verdadera fe. Y también que el joven rey de Judá llegó a comprender las proclamaciones del profeta enviado por Dios, Sofonías. A los ocho años de su reinado su corazón arde ya de celo por Yahvé, y empieza a borrar la religión falsa de Judá y Jerusalén (648a.C.). Destruye los ídolos, los postes sagrados y los altares de incienso que se utilizan en el culto de Baal. Se machacan las imágenes de las deidades falsas y el polvo resultante se esparce sobre las sepulturas de quienes les ofrecieron sacrificios. Se profanan y derriban los altares que se utilizan para la adoración inmunda:

A los ocho años de su reinado, siendo aún muchacho, comenzó a buscar al Dios de David su padre; y a los doce años comenzó a limpiar a Judá y a Jerusalén de los lugares altos, imágenes de Asera, esculturas, e imágenes fundidas”. 2ª Crónicas 34:3.

La limpieza que efectúa Josías está en pleno apogeo cuando Jeremías, el hijo de un sacerdote levita, llega a Jerusalén en el año 13 de su reinado (627). Jeremías tenía aproximadamente la misma edad de Josías. Yahvé lo ha nombrado profeta, y este declara con mucho vigor el mensaje contra la religión falsa, invitando al pueblo a la conversión y a la vuelta a la fe, colaborando con el rey a favor de la reforma religiosa y la renovación de la alianza.

JOSÍAS Y LA INDEPENDENCIA DE ASIRIA


Bajo Josías se alcanzó la independencia de Asiria. Los estudios recientes sobre la cronología asiria hacen posible establecer con bastante exactitud los movimientos que dio Judá hacia la independencia y los acontecimientos de Asiria (Wright, 360). En 2ª Crónicas 34:3 se dice que en el año octavo de Josías el rey “empezó a buscar al Dios de David, su padre”, es decir, que rechazó los dioses de los dominadores asirios y se declaró completamente en contra de la política sincretista de su abuelo Manasés. Esta determinación, como parece probable, la tomó cuando Assurbanipal -el último gran rey de Asiria- había muerto, o era ya un anciano.

Tras la muerte de Assurbanipal, se produjo una lucha de sucesión en la que falleció Assur-etil-ilani, el heredero natural al trono. Además, parece que siguieron inmediatamente una serie de desórdenes en Asiria y Babilonia, que hicieron imposible que Asiria mantuviera el control al oeste de su imperio. Esta fue la ocasión obvia para que el estado vasallo de Judá diera un segundo paso aún más decisivo que el primero. En 2ª Crónicas 34:3-7 se dice que tuvo lugar en el año duodécimo de Josías (629-628) y que consistió en una reforma religiosa total en que fueron destruidos todos los altares e imágenes de los ídolos, no sólo en Judá, sino por todo el norte de Israel hasta Galilea. Esto significa que Josías, probablemente sin dejar de considerarse vasallo nominal de Asiria, hacía propias las antiguas pretensiones davídicas de gobernar sobre una Palestina unida, y se anexionó las provincias asirias septentrionales. No se sabe prácticamente nada de cómo realizó estas anexiones, si de golpe o gradualmente, pero el caso es que estas provincias, abandonadas ya por Asiria, no debieron ofrecer gran resistencia.

No es de extrañar, como ya se ha comentado, que en Judá se respirase un ambiente exultante, que recordaba a una época más gloriosa. En el 628-627 fue cuando Jeremías recibió su vocación como profeta. Sus primeros vaticinios sobre el peligro del norte (Jeremías 1:2), junto con los de su contemporáneo Sofonías, han sido interpretados por muchos investigadores como motivados por una gran invasión de hordas escitas procedentes de Armenia y del sur de Rusia. Pero esta suposición se basa únicamente en una referencia de Heródoto que no ha podido ser verificada.  Según el historiador griego del siglo V, los escitas invadieron toda Asia occidental sembrando la ruina y el pánico por todas partes (Heródoto I, 104-106). Siendo cierto que los escitas constituyeron una seria amenaza para los asirios a lo largo de toda la frontera septentrional, no parece que haya pruebas para la dominación de la que habla Heródoto.

Pero si los escitas no eran la amenaza del norte, ¿cuál era entonces la amenaza? Desde luego, en medio de toda la expectación de triunfo de Judá en aquel entonces, las palabras de Jeremías de que se aproximaba el día del Señor como día de juicio, debieron parecer las palabras de un loco.

Más o menos al mismo tiempo que las acciones de Josías, el faraón Psammético consiguió reunificar todo Egipto, aunque lo hizo siendo vasallo de Asiria. Este hecho resultaba incómodo para Judá, y hacía de Egipto –en calidad de vasallo de Asiria- una potencia hostil para Judá. Se ha pensado que Jeremías 2:18 refleja las dudas acerca de la política de Judá en cuanto a posibles alianzas: “Ahora, pues, ¿qué tienes tú en el camino de Egipto, para que bebas agua del Nilo? ¿Y qué tienes tú en el camino de Asiria, para que bebas agua del Eufrates?

De cualquier forma, podemos concluir este punto diciendo que en el momento más álgido de la reforma de Josías (622), es un hecho que Asiria dejó a Judá como país libre.


EL HALLAZGO DEL LIBRO DE LA LEY


La reforma de Josías es la más completa de la historia de Judá, y está detalladamente documentada en 2ª Reyes 22-25 y en 2ª Crónicas 34. Tal fue el calado de sus reformas que los escritores bíblicos prácticamente no nos cuentan ninguna otra cosa de él.

Parece que hay un consenso generalizado entre los eruditos de que se trató de una reforma realizada en tres etapas. La primera (2ª Crónicas 34:3-8) se inició en el año 8 de su reinado (632), con el firme propósito de repudiar el culto oficial asirio. Después, en el año 12 de reinado (629), coincidiendo con la inestabilidad sucesoria tras la muerte de Assurbanipal, inició una purga total de la idolatría, que además extendió al norte de Israel cuando Josías se trasladó a aquella región. Finalmente, en el año 18 de su reinado (622), ocurrió algo que sacudió la conciencia del propio Josías y dio un giro a la dirección de estas reformas anteriores, llevándolas a su conclusión definitiva.

En ese año, el 622, en el curso de unas reparaciones efectuadas en el Templo, fue hallada una copia del “libro de la ley”, probablemente perdido durante los años de apostasía, que fue llevada a presencia del rey provocando en él una profunda consternación:
Josías rasga sus vestiduras

El sacerdote Hilcías me ha dado un libro. Y lo leyó Safán delante del rey. Y cuando el rey hubo oído las palabras del libro de la ley, rasgó sus vestidos” 1ª Reyes 22:10-11.

Tal fue la conmoción y la alarma que le produjo comprender la gravedad y el alcance del pecado de su pueblo,  que usó la tradicional expresión de rasgamiento de las vestiduras para mostrar su horror y asombro. Una pena profunda se apoderó de él. Si estos eran los mandamientos de Yahvé, la nación era culpable de flagrante desobediencia a ellos, y merecedora sin ninguna duda de los juicios pronunciados contra los que no guardasen la Ley. 

Aquel libro (una copia de Deuteronomio), cargado de la nostalgia de los días antiguos, declaraba con desesperante urgencia que la nación dependía del retorno a la antigua alianza con Yahvé, y Josías se dio cuenta que estaba viviendo en un país de necios al suponer que Yahvé estaba obligado a defenderles incondicionalmente en base a las promesas hechas a David.

Si, como consideran la mayoría de eruditos, el libro en cuestión era Deuteronomio (o un fragmento de él), no cabe duda de la vehemencia con la que Deuteronomio 13 declara la idolatría como el crimen capital:

Si te incitare tu hermano, hijo de tu madre, o tu hijo, tu hija, tu mujer o tu amigo íntimo, diciendo en secreto: Vamos y sirvamos a dioses ajenos, que ni tú ni tus padres conocisteis, de los dioses de los pueblos que están en vuestros alrededores, cerca de ti o lejos de ti, desde un extremo de la tierra hasta el otro extremo de ella; no consentirás con él, ni le prestarás oído; ni tu ojo le compadecerá, ni le tendrás misericordia, ni lo encubrirás, sino que lo matarás; tu mano se alzará primero sobre él para matarle, y después la mano de todo el pueblo. Le apedrearás hasta que muera, por cuanto procuró apartarte de Jehová tu Dios, que te sacó de tierra de Egipto, de casa de servidumbre; para que todo Israel oiga, y tema, y no vuelva a hacer en medio de ti cosa semejante a esta” Deuteronomio 13:6-11.

Solo un texto como este y otros que aparecen en el mismo capítulo podrían explicar la ferocidad con la que Josías trató no sólo a los funcionarios de los cultos paganos, sino también a los sacerdotes del antiguo Israel del norte, que desde su punto de vista, también eran idolátricos.

Pero vamos por partes. La pregunta que hervía ahora en la cabeza de Josías era la siguiente: ¿Había tiempo todavía para evitar el juicio de Dios sobre ellos? Josías fue perfectamente consciente que la reciente abolición de la idolatría asiria no era, ni mucho menos, suficiente. Había que reformar radicalmente la vida religiosa de la nación y poner de inmediato los preceptos de aquel libro. Pero insisto, ¿había tiempo? ¿En qué situación se encontraba él y su pueblo respecto a los tiempos del juicio de Dios? Tal vez fuese ya demasiado tarde.

Así pues era preciso consultar el oráculo divino. Siempre le queda a uno la duda de por qué no se llamó al profeta Jeremías, pero lo cierto es que se envió un mensaje urgente a la profetisa Hulda, para consultarle sobre el asunto y recibir la anhelada respuesta de Yahvé sobre el asunto. La respuesta de esta mujer, de la que no se sabe mucho, fue demoledora. La idolatría mencionada en aquel libro había ido tan lejos que traería, de forma inevitable, el juicio de Dios sobre el pueblo; Pero tal juicio no alcanzaría a Josías, porque al leérsele el libro se había arrepentido de corazón de los pecados de su pueblo, y de sus antecesores:

He aquí yo traigo sobre este lugar, y sobre los que en él moran, todo el mal de que habla este libro que ha leído el rey de Judá; por cuanto me dejaron a mí, y quemaron incienso a dioses ajenos, provocándome a ira con toda la obra de sus manos; mi ira se ha encendido contra este lugar, y no se apagará. Mas al rey de Judá que os ha enviado para que preguntaseis a Jehová, diréis así: Así ha dicho Jehová el Dios de Israel: Por cuanto oíste las palabras del libro, y tu corazón se enterneció, y te humillaste delante de Jehová, cuando oíste lo que yo he pronunciado contra este lugar y contra sus moradores, que vendrán a ser asolados y malditos, y rasgaste tus vestidos, y lloraste en mi presencia, también yo te he oído, dice Jehová” 2ª Reyes 22:16-19.

Este texto nos habla de la sensibilidad espiritual de Josías. Tenía un corazón como el de David, tierno hacia Dios, que llora por sus pecados y por los de su pueblo. A pesar del tremendo golpe recibido por la profecía, Josías no se vino abajo y decidió a llevar a cabo una reforma completa. Para empezar, celebró una solemne asamblea en el Templo, en la que leyó públicamente el libro recién descubierto, e indujo a los más ancianos y principales representantes de la nación a comprometerse por pacto con todo lo que decía el libro de parte de Dios. No hay duda de que este acto fue, en realidad, una confirmación de la antigua alianza sellada en el desierto en tiempos de Moisés, cuando el pueblo escuchó por primera vez la Ley y se comprometió a obedecerla.

Lo cierto es que esta nueva alianza con Dios en nombre de todo el pueblo, buscaba que nunca más volviesen a olvidarse de Él, y aborreciesen la idolatría. Así logró atraer a muchos al conocimiento de Dios y de su Ley, a cuantos hebreos habitaban en Israel. Mientras vivió Josías, se puede decir que el pueblo no volvió a cometer idolatría. Es por eso, que 2ª Reyes 23: 25 dice que “no hubo otro rey antes de él, que se convirtiese a Jehová de todo su corazón, de toda su alma y de todas sus fuerzas, conforme a toda la ley de Moisés; ni después de él nació otro igual”. 

No sabemos si Josías pensó, que aun a pesar de las palabras de la profetisa, todavía había tiempo para deshacer siglos de maldad causada por tantas generaciones de idolatría. Pero sabía que su Dios era un Dios de gracia y misericordia, y fuese cual fuese el destino final de la nación, no había tiempo que perder para hacer lo correcto. La historia nos demuestra que, lamentablemente, ya no había tiempo, y ya no podía deshacerse el mal causado. La conducta de la nación en las décadas siguientes nos confirma este punto.

Pero  Josías no perdió ni un minuto de tiempo, y se puso a traducir en hechos las palabras de aquel pacto recién sellado. Sabemos que ya había comenzado a purgar el Templo de toda la idolatría asiria, pero había muchas otras instalaciones de afinidad más bien canaanita que asiria, que había que eliminar. Algunos de estos cultos habían sido introducidos por Manasés (2ª Reyes 23:6, 10), pero otros muchos existían desde muy antiguo. Había que extirpar todo aquello para siempre, por lo que Josías condenó a muerte a todo el personal, tanto a los sacerdotes eunucos, como a los prostituidos de ambos sexos. Todos fueron condenados a muerte. Se suprimió también la práctica de la adivinación y la magia.
Moloch (libro de A. Nyström)

Un ejemplo de uno de estos cultos mesopotámicos ancestrales, era el santuario del valle de los Hijos de Hinom, situado al sur de la ciudad, donde Jeremías comenta que los israelitas residentes adoraban a Moloc, realizando en ocasiones sacrificios de niños y quemándolos vivos, fue completamente demolido, y el valle considerado contaminado por aquellos ritos idolátricos, descalificado para cualquier rito o ceremonia en el futuro.  Hasta tal punto fue así, que aquel valle se convirtió en el vertedero de la ciudad, y en lugar de arder los fuegos de los altares de Moloc, se encendieron hogueras para incinerar las basuras de la ciudad. De estos fuegos constantes que consumían los deshechos de la ciudad le vino el nombre del valle del Hinom, traducido más tarde al griego por “Gehenna”, dando significado al lugar de castigo de los malos en el mundo futuro, en el lugar donde el fuego no se consume.

Medidas similares a las de Jerusalén se tomaron en otras ciudades de Judea, donde los cultos y los sacerdotes idólatras se suprimieron por todas partes. Pero Josías no se conformó con limitar las reformas a su propio territorio, sino que aprovechando la debilidad asiria del momento, entró impunemente en la provincia de Samaria, y destruyó aquel famoso santuario cismático de Betel cercano a la frontera que había levantado el primer monarca del reino dividido del norte, Jeroboam, 300 años antes, condenando a muerte a sus sacerdotes. Aquel acto de Jeroboam, construyendo un templo alternativo, con dos becerros de oro que flanqueaban su entrada, asemejándolo a Yahvé al dios canaaneo por excelencia, le hizo pasar a la historia como el rey que hizo pecar a Israel (1ª Reyes 13:1-9). Ya comentamos al principio, el interesante oráculo que un profeta anónimo lanzó contra Jeroboam cuando quemaba incienso sobre aquel altar, ahora destruido, advirtiéndole de la futura llegada de un tal Josías que sacrificaría a los sacerdotes sobre aquel abominable altar (1ª Reyes 13:1-2).

Según 2ª Crónicas 34:6, la reforma de Josías se extendió hasta el norte de Galilea. La búsqueda de pureza en la adoración a Yahvé, llevó a Josías a realizar aquello que no consiguió Ezequías: cerrar todos los santuarios dispersos de Yahvé, y centralizar todo el culto a Dios en Jerusalén. De esta forma se tomó una medida curiosa, y es que todos los sacerdotes de santuarios locales de Yahvé fueron llamados a integrarse en el servicio en Jerusalén, y a ocupar su puesto entre el clero del Templo (2ª Reyes 23:8). Esto no debió agradar nada a los sacerdotes en Jerusalén, que tendrían que compartir los servicios y emolumentos. Así pues, parece que los sacerdotes rurales se quedaron donde estaban.

Cuando se terminaron las etapas iniciales de la reforma, se celebró una solemne fiesta de Pascua de acuerdo con las estrictas instrucciones de Deuteronomio en el año 621. En ella se sacrificaron los corderos pascuales para todo el reino en Jerusalén. El carácter y trascendencia de esta Pascua se resalta en 2ª Reyes 23:22:

No había sido hecha tal pascua desde los tiempos en que los jueces gobernaban a Israel, ni en todos los tiempos de los reyes de Israel y de los reyes de Judá”.

Nos podemos imaginar que una reforma tan radical como la que emprendió Josías debió chocar con toda clase de resistencia, y debió ser, por tanto, difícil de realizar. Según Soggin (307) no debe sorprendernos que en torno a esta época e incluso después tengamos noticias de santuarios que no fueron eliminados. Por las excavaciones arqueológicas sabemos que en Arad (Negueb) existía un santuario de la época de Salomón. Hay otros ejemplos, que hacen concluir que la reforma, aunque sostenida por la corte, apoyada sin reservas por los profetas y por la parte religiosamente más madura de la población israelita (aparte del sacerdocio), no encontró el favor de todos. 

LA CUESTIÓN DEL ÉXITO DE LA REFORMA DE JOSÍAS


No se disponen de muchos datos de la vida de Josías entre el fin de sus reformas y su muerte. Lo cierto es que con el ocaso del imperio asirio, nadie le podía discutir su lograda independencia o sus anexiones territoriales. Todo parece indicar que entre sus dominios estuvieran la mayor parte las área históricas de Israel, con las provincias de Samaria, Meguido y posiblemente Galaad. 

Se discute mucho hasta qué punto tuvo éxito la reforma, ya que se sabe que después de la destrucción del Templo de Jerusalén unos años más tarde, hombres continuaron todavía peregrinando a santuarios del norte de Israel (Jeremías 41:5). Por otro lado, la centralización del cultos en Jerusalén fue combatida por muchos, porque los sacerdotes de santuarios yahvistas abolidos no estaban dispuestos a dejar sus territorios e integrarse en el sacerdocio de Jerusalén (2ª Reyes 23:9). Claro, que tampoco el clero de Jerusalén deseaba recibirlos, a no ser que admitieran tener un rango inferior.

La reforma estableció un monopolio sacerdotal en Jerusalén, que tal vez no fuera del todo bueno, como suele pasar con todos los monopolios. Así las cosas, no fue hasta el retorno del exilio que se creó esa clase inferior de clero que podría servir de forma secundaria en Jerusalén:

Y los levitas que se apartaron de mí cuando Israel se alejó de mí, yéndose tras sus ídolos, llevarán su iniquidad. Y servirán en mi santuario como porteros a las puertas de la casa y sirvientes en la casa; ellos matarán el holocausto y la víctima para el pueblo, y estarán ante él para servirle. Por cuanto les sirvieron delante de sus ídolos, y fueron a la casa de Israel por tropezadero de maldad; por tanto, he alzado mi mano y jurado, dice Jehová el Señor, que ellos llevarán su iniquidad. No se acercarán a mí para servirme como sacerdotes, ni se acercarán a ninguna de mis cosas santas, a mis cosas santísimas, sino que llevarán su vergüenza y las abominaciones que hicieron” Ezequiel 44:9-13.

Es de suponer también, que la abolición de los santuarios locales, con la consecuente reducción de ocasiones de celebración del culto con participación del pueblo, traería cierta relajación y secularización de la vida en las regiones más alejadas (Bright, 334), con la consecuente separación de la vida cultica y moral.

Pero sin ninguna duda, lo más grave de la reforma es que tendió a conformarse con medidas externas que no llegaban a cambiar el corazón de piedra de las personas, ni a afectar a su vida espiritual. De hecho, esto es lo peor que podría ocurrir, porque además traía una falso sentido de paz, sin una verdadera vuelta a Dios. Este fue precisamente el énfasis del mensaje de Jeremías, que lamentaba que el incremento de la actividad religiosa, no fuera acompañado por una conversión a los antiguos caminos de Dios (Jeremías 6:16-21), y que el clero siguiera sin denunciar los pecados del pueblo. En realidad, Jeremías llegó a pensar que el orgullo de la nación había aumentado más con la posesión del libro de la Ley, ya que le parecía increíble que él, que hablaba de parte del mismo Yahvé inspirador del libro, no fuera escuchado.

¡Qué paradoja más grande! La Ley que dio una nota de responsabilidad moral y religiosa a la teología nacional, vino a traer un peligrosísimo falso sentido de seguridad contra el que Jeremía luchó en vano. El pueblo lo simplificó todo, pensando que las exigencias de Yahvé ya debían estar satisfechas (Jeremías 6:13), por lo que la nación ya podía estar segura de la protección de Dios, convirtiendo la teología de Dios en una vergonzosa caricatura de sí misma: Protección automática a cambio de cumplimiento externo. Punto. Este problema teológico haría que la tragedia fuera inevitable.

SOFONÍAS, JEREMÍAS Y LA NECESIDAD DE UN NUEVO PACTO


Entre los profetas que le apoyaron con entusiasmo tenemos a Sofonías, que además parece ser que era primo suyo, si es que en realidad pertenecía a la casa real (Sofonías 1:1). El ministerio de Sofonías debería fecharse un poco antes de la reforma de Josías, ya que algunas de ellas las profetiza Sofonías en su libro. Denunció los pecados tanto culticos como éticos de la política de Manasés, advirtiendo que había despertado la cólera divina. Anunció que el terrible día de Yahvé era inminente y que a la nación solo le quedaba una salida: el arrepentimiento (2:1-3), y que Yahvé ofrecía una última oportunidad (3:6 y ss.). Pero al igual que Isaías, Sofonías creyó que el Señor se proponía sacar del juicio a un remanente castigado y purificado (3:9-13).

El otro profeta, de más calado todavía, es Jeremías. Su ministerio empezó por el tiempo de la amenaza escita, unos cinco años antes de la reforma. Jeremías pertenecía a la familia sacerdotal de Anatot (de la tribu de Benjamín) y Según F. F. Bruce (101) probablemente descendía de aquel sacerdote Abiatar, que fue exiliado por Salomón al unirse a la causa del otro hijo de David, Adonías. De cualquier forma, Jeremías aprobó completamente las reformas de Josías, ya que conocía demasiado bien las tendencias idolátricas de todos aquellos supuestos santuarios de Yahvé y de los dioses canaanitas de la fecundidad. Jeremías se mantuvo dentro de una antigua tradición profética que se remontaba hasta Oseas, hasta la misma alianza mosaica.

En los oráculos de la primera parte de su ministerio, no para de denunciar los abusos que fueron luego abolidos por Josías: La cantidad inmensa de dioses falsos adorados con incienso por todas las ciudades de Judá, la gran cantidad de postes de Asera y pilares de culto, los altares idolátricos y el insoportable culto a Moloc en el valle de los hijos de Hinom.

Obviamente, cuando Jeremías vio que el rey abolía estos abusos, le apoyó incondicionalmente, pero como ya hemos dicho, Jeremías tenía la profunda convicción de que la reforma era insuficiente para desarraigar la extendida metástasis de la nación, y que no podría penetrar a la profundidad necesaria. En realidad estaba seguro de que no afectaba a la conciencia de las personas.

No es que Jeremías no apreciara la sinceridad y honestidad del trabajo de Josías, pero sabía que había muchos que las aceptaban simple y llanamente porque lo mandaba el rey, y además un rey que daba ejemplo, pero en su fuero interno les dolía romper con las formas de culto recibidas de sus inmediatos antecesores.

Entonces, ¿dónde estaba el problema? Josías había extirpado todos los cultos idolátricos, y había comprometido al pueblo con Yahvé en ceremonia solemne. ¡Cuánto nos cuesta entenderlo! En realidad, el pacto establecido por Josías en el que había comprometido a todo el pueblo, adolecía del mismo problema que el original de Moisés. No tenía poder para cambiar la naturaleza del corazón del pueblo, y el pacto se guardaría con una eficacia similar al primero. Hacía falta algo más, una alianza diferente que hiciera entrar al pueblo en una relación con Dios a otra dimensión, que Jeremías previó y plasmó en su célebre texto de Jeremías 31:31-34:

He aquí que vienen días, dice Jehová, en los cuales haré nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá. No como el pacto que hice con sus padres el día que tomé su mano para sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos invalidaron mi pacto, aunque fui yo un marido para ellos, dice Jehová. Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo.  Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce a Jehová; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice Jehová; porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado”. 

Habían pasado más de 600 años desde el primer pacto en los días de Moisés. Y ahora, habrían de pasar más de 700 antes que este nuevo pacto predicho por Jeremías fuese inaugurado por Jesús de Nazaret. Pero en aquellos tiempos de emoción generalizada por la independencia, nadie quería saber nada de catástrofe nacional, ni la claridad con la que Jeremías apuntó a ese rayo de esperanza que iluminaba el futuro. Porque en lo referente al futuro inmediato, a pesar de las mejores intenciones de Josías, este era tenebroso. 

Los lamentables efectos de los reinados anteriores, y la realidad de que el pecado evoluciona. Esto es algo que solemos ignorar, pero la vida está en continuo movimiento y el mal, si no se frena a tiempo, también evoluciona. Seis millones de judíos fueron exterminados en la II Guerra mundial por un pensamiento maligno en la mente de un hombre, producido por la teoría de “la puñalada por la espalda”. Esa semilla evolucionó y terminó convirtiéndose en un gran proyecto, con funcionarios que hacían su trabajo a la perfección, trenes que llegaban en punto, científicos brillantes que descubrieron un gas que al contacto con el aire, desprendía cianuro. El mal está en movimiento, y siempre crece. El rey David es un claro ejemplo de esto: El adulterio le llevó al asesinato y la traición, y lo increíble es que cuando fue abordado por el profeta Natán, ni siquiera lo recordaba ya.

Mientras Josías vivió podemos decir que mantuvo la pureza religiosa de forma drástica, pero el retroceso que sobrevino después de su muerte mostró bien a las claras la precisión quirúrgica de la grave enfermedad predicha por Jeremías.

LA MUERTE DE JOSÍAS Y EL PRINCIPIO DEL FIN


Para comprender las circunstancias de la muerte de Josías, hay que entender los últimos estertores del imperio Asirio, ya que este tardó en caer a manos de medos y babilonios. Lo cierto es que el ocaso de Asiria no proporcionó paz ni a Judá ni a los demás pueblo de Palestina y Siria. La razón es que venciera quien venciera (Asiria o Babilonia), los pequeños siempre perderían. 

Una de las razones por la que Asiria tardó en caer, fue porque recibió el apoyo de Egipto. Las razones parecen claras, ya que los egipcios no veían con buenos ojos la creación de otro poderoso estado, sucesor de los asirios, y preferían una Asiria debilitada que no pusiera pegas a sus ansias expansionistas sobre las provincias sirias y judías. Los hechos se desarrollaron aproximadamente de la siguiente forma (para una información más detallada ver la entrada anterior del blog): 
Tableta BM 25127, que menciona a Nabopolasar
en el trono de Babilonia.
Tras la muerte del último gran rey asirio, Assurbanipal, se desata una guerra de sucesión entre sus hijos, de la que sale vencedor el menor, Sin-shar-ishkun, que después tiene que derrotar a un general de su hermano para hacerse finalmente con el poder.

Debilitado por esta lucha de sucesión, se hace con el control de Babilonia Nabopolasar, fundador de un nuevo imperio, el caldeo o neo-babilónico. Nabopolasar consigue derrotar a los asirios de Sin-sha-ishkun en la batalla de Uruk (626), y en los años siguientes se suceden una serie de batallas en las que Nabopolasar sale victorioso. Pero una cosa es vencer en batallas y arrebatar importantes plazas a los asirios, y otra derrotarles en su propio territorio.

Es por esta razón, que Nabopolasar establece una alianza con los Medos, sellado por la boda de la princesa meda Amitis con el príncipe heredero babilónico Nabucodonosor. Es así, como medos y babilonios marchan juntos para atacar el corazón de Asiria. Sitian la mítica ciudad de Assur, antigua capital del imperio, y la terminan tomando al asalto. La ciudad es completamente destruida, lo que supone un golpe durísimo para los asirios.

En el año decimocuarto de su reinado (612-611), Nabopolasar decide que ya es tiempo de dar el golpe definitivo a los asirios. Haciendo honor a los pactos firmados, los ejércitos reunidos de Babilonia y Media, marchan directamente contra Nínive. Durante tres meses someten a un feroz asedio a la capital asiria, tomándola finalmente por asalto, y efectuando gran matanza que acaba incluso con la vida del propio Sin-shar-ishkun, el rey asirio. La ciudad es completamente saqueada, llevándose gran botín, para luego ser arrasada hasta los cimientos.

Todo parece acabado para Asiria, cuando en septiembre de 612 asciende al trono de Harrán (importante ciudad asiria de la parte occidental del imperio), Assur-uballit II, que se autoproclama heredero y continuador del trono de Asiria.

En el año 610-609 a.C., los egipcios deciden marchar en apoyo de Asiria, para contactar con el ejército de Assur-uballit, en Harrán. Gobernaba el país del Nilo un nuevo faraón, Necao II, que además comanda personalmente la expedición. Todo parece indicar que además de brindar apoyo al rey asirio, su verdadera intención es anexionarse Palestina.

En esta marcha de apoyo a Asiria es donde le sale al encuentro Josías con su pequeño ejército, para intentar detenerle en el paso de Meguido y evitar su auxilio a Assur-uballit. En esta batalla, Josías es mortalmente herido. No se sabe por qué Josías arriesgó su vida y su sueño de un Israel independiente en una batalla que parecía inútil contra un ejército egipcio al que nunca podría derrotar.

Se ha especulado si Josías podía haber sido un aliado formal de los babilonios, como en otra ocasión lo fue su antepasado Ezequías, o si simplemente defendía la soberanía de su propio territorio. Pero la verdad es que Josías no deseaba, bajo ningún concepto, una victoria egipcio-asiria, cuyo resultado hubiera colocado a Judá a merced de las ambiciones de Necao. De cualquier forma, la mayor parte de los eruditos consideran que fue una acción suicida.

El encuentro entre ambos ejércitos tuvo lugar junto a Meguido, pero no tenemos datos del desarrollo de la contienda. La única narración de la que disponemos es 2ª Crónicas 35:20-25, en la que Necao envió una embajada a Josías en la que le invitaba a someterse y a permitirle el paso hacia el norte. Josías se negó a escuchar sus protestas y prefirió la batalla. Herido de muerte por arqueros egipcios, falleció poco después en Jerusalén, donde había sido trasladado:

Necao rey de Egipto subió para hacer guerra en Carquemis junto al Eufrates; y salió Josías contra él. Y Necao le envió mensajeros, diciendo: ¿Qué tengo yo contigo, rey de Judá? Yo no vengo contra ti hoy, sino contra la casa que me hace guerra; y Dios me ha dicho que me apresure. Deja de oponerte a Dios, quien está conmigo, no sea que él te destruya. Mas Josías no se retiró, sino que se disfrazó para darle batalla, y no atendió a las palabras de Necao, que eran de boca de Dios; y vino a darle batalla en el campo de Meguido. Y los flecheros tiraron contra el rey Josías. Entonces dijo el rey a sus siervos: Quitadme de aquí, porque estoy gravemente herido. Entonces sus siervos lo sacaron de aquel carro, y lo pusieron en un segundo carro que tenía, y lo llevaron a Jerusalén, donde murió; y lo sepultaron en los sepulcros de sus padres. Y todo Judá y Jerusalén hicieron duelo por Josías. Y Jeremías endechó en memoria de Josías. Todos los cantores y cantoras recitan esas lamentaciones sobre Josías hasta hoy; y las tomaron por norma para endechar en Israel, las cuales están escritas en el libro de Lamentos” 2ª Crónicas 35:20-25.

Hay una extraña similitud entre la muerte de Josías y la de Acab, precisamente porque este último era un rey de muy distinta clase que el primero. No se trata solamente de que ambos fueran heridos por arqueros enemigos, sino porque tanto uno como otro se disfrazaron en el campo de batalla. Según F.F. Bruce (106) probablemente lo hicieron por el mismo motivo, y es porque hay fundamento de que esta expedición para cerrarle el paso a Necao en Meguido contaba con la oposición del partido de los profetas.

Sea como fuere, Necao prosiguió su camino hacia el Eúfrates para apoyar a asiria en su asalto a Harrán, pero fracasó miserablemente, tal vez por el retraso inducido por el propio Josías. Egipto tuvo que aceptar el dominio de Babilonia en Mesopotamia, y Necao se esforzó por consolidar su posición al oeste del río, y reagrupó su ejército en Carquemis, una ciudad que custodiaba el principal paso sobre el río, a 90 Km. al nordeste de Alepo. En su camino de regreso a Egipto, el faraón Necao se declara a sí mismo Señor sobre Siria y Palestina. Judá volvía a ser vasallo, esta vez de los egipcios.

LA SUCESIÓN Y EL FIN DE LA INDEPENDENCIA


En Jerusalén, tras la muerte de Josías, se eligió inmediatamente un sucesor, y el pueblo tenía razones de peso, como después se verá, para no elegir a Eliaquim, el mayor de sus hijos. Así que colocaron la corona sobre la cabeza del menor, Salum, que escogió el nombre de Joacaz para reinar. Pero a los tres meses de su reinado fue llamado por el faraón Necao a sus cuarteles generales en Riblá (Siria central), para desposeerle de su título de rey y deportarle a Egipto, tal como detalla 2ª Reyes 23: 31-35. Así fue como Joacaz fue llevado encadenado  a Egipto, y Necao escogió precisamente al denostado hermano mayor como afrenta para los judíos en el trono. Así fue como Eliaquim subió al trono de Judá con el nombre de Joacim.

Jeremías, que tanto había llorado la desgracia de Josías, ahora entendía que había sido afortunado en su muerte, en comparación con la desgracia de su sucesor Joacaz, condenado a languidecer por el resto de sus días en la cautividad egipcia:

No lloréis al muerto, ni de él os condoláis; llorad amargamente por el que se va, porque no volverá jamás, ni verá la tierra donde nació” Jeremías 22:10.

Joacim enseguida demostró a sus súbditos el tipo de monarca que Necao les había impuesto: un hombre impío, tirano y agresor. En las antípodas de su padre Josías. No satisfecho con el inmenso y aplastante tributo que Necao había impuesto a su pueblo, Joacim se hizo construir un espléndido palacio a base de mano de obra forzada:

!!Ay del que edifica su casa sin justicia, y sus salas sin equidad, sirviéndose de su prójimo de balde, y no dándole el salario de su trabajo! Que dice: Edificaré para mí casa espaciosa, y salas airosas; y le abre ventanas, y la cubre de cedro, y la pinta de bermellón. 5 ¿Reinarás, porque te rodeas de cedro? ¿No comió y bebió tu padre, e hizo juicio y justicia, y entonces le fue bien?  El juzgó la causa del afligido y del menesteroso, y entonces estuvo bien. ¿No es esto conocerme a mí? dice Jehová. Mas tus ojos y tu corazón no son sino para tu avaricia, y para derramar sangre inocente, y para opresión y para hacer agravio” Jeremías 22:13-17.

El faraón Necao pudo mantener su control sobre Siria y Palestina apenas 4 años, del 609 al 605. Porque en el año 605, Nabucodonosor cayó sobre los ejércitos egipcios en Carquemis hacia finales de la primavera del 605, destrozándolos por completo.

Llegaba un nuevo poder sobre Mesopotamia, y no pintaba bien para Judá. Todo se había precipitado para mal, pero no debemos olvidar que la huella del gran Josías no desapareció, y hubo muchos que mantuvieron las normas de justicia y rectitud dadas por Josías. Él demostró que es posible la victoria a pesar de circunstancias que parecían insuperables, a pesar de de tener la peor herencia familiar posible (Manasés y Amón), a pesar de la miserable condición espiritual de su país. Josías no permitió que nada de esto le detuviera. Dedicó su corazón al Señor, y ganó a muchos para Dios. Reparó el Templo de Dios, y el descubrimiento del libro de la Ley produjo una nueva alianza con el Dios de sus antepasados que marcó a fuego el corazón de gran cantidad de judíos piadosos.

Muchos de esos judíos piadosos nacieron bajo la renovación del pacto impulsada por Josías, como el profeta Ezequiel, tan fundamental para guiar al pueblo en el exilio, o Daniel, Ananías, Misael y Azarías. Todos ellos resultaron ser aquel remanente santo que volvería a Sion para continuar la obra del Dios soberano.



Bibliografía


- La Historia de Israel. John Bright. Editorial DESCLÉE DE BROUNER.
- Arqueología Bíblica. G. Ernest Wright. Ediciones cristiandad. 
- La monarquia hebrea, Volumen 2.Vicente Bacallar y Sanna San Felipe. Ulan Press
- Comentario Bíblico Histórico. Edersheim, Alfred. Editorial CLIE
- Nueva Historia de Israel. J.Alberto Soggin. Editorial DESCLÉE DE BROUWER
- Israel y la Naciones. F.F. Bruce. Editorial Portavoz Evangélico.
- Diccionario Bíblico Arqueológico. Charles F. Pfeiffer. Editorial Mundo Hispano.
- Nuevo Manual Bíblico Unger. Merrill F. Unger. Editorial Portavoz Evangélico.
- Josefo: Los Escritos Esenciales. Paul L. Maier. Editorial Portavoz Evangélico
- Panorama del Antiguo Testamento. Lasor, Hubbard, Bush. Libros Desafío 
- Compendio de Historia Sagrada. Varios. Editorial Progreso. 
- Más allá de la Biblia. Mario Liverani. Editorial Crítica.
- Jeremías. R. K. Harrison. Comentarios Didaqué.
- Y la Biblia tenía razón. Werner Keller. Omega


lunes, 24 de agosto de 2015

LA DECADENCIA DE JUDÁ. DE MANASÉS A JOSÍAS. LA CAÍDA DEL IMPERIO ASIRIO

INTRODUCCIÓN: UN SIGLO EN CAÍDA LIBRE (687 al 587 a.C.)

Assubanipal cazando. Brittish Museum
Entre la muerte de Ezequías y la caída de Jerusalén bajo Nabucodonosor (babilonios) transcurre exactamente un siglo, del 687 al 587 a,C. Raras veces una nación ha experimentado tantos, tan dramáticos y tan repentinos cambios de fortuna en tan corto espacio de tiempo.

Decíamos en una entrada anterior (“Senaquerib y Ezequías”) que a pesar de la milagrosa salvación de Jerusalén de manos de los asirios, Judá no entendió la lección, y me atrevería a decir que precisamente fue aquella liberación de los asirios lo que precipitó su fin. Aquella retirada de los ejércitos de Senaquerib in extremis, ante una Jerusalén exhausta y sin capacidad de resistencia, produjo una confianza ciega y fanática en la protección del Señor, pero sin una verdadera fidelidad a él mismo y al pacto. 
Durante la mitad del período que va de la muerte de Ezequías a la destrucción de Jerusalén, Judá conoció como vasallo de Asiria, una sucesión de épocas de sometimiento e independencia, primero respecto a Egipto y después respecto a Babilonia, para finalmente terminar aniquilándose a sí misma en una rebelión inútil contra esta última. Tan rápida fue la sucesión de estas fases que un hombre, como JEREMÍAS, pudo presenciarlas todas. Se ha observado con acierto que en períodos de gran trascendencia en la historia de su pueblo, Dios llamó a hombres de una destacada altura espiritual para guiar a la nación de acuerdo con la voluntad divina, y promover su visión de su destino como pueblo elegido para bendición de las naciones. Así ocurrió con el profeta Isaías en tiempos de Acaz y Ezequías, y ahora igual con Jeremías. Pero si el primero tuvo la dicha de ser mensajero de salvación, no así el segundo. Dios se proponía castigar a su propio pueblo, pero no para raerlo de la faz de la tierra, sino para purificar un remanente fiel, fruto del ministerio de hombres de la talla de Jeremías. Pero nos estamos adelantamos mucho, porque la caída del poderoso imperio asirio y el surgimiento del régimen babilónico tardaron en llegar, y toda Mesopotamia se llenaría de sangre.

Las principales fuentes bíblicas de la historia son, una vez más, el libro de Reyes (2ª Reyes 21-25) y el libro de Crónicas (2ª Crónicas 33-36). El problema es que estas fuentes dejan muchas lagunas históricas sin responder, pero por otro lado, proporcionan información deliciosa en palabras de muchos profetas que ejercieron su ministerio en este tiempo: Sofonías, Nahúm y Habacuc.

En las décadas que transcurren entre las invasiones asirias y la reforma del gran Josías (bisnieto de Ezequías), ocuparon el trono davídico dos monarcas que la Biblia condena como impíos y malvados: Manasés y Amón.

MANASÉS, REY DE JUDÁ (692 al 642 a.C.)

A Ezequías le sucedió su joven hijo Manasés, quien durante la mayor parte de su reinado fue un leal vasallo de Asiria. La lucha de su padre Ezequías por la independencia de Asiria había fracasado, y es probable que solo su muerte le salvara de severas represalias por parte de Senaquerib o de su sucesor Esarhadón. Manasés aceptó todas las implicaciones políticas y religiosas del vasallaje, y su reinado marcó una completa ruptura de la política  de reforma de su padre y un regreso a la política y a los excesos idolátricos del rey Acaz. Es cierto que el corto reinado de Acaz no dio tiempo a que su desvío religioso mostrase sus más graves efectos, aunque sabemos que su comportamiento trajo bastantes desastres sobre su pueblo.

Sin embargo, Manasés tuvo un largo reinado, de por lo menos 45 años, y permitió que las tendencias retrógradas hacia el sincretismo religioso arraigasen en la vida de su pueblo, y el efecto moral que produjeron no hubo forma de extirparlo, ni siquiera con la reforma religiosa que emprendió su nieto Josías, tras el intrascendente reinado de su hijo Amón. Como vasallo de los asirios, Manasés tuvo que dar culto a sus dioses supremos; y así lo hizo, erigiendo altares a las divinidades de los planetas y las estrellas asirias, incluso dentro de las atrios del mismísimo Templo de Dios en Jerusalén. Estas acciones, sin embargo, fueron mucho más allá de lo meramente formal y obligado, y constituyeron un completo repudio de la fe a Yahvé. Se permitió que florecieran todos los cultos y prácticas paganas, tanto nativas como extranjeras.

Solo el posterior exilio y el colapso completo de la nación pudo eliminar la adoración al sol y a otras muchas divinidades. Todos aquellos santuarios idolátricos que fueron cerrados por Ezequías fueron de nuevo abiertos y florecieron los antiguos cultos canaanitas: El culto a Baal, a Asera, las prácticas de nigromancia, la prostitución ritual, y en algunos casos los sacrificios humanos.  Se dice incluso que el propio Manasés ofreció en sacrificio a un hijo suyo, posiblemente en ocasión de algún grave peligro nacional.

Lo más sorprendente es que muchas de estas cosas no representaron para los judíos un abandono consciente de la religión nacional, pero no cabe duda que la fuerza de la primitiva fe en Yahvé había sido tan profundamente olvidada, y los ritos paganos incompatibles con esta fe tan largamente practicados, que muchas veces ya ni se diferenciaba entre Yahvé y los dioses paganos. Parece que el pueblo practicaba estos ritos junto con el culto a Yahvé, sin darse cuenta del alejamiento  progresivo de la fe nacional. La situación encerraba un inmenso peligro para la integridad religiosa de Israel. La fe en Yahvé corría el peligro de deslizarse, inconscientemente hacia un abierto politeísmo.

Cierto es que siempre se había pensado en Yahvé como rodeado de un ejército celestial, y puesto que los cuerpos celestes había sido considerados según la tradición popular como miembros de la corte de Yahvé, la introducción de los cultos a las divinidades celestes incitó al pueblo a juzgar a estos dioses paganos como miembros de este ejército de la corte de Yahvé, y a concederles adoración como tales. De no haberse reprimido esto, pronto se hubiera convertido a Yahvé en el dios jefe de un panteón, y la fe primitiva de Israel se hubiera prostituido por completo.

Por desgracia, la decadencia generalizada de la religión nacional trajo consigo un desprecio a la ley de Yahvé como no se había conocido antes, traducido en innumerables casos de violencia e injusticia (Sofonías 1:9, 3:1-7), junto con un peligrosísimo escepticismo respecto a la capacidad de Yahvé para intervenir en los sucesos de la historia:

"Acontecerá en aquel tiempo que yo escudriñaré a Jerusalén con linterna, y castigaré a los hombres que reposan tranquilos como el vino asentado, los cuales dicen en su corazón: Jehová ni hará bien ni hará mal" Sofonías 1:12.

Obviamente, a todo esto se oponía el partido de los profetas, denunciando el desvío de la fe en Yahvé, y que éste nunca había permitido que se rindiera culto a ningún dios que no fuera Él mismo, pero toda esta oposición se vio ahogada en sangre (2ª Reyes 21:16). Los que estaban en el poder creían que estas medidas tan severas eran necesarias y estaban justificadas en interés de la nación, para evitar el despertar de un movimiento antiasirio que atrajese nuevamente las iras de aquellos.

Los emperadores asirios contemporáneos de Manasés fueron Esarhadón (Asarjaddón), y Assurbanipal, cuyo máximo empeño durante las décadas de los setenta y sesenta de aquel siglo fue la derrota de Egipto.

2ª Crónicas 33:11-17 ofrece un dato interesante y cuestionable sobre la biografía de Manasés, en clave un poco más positiva. Parece que por sospechas de deslealtad o tras una rebelión fallida de éste, fue conducido encadenado a Babilonia por los asirios. Y aunque ni el libro de Reyes ni las memorias asirias mencionan este incidente, según el cronista, en ese cautiverio asirio, parece que Manasés se habría convertido al Señor, y ya de vuelta a Jerusalén, habría purificado el templo de todos los elementos extraños que había mandado introducir. Pero por 2ª Reyes parece que en todo caso debió ser algo algo pasajero, ya que los abusos de los que se hizo responsable continuaron hasta que su nieto Josías los reprimió.

Algunos autores piensan que este pasaje de 2ª Crónicas no es histórico, y que se confunde con un viaje de Manasés a Asiria para ofrecer sus servicios como aliado en el momento en que Assurbanipal –sucesor de Esarhadón en el trono asirio- iniciaba una campaña de conquista de Egipto. Es cierto que en el llamado “Cilindro C” (ANET 294) se menciona que en aquella campaña Asiria contaba con veintidós vasallos, entre los que estaba precisamente Manasés, que como hemos dicho llega a la capital Asiria no ya encadenado, sino para entregar al soberano el tributo anual y un contingente de tropas de apoyo para dicha campaña contra Egipto. Basándose en este viaje, algunos han creído que el narrador de Crónicas ha construido la historia edificante de su prisión y conversión fruto de la desgracia. Afirman además que es probable que los autores bíblicos no consiguieran conciliar el largo reinado de Manasés, elemento considerado siempre como favor divino, con la extrema impiedad del mismo. Y como parecía imposible que Dios favoreciera a un soberano tan notoriamente malvado, tal vez la dificultad (según afirma por ejemplo Soggin, 303) se resolviera presentando una grave crisis de conciencia, para después convertirse y hacer penitencia.

Bajo mi punto de vista, probablemente la historia de 2ª Crónicas sea histórica, y lo que pasa es que se trata de dos momentos históricos diferentes. Probablemente el incidente del cautiverio está relacionado con alguno de estos dos episodios. Por un lado sabemos que antes del inicio de la conquista de Egipto por parte de Esarhadón y su conclusión por su hijo Assurbanipal, hubo una revuelta sidonia contra Esarhadón en el 667, en la que el faraón Tirhakah hizo una alianza con Tiro. Es posible que Manasés se viera implicado en esta ocasión. Sea como fuere, el rey de Asiria debió creer conveniente tener un estado "tapón" entre su imperio y Egipto, y restauró a Manasés, de la misma forma que más tarde restauró al príncipe egipcio Necao que después ayudaría a Esarhadón y Assurbanipal a gobernar Egipto, aun a pesar de su deslealtad inicial y haber sido traslado también encadenado a la corte de Asiria.
Cautividad de Manasés en Babilonia
Pero desde luego hay otra ocasión mucho más verosímil si cabe para la posible deslealtad de Manasés, y se sitúa ya hacia el final de su reinado. Muerto Esarhadón y reinando su hijo Assurbanipal, y siendo gobernador de Babilonia, Samas-sun-ukin, su hermano mayor. Éste se rebeló contra Asiria (652-648), justo en el momento en que Egipto recuperó su independencia en el 655 con la ayuda del rey de Lidia. Es probable que resultara un momento histórico muy tentador para una rebelión fallida de Manasés, pero dado que Asiria salió muy debilitada de esa guerra no les interesara la destitución de un rey como Manasés que históricamente había sido leal y que tras el desenlace ya no tenía ningún aliado.

De cualquier forma, el autor inspirado del libro de los reyes no puede decir ni una sola palabra buena de Manasés, sino que por el contrario le señala como el peor rey que nunca se sentó en el trono de David, cuyo pecado fue tal que no pudo nunca ser perdonado (2ª Reyes 21:9-15, 24 ss.).

Manasés falleció en el 642, y fue sucedido por su hijo AMÓN que continuó con la misma política de su padre, pero en un momento muy complicado en el que surgieron en la corte influencias antiasirias, que culminaron con el asesinato de Amón en el 639.   
Manasés (derecha) y Josías (izquierda). El Escorial.
Sin embargo, parece que el grupo de poder más moderado recuperó el poder y puso a JOSÍAS en el trono a pesar de que éste era tan solo un niño de apenas 8 años. Sus consejeros actuaron con gran cautela, trazando sus planes con mucho cuidado, de forma que cuando Josías alcanzó la madurez, todo estaba dispuesto para aprovechar el derrumbe del imperio asirio.

Dada la importancia de Josías y el giro antisirio que le dio a su política, así como sus reformas religiosas, parecía que se iniciaría en Judá el albor de una nueva era de libertad y bendición. En el reinado de Josías nacieron profetas de la talla de Daniel, Ezequiel y otros. Sin embargo, el fin de Judá estaba ya decidido por Dios, y aunque todo fue al final resultó ser un espejismo, las reformas religiosas de Josías trajeron un resurgir espiritual que a la larga aseguraría aquel “remanente” fiel que el Señor cuidó en el exilio y restauró bajo Zorobabel. Dada la importancia de Josías, le dedicaremos una entrada de blog exclusiva desde el comienzo de su reinado hasta la caída de Jerusalén bajo el rey títere Sedequías y Joaquín en el exilio.

ESARHADÓN, REY DE ASIRIA (681 al 699 a.C.)

Según 2ª Reyes 19:37, Senaquerib fue asesinado en un templo de Nínive por dos de sus hijos. El relato bíblico es confirmado por los anales asirios (ANET,  288 s.) en el año 681 a.C. Le sucedió su hijo más joven, Esarhadón, que demostró ser un gobernante excepcionalmente agresivo. Parece que en el 681 a. C. fue exiliado de la corte precisamente por sus hermanos, responsables del asesinato de Senaquerib el mismo año. Pero tras una guerra civil de alrededor de seis meses, Esarhadón se impuso como rey de Asiria, y, según el relato bíblico (2ª Reyes 19:35-37), sus hermanos huyeron al "país de Ararat", identificado generalmente como Urartu.
 En cuanto se aseguró el poder, estabilizó la situación en Babilonia y restauró la ciudad y el templo de Marduk, que su padre había destruido. Esto, junto con varias campañas ocuparon los primeros años de su reinado. Entonces Esarhadón centró su atención en su gran obsesión: Egipto. Puesto que Egipto siempre había estado al frente de todas las rebeliones que tanto habían trastornado la parte más oeste del imperio asirio, quiso iniciar una empresa para atajar la raíz del mal de una vez por todas. Allí donde su padre no pudo triunfar (la peste que también le obligó a abandonar el asedio a Jerusalén, ver entrada de blog “Senaquerib y Ezequías”), triunfaría él.

Y así fue. Esarhadón acabó venciendo, pero no fue fácil. Un intento inicial en el 673 fue rechazado en la frontera, pero finalmente sus tropas derrotaron a TIRHAKAH en el 671, apoderándose de Menfis y capturando a toda la familia real junto con los tesoros de la corte egipcia.  Sin embargo esto no significó el final de la resistencia egipcia, porque apenas se retiró el ejército asirio cuando Tirhakah, que había huido al sur, promovió una rebelión, haciendo necesaria una nueva campaña de Esarhadón. Pero éste, víctima de una enfermedad crónica murió durante la marcha.

Le sucedió Asurbanipal en Asiria, y Shamash-shum-ukin en Babilonia. La sucesión pudo llevarse a cabo sin incidentes, gracias a la intervención de la reina madre, Naqi'a, madre de Esarhadón, que gozaba de gran influencia en la corte, como símbolo de la legitimidad y la continuidad dinástica. Ella exigió a los hermanos de Asurbanipal, y a los gobernadores, políticos y militares, que respetaran el juramento de fidelidad hecho al rey difunto.

ASSURBANIPAL, REY DE ASIRIA (669 al 627)

Assurbanipal (conocido en el Antiguo Testamento como Osnaper (libro de Esdras, 4:10), para los griegos como Sardanapal, y para el historiador romano Marco Juniano Justino, como Sardanapalus). Hijo y sucesor de Esarhadón, fue el último gran rey de Asiria (669 al 627), y el que aplastó definitivamente la rebelión egipcia. 
El faraón Tirhakah se vio obligado de nuevo a huir hacia el sur donde murió al cabo de algunos años (664?).
Assurbanipal, matando un león.  Brittish Museum
 Los príncipes rebeldes egipcios fueron llevados a Babilonia y ejecutados, a excepción de Necao, que al igual que le ocurriera a Manasés, fue perdonado junto a su hijo Psammético y reintegrado a su posición. Fue más tarde, cuando el sucesor de Tirhakah, Tanutamum, continuó provocando disturbios, que obligó a los asirios a remontar el Nilo en el 663, llegando hasta Tebas, y destruyéndola (661). El faraón huyó a Nubia, y con él desapareció para siempre la dinastía XXV. Ya no había ningún poder capaz de resistir contra Asiria, razón de más para que Manasés permaneciera fiel.

La caída de Tebas, la principal ciudad del Alto Egipto, saqueada y destruida por Assurbanipal, es descrita por el profeta hebreo NAHÚM. Este profeta ejerció su ministerio precisamente desde la caída de Tebas (661) hasta la posterior caída de Nínive (la capital asiria) en 612. Fue un profeta que no solo anunció la caída de Nínive, describiendo el ataque por el norte de los medos y los caldeos por el sur, sino que fue un consolador para su pueblo. Señaló la misericordia de Dios con los que hacen el bien, su bondad con los que confían en Él, pero su severo trato con sus enemigos. Nínive fue un ejemplo de juicio de Dios, porque los pecados siempre traen sus frutos:

¿Eres tú mejor que Tebas, que estaba asentada junto al Nilo, rodeada de aguas, cuyo baluarte era el mar, y aguas por muro? Etiopía era su fortaleza, también Egipto, y eso sin límite; Fut y Libia fueron sus ayudadores.  Sin embargo ella fue llevada en cautiverio; también sus pequeños fueron estrellados en las encrucijadas de todas las calles, y sobre sus varones echaron suertes, y todos sus grandes fueron aprisionados con grillos. Todas tus fortalezas serán cual higueras con brevas, que si las sacuden, caen en la boca del que las ha de comer. He aquí, tu pueblo será como mujeres en medio de ti; las puertas de tu tierra se abrirán de par en par a tus enemigos; fuego consumirá tus cerrojos. Provéete de agua para el asedio, refuerza tus fortalezas; entra en el lodo, pisa el barro, refuerza el horno. Allí te consumirá el fuego, te talará la espada, te devorará como pulgón” Nahúm 3:8-12.

Asiria alcanzó la cumbre de su poder con Assurbanipal, pero comenzaba a acechar sobre ella una sombra de desastre que precipitaría su caída. Su inmenso imperio tenía una frágil estructura que debía ser siempre mantenida por el uso continuo de la violencia. Su agresividad y capacidad de destrucción no hizo sino acentuar el odio hacia ella por todas partes, y nuevas potencias empezaban a aparecer en sus fronteras. Esta es una lección que aprendieron posteriormente los babilonios y sobre todos los persas.

Aunque Asiria no tenía rival en ningún poder del mundo, tenía muchos enemigos, tanto dentro como fuera de ella. Ya hemos comentado que en Babilonia, precisamente el hermano mayor de Assurbanipal, Samas-sum-ukin, gobernaba como rey delegado en Babilonia, y seguía reinando la inquietud entre los elementos caldeos (arameos) de la población, que como siempre podían contar con la ayuda de Elam, tradicional enemigo de Asiria en el este. En el otro lado del imperio, Egipto era un hervidero que no podía ser controlado de un modo eficaz. PSAMMÉTICO I (663-609), hijo del ya mencionado Necao a quien los asiros habían mostrado tanta benevolencia, terminó por hacerse el dueño de Egipto. Y cuando se sintió lo suficientemente fuerte (poco después del 655) se negó a rendir el obligado tributo a Asiria declarándose formalmente independiente. Con él dio inicio la dinastía XXVI, y con la ayuda del rey Gyges de Lidia –otro declarado enemigo de Asiria- se propusieron promover disturbios y fomentar deserciones de vasallos.
Psammético I. Tuba de Pasaba (Tebas)
Assurbanipal, ocupado en la parte norte de su imperio, intentaba controlar algunas incursiones de pueblos indo-arios que presionaban su frontera norte. Entre aquellos pueblos había algunos clásicos, como los medos, que se encontraban al oeste de Irán ya desde el siglo IX. Los asirios habían hecho repetidas campañas contra ellos en el pasado sometiéndolos parcialmente. También estaban los cimerios, que en el pasado, habían descendido en oleadas desde más allá del Cáucaso, seguidos por los escitas. Los sumerios arrasaron Urartu  durante el reinado de Sargón II (abuelo de Esarhadón), y presionado después sobre Asia Menor, destruyendo incluso el reino de Midas en Frigia. Assurbanipal combatió contra los cimerios en Asia Menor, como lo había hecho también Gyges de Lidia (que finalmente cayó en una batalla contra ellos), saliendo victorioso en todas sus batallas y protegiendo sus fronteras. Pero la pregunta era: ¿Hasta cuándo podría aguantar el dique?

Fue precisamente en el 652 cuando Assurbanipal tuvo que hacer frente a la rebelión de su propio hermano, Samas-sum-ukin, desde Babilonia.Éste contaba con el apoyo de la población caldea de la región y también con los elamitas y otros pueblos de las tierras altas de Irán. Como ya hemos dicho, en el oeste se extendía el descontento en Palestina y Siria, instigado por Psammético. Es posible que Judá fuera uno de los implicados, o al menos que Manasés estuviera muy cercano para caer luego bajo sospecha de los asirios (2ª Crónicas 33:11). Aunque Assurbanipal logró dominar la situación, la lucha fue tan encarnizada que sacudió los mismísimos cimientos del imperio. En el 648 Babilonia fue conquistada tras dos años de asedio, y Samas-sum-ukin se suicidió. Assurbanipal fue entonces a por Elam y se apoderó de su capital Susa, poniendo fin al frente occidental. Tomó también venganza de todas las tribus árabes del desierto de Siria que habían destruido Moab, instalando en Samaria -y en otros lugares- pueblos deportados de Elam y Babilonia. Sin embargo, Egipto se libró y no pudo ser reconquistado.

Es muy posible que Assurbanipal mostrara clemencia a Manasés y le permitiera reforzar sus fortificaciones (2ª Crónicas 33:14), con el fin de ganarse, como ya hemos dicho, un vasallo cerca de la frontera egipcia que estuviera preparado y fuera capaz de defender el reino contra posibles agresiones por ese flanco.

EL COLPASO DEL IMPERIO ASIRIO

Poco se sabe de los últimos años del reinado de Assurbanipal, pero parece que después de someter a todos sus enemigos, se dedicó a crear una gran biblioteca para guardar copias de mitos y relatos épicos de la antigua Babilonia, incluyendo las narraciones babilónicas de la creación y el diluvio (algunas tablillas de la biblioteca de Nínive conservan las versiones actuales más completas del poema de Gilgamesh). Assurbanipal murió según estimaciones en el 627, y el fin de Asiria estaba muy cerca.

La muerte del gran rey dio inicio a una guerra fratricida entre sus hijos, Ashur-etil-ilani (heredero natural del trono) y su hermano Sin-shar-ishkun. La cosa se complicó aún más porque ese mismo año murió también Kandalanu, el rey de Babilonia que había impuesto Asiria, parece que al mismo tiempo que los escitas atacaban las fronteras del imperio. Al parecer, Sin-shar-ishkun, como hiciera su tío años antes, trazó un plan para usurpar primero el trono vacante en Babilonia, para después intentar usurpar el trono de Asiria.

Ashur-etil-ilani, al conocer estos hechos marcha hacia el sur en búsqueda su su hermano rebelde, pero muere en Nippur. De esta forma, Sin-shar-ishkun se autoproclama nuevo rey de Asiria, pero cuando  llega a Nínive para ocupar el trono, descubre que éste lo ha ocupado un general de su hermano, Sin-shumu-lishir. No sabemos cómo, pero Sin-shar-ishkun, hijo de Asurbanipal, asesino de su hermano, termina ocupando el trono asirio. 

Pero en toda esta actividad, el trono de Babilonia ha quedado nuevamente vacante (se ignora si Sin-shar-ishkun llego a nombrar un gobernador en su ausencia), pero es usurpado por un personaje cuya figura, desconocida para nosotros, será el auténtico protagonista de los próximos años: NABOPOLASAR (Nabu-apla-utsur).

Este Nabopolosar fue el fundador del imperio neo-babilónico. Poco se sabe de sus oscuros orígenes, y en el conocido como el “Cilindro de Nabopolasar”, se llama a sí mismo “hijo de nadie”. Sin duda, en los años previos debió de ser un jefe caldeo de cierto relieve. En octubre del 626, derrota a los asirios fuera de Babilonia y ya no le pudieron desalojar de ahí a pesar de los repetidos esfuerzos asirios.

Babilonia había sido demasiado importante, bien lo sabía Senaquerib que decidió destruirla para siempre. Foco de rebeliones permanente, y siempre plataforma de lanzamiento para el control de Asiria, como hizo Sin-shar-ishkun. Ahora éste comprende que debe expulsar a Nabopolasar de Babilonia, por lo que conduce su ejército a Nippur, y Nabopolasar se ve obligado a retroceder ante el poderoso ejército combinado de Asiria y Nippur, siendo perseguido hasta Uruk. La batalla era inevitable (Batalla de Uruk, 626 a.C.), pero contra todo pronostico, Nabopolasar consigue su primera victoria frente a las tropas asirias.

A partir de aquí todo se hace cada vez más confuso, pero se sabe que el ejército asirio (en el mes de Ajaru) vuelve a descender sobre Acad, y “en el duodécimo día del mes de Tasrtu” se enfrenta de nuevo con el ejército babilonio y son otra vez derrotados por estos, que consiguen incluso saquear el campamento rival. Las crónicas dirán que “durante un año no habrá rey sobre la tierra”, que es una forma suave de decir que Sin-shar-ishkun había logrado huir y continuaba en el trono asirio. Además es justo aquí, cuando se relata el ascenso “oficial” al trono de Babilonia por parte de Nabopolasar en el “vigésimo sexto día del mes de Arahsmna”.

Ya asentado en el poder, y durante su primer año de gobierno (625), Nabopolasar inicia un inteligentísimo juego político. Entre sus primeras medidas, destaca la devolución de las estatuas de los dioses de Susa (Elam) arrebatados por los asirios. Interesante decisión tomando en cuenta la rivalidad manifiesta entre asirios y elamitas. En 624, conduce sus tropas a Raqmat, donde había una guarnición asiria que se retira sin presentar batalla, con la intención de controlar las plazas de Acad, que están en manos asirias. Un nuevo ejército descenderá sobre Acad y será nuevamente rechazado.

En los subsiguientes años (623 y 622) se suceden nuevos intentos asirios por recuperar Acad, que serán frustrados. Destacan los intentos del general asirio Itti-ili (derrotado), y la rebelión contra Asiria de la ciudad de Der, que pintan un cuadro desolador para las aspiraciones del rey asirio. A partir de aquí, los asirios han perdido la iniciativa y no podrán lanzar nuevas ofensivas, las cuales son exclusividad de los babilonios, quienes terminan por llevar la guerra a la propia Asiria.

Los hechos relatados a continuación provienen de una tablilla de tamaño mediano (BM 21901) mejor conocida como “Crónicas 3”. En ellas se relatan los últimos estertores de un Imperio Asirio acorralado por Medos y Babilonios. Estamos en el décimo año (616-615 a.C.) de reinado de Nabopolasar, rey de Babilonia, y en el inicio de fulgurantes campañas en el territorio natural de Asiria.

La ofensiva babilonia se centra inicialmente en la línea del Éufrates. Los países de Suhu (Shuki) e Hindanu (ambos al sur de Harrán) son sometidos sin batalla. Maniobra que intentaba interrumpir la comunicación entre Asiria y Egipto, que aparece como sorprendente aliado de los asirios. De hecho, un ejército egipcio marchaba ya hacia el norte, probablemente al mando de Psamético I.

Asiria intenta repeler el ataque babilonio, y prepara la batalla en los alrededores de Gablini. Pero el ejército de Nínive no resiste el ataque babilonio y se retira. Son capturados altos mandos asirios y de los Maneos, pueblo que habitaba entre Asiria y Media, y que había venido en ayuda de los primeros. Esta derrota termina por derrumbar todo el dominio asirio en la línea del Éufrates. El río es remontado por el ejército de Acad (mes de Abu: Julio-agosto), y son sometidos sucesivamente los pueblos de Mane, Sahiri, y Bali-hu.

Finalmente en el mes de Tasrtu (Septiembre-octubre) el ejército egipcio se hace presente en Siria. Pero ya era tarde, la derrota de Gablini había puesto a la defensiva a los asirios, por lo que deciden retirarse sin llegar a intervenir a favor de sus aliados. Cierra el año (mes de Addaru: febrero-marzo) Nabopolasar con una nueva victoria sobre el ejército de asiria en Madanu, un suburbio de Arraphu (moderna Kirkuk), haciendo retroceder aun mas a los asirios.

Al año siguiente, undécimo del reinado de Nabopolasar (615-614), el rey de Acad inicia su primer ofensiva en territorio asirio propiamente dicho. Acampando frente a Assur, intenta fallidamente capturar la ciudad, derrota que pudo costarle cara, ya que los asirios logran empujar al babilonio hacia el sur, obligando a Nabopolasar a fortificarse en Takritai´n, ciudad que fue sitiada durante diez días por los asirios, pero fracasando en todos los intentos por tomarla. Finalmente, los babilonios logran batir a los asirios, y ambos ejércitos se retiran a sus países.

Parece claro que los babilonios van a necesitar ayuda para vencer en el corazón de Asiria. Y es así como en el duodécimo año del reinado de Nabopolasar (614-613 a.C.) se reinicia la ofensiva en territorio asirio, pero esta vez junto con los babilonios marchan un antiguo aliado de Asiria bastante poderoso: los medos de Ciáxares. La primera en caer fue Tarbisu, una ciudad del distrito de Nínive. Después, siguiendo el Tigris, pusieron sitio a Assur. Es probable que el accionar de los medos contra asiria hubiera comenzado unos años antes. Se cree que al tiempo que Nabopolasar atacaba la línea del Éufrates, los medos destruían el país Maneo, aliado de Asiria, que servía a su vez de estado tapón entre Asiria y Media. Pero una cosa eran las ofensivas sobre países satélites, y otra muy distinta atacar el corazón mismo de Asiria, con todo lo que ello conlleva.

Es así como las fuerzas combinadas de medos y babilonios, ponen sitio a la milenaria ciudad asiria de Assur, antigua capital del imperio. La toman por asalto y la destruyen completamente. Un golpe sin dudas durísimo para los asirios. Tras la victoria, y frente a la ciudad en ruinas, Ciáxares y Nabopolasar sellan un acuerdo, confirmado por la boda de la princesa meda Amitis con el príncipe heredero babilónico, ni más ni menos, que NABUCODONOSOR

Corría el año decimocuarto del reinado de Nabopolasar (612-611) cuando decide que ya es tiempo de dar el golpe definitivo a los asirios. Haciendo honor a los pactos firmados, los ejércitos reunidos de Babilonia y Media, marchan directamente contra Nínive. Durante tres meses someten a un feroz asedio a la capital asiria, tomándola finalmente por asalto, y efectuando gran matanza que acaba incluso con la vida de Sin-shar-ishkun, el rey asirio. La ciudad es completamente saqueada, llevándose gran botín, para luego ser arrasada hasta los cimientos. La ofensiva se prolongó por los territorios originales de Asiria. La destrucción de la ciudad imperial fue celebrada por toda Asia, y también por el profeta Nahúm (Nahúm 3:1-3, 18 y ss.).

En septiembre de 612 asciende al trono de Harrán (importante ciudad asiria de la parte occidental del imperio), Assur-uballit II, autoproclamándose heredero y continuador del trono de Asiria. Al parecer, el nuevo rey asirio es capaz de movilizar antiguas alianzas y obliga al ejército babilonio acantonado en Acad a ponerse en marcha rápidamente para reaccionar contra esa parte de Asiria. Más tarde se les unirán los medos (611-610 a.C.).

Ya en 610-609 a.C. los egipcios deciden marchar nuevamente en apoyo de Asiria, lograron contactar con el ejército de Assur-uballit, en la mismísima Harrán. Gobernaba el país del Nilo un nuevo faraón, Necao II, que además comanda personalmente la expedición. Todo parece indicar que además de brindar apoyo al rey asirio, su verdadera intención es anexionarse Palestina. Aquí es donde le saldrá al encuentro el rey de Judá, Josías, para intentar detenerle en el paso de Meguido y evitar el auxilio a los asirios (ver la próxima entrada del blog "El reinado de Josías"). La muerte de Josías es el incio del fin de Judá.

Pero una vez mas, Medos y Babilonios marchan juntos contra la nueva capital asiria. Y ante la vista de las tropas reunidas por estos dos poderosos estados, Assur-uballit con su ejército, y junto a los egipcios, decide retirarse abandonando la ciudad a sus enemigos (la cual fue saqueada pero no destruida), para cruzar el Éufrates y alejarse lo mas posible. Intentará al año siguiente (609-608) reconquistar Harrán junto con sus aliados egipcios, logrando capturar algunas ciudades en el camino. Pero en la toma de la última capital asiria, fallan estrepitosamente ante la presencia del ejército de Acad. Assur-uballit (y los egipcios) se retiran. Ahora sí, para siempre. Asiria es parte del pasado.

Sin oposición, Nabopolasar llevara acabo campañas sobre antiguos vasallos o estados tributarios (o que reconocían la hegemonía asiria) como los países de las montañas (Armenia), o la mismísima Urartu, extendiendo las fronteras de lo que se conocerá como Imperio Neo-Babilonio. Y ya cercano a la veintena de años de reinado, llegará la hora de dejar la guerra en las manos de su hijo mayor y heredero: Nabucodonosor. Futuro gran rey de Babilonia.

Repartida Asiria entre Media y Babilonia, los ojos del Imperio Neo-babilónico se depositaban ahora en los antiguos dominios asirios de Siria y Palestina, ahora en manos egipcias. Para ello deberán derrotar a los egipcios, cosa que ocurrirá en la famosa batalla de Carquemis (605), donde Nabucodonosor aplastará a las fuerzas egipcias de Necao II acantonadas en aquella ciudad siria.
Las alianzas selladas entre medos y babilonios, permitieron a estos dos poderosos estados, abocarse a sus planes de conquista con la seguridad de las espaldas cubiertas.

INQUIETUD, MIEDO, PRESENTIMIENTO DE JUICIO... Y LA LEY DE DIOS.

No es demasiado difícil describir cuál debió ser el estado espiritual de Judá durante el largo reinado de Manasés. No hay más que leer el escalofriante balance que nos ofrece 2ª Reyes 21:1-16, para comprender la voluntad decidida de Dios de hacer justicia a su amado pueblo:

Ahora bien, ¿es justo echarle toda la culpa de la corrupción y el pecado de un pueblo a un solo hombre? Al fin y al cabo, fue el pueblo el que aceptó toda esta seducción voluntariamente. Así lo expresa 2ª Crónicas 33:10: “Y habló Jehová a Manasés y a su pueblo, mas ellos no escucharon”. 
Todo esto nos hace ver lo superficial y espurio que había sido el cumplimento de la nación con las reformas religiosas de Ezequías. En realidad, al faltar un líder espiritual fuerte, el pueblo se volvió a sus propios deseos y maquinaciones, dando a entender que cumplían con un mero formalismo religioso muy apartado de una auténtica devoción al Dios de sus padres. En verdad, el juicio de Dios no podía estar muy lejos si es que Dios deseaba continuar con sus propósitos redentores a través de Israel.

Y me pregunto: ¿Qué papel juega en la honra a Dios aquellas culturas que se van introduciendo y que a veces sin darnos cuenta lo que glorifican en realidad son la idolatría y la inmortalidad? El pueblo, deslumbrado por todo lo nuevo, quiso que todo aquel panteón de dioses celestes le representara, pensando que enriquecía su propia cultura basada en un único Dios, cada vez más desconocido. En general podemos decir que esto sucedió porque el pueblo quería que sucediera. No se interesaron por su herencia, por la preservación de su propia cultura, y deseaban todo aquel nuevo mundo contemporáneo. Pero ahora, incluso entre las potencias y civilizaciones más antiguas, había un miedo que flotaba en el ambiente en relación al cambio de los tiempos. Daba la sensación de que aquellas civilizaciones milenarias estaban llegando a su fin, en un intento desesperado de controlar un dique que se resquebrajaba ante el empuje de pueblos bárbaros y desconocidos, como los medas, cimerios, escitas y otros. Los hombres tenían un mal presentimiento, como si les acechara la ruina y la destrucción, y esto creaba un ambiente de inseguridad corrosivo, acompañado de un deseo nostálgico de volver al pasado, a aquellos días de gloria y tradiciones venerables.

Así, por ejemplo, los faraones de la Dinastía XXVI volvieron a la cultura de las pirámides, y especialmente Psammético en un intento de fomentar la maltrecha unidad nacional, volvió al culto a Osiris. Análogamente, Assurbanipal se dedicó en los últimos años de su vida a copiar y coleccionar en su biblioteca de Nínive documentos del pasado, y gracias a esto se conservan las versiones más completas del poema de Gilgamesh, en sumerio y acadio. A su hermano, Samas-sum-ukin, que gobernaba en Babilonia, le dio por grabar inscripciones oficiales en lengua sumeria, una lengua que ya estaba muerta. Lo mismo hizo más tarde Nabucodonosor hacia el final de su reinado.
Judá no fue una excepción como hemos visto, volviendo a la antigua alianza con Yahvé. Eran momentos difíciles, peligrosos, donde el hombre necesitaba más que nunca la ayuda de sus dioses.
Junto con la independencia recién conseguida, y el optimismo fundado en una teología basada en la dinastía davídica, aparecía una profunda inquietud, un presentimiento de juicio, un sentimiento quizá inconsciente para la mayoría  de que la seguridad de la nación estribaba en el retorno a la antigua tradición. Ahí hubo un resurgir profético con la afirmación de que la nación estaba sometida a juicio y que conocería la ira de Yahvé si no se arrepentía. Como lo expresó Jeremías:

Haznos volver a ti, Señor, y volveremos.

Renueva nuestros días como antaño.

¿O es que nos has desechado del todo?

¿Acaso te has irritado contra nosotros sin medida?” Lamentaciones 5:21-22.
Conocemos dos profetas (aparte del mencionado Nahúm) que ejercitaron su ministerio en este tiempo. SOFONÍAS, rompió con el silencio profético que reinó por medio siglo en Judá, durante el reinado de Manasés. Denunció los pecados tanto culticos como éticos de la política de Manasés, anunciando que el terrible día de Yahvé era inminente, y que solo había una salida para la nación: el arrepentimiento. Pero igual que Isaías, Sofonías creyó que Yahvé se proponía sacar del juicio un remanente castigado y purificado:


Aquel día no tendrás que avergonzarte más de todas tus rebeliones contra mí. Quitaré de en medio de ti a esa gente altanera y jactanciosa, y así nunca más volverás a ser arrogante en mi santo monte. Dejaré un remanente en medio de ti, un pueblo pobre y humilde. En el nombre del Señor, se cobijará el remanente de Israel; no cometerá iniquidad, no dirá mentiras, ni se hallará engaño en su boca. Pastarán y se echarán a descansar sin que nadie los espante” Sofonías 3:11-13.


El otro profeta es JEREMÍAS, que comenzó su ministerio en el 627 (Jeremías 1:1), y atacó sin piedad la idolatría del país, declarándola como un pecado inexcusable contra la gracia de un Dios que les había rescatado de Egipto y convertido en su pueblo. Se inspiró en Oseas, usando la imagen de su esposa adúltera como representación de Judá, que sería repudiada si no se arrepentía. 
Jeremías, de Miguel Angel. Capilla sixtina
Su predicación aumentó las simpatías por la dirección política y religiosa del rey Josías, un rey al que parece que Jeremías admiró profundamente. Pero si algo supuso un verdadero tronar en las conciencias, fue precisamente el descubrimiento de la ley de Dios hallado en el Templo, que transformó completamente a Josías y bajo su influencia, a muchos que se contaron con él, y que se convertirían en aquel verdadero remanente fiel. El descubrir la lay deuteronómica, tan excelsa, tan diferente, tan pura, tan distante de cualquier engaño piadoso, llevada después de la caída de Samaria a Jerusalén, y allí leída, admirada e incluida en el programa de reforma. Allí pudieron ver cómo era la primitiva alianza mosaica y sus exigencias, que se habían ido oscureciendo durante siglos por otra noción diferente de alianza, la davídica.

Aquel libro de Deuteronomio, cargado de la nostalgia de los días antiguos, declaraba con desesperada urgencia que la vida de la nación dependía del retorno a la alianza en que se fundó originalmente la nación. Fue el descubrimiento de la Ley mosaica. La consternación que produjo en Josías fue tremenda: “Y cuando el rey hubo oído las palabras del libro de la ley, rasgó sus vestidos” 2ª Reyes 22:11. Con toda seguridad Josías se dio cuenta que si esta era verdaderamente la Ley del Señor, la nación era un conjunto de estúpidos que pensaban que Dios estaba irrevocablemente obligado a defenderla por las promesas a David. Así se iniciaron unas reformas que llevaron al pueblo a una noción más antigua de la alianza, recordándoles sus obligaciones respecto la obediencia a Dios, la santidad, la misericordia y la justicia.
Josías rompe sus vestidos a escuchar la lectura de la Ley
No obstante, siempre se ha discutido hasta qué punto la reforma tuvo un éxito completo. Hay que reconocer que por un lado asentó a Jerusalén  como único santuario legítimo aboliendo todos los santuarios locales y no dando por tanto lugar a cultos extraños. Pero la pregunta que siempre hay que hacerse en toda reforma es si esta se conforma únicamente a formas meramente externas, que no afectan a la vida espiritual de las personas y solo proporcionan un falso sentido de paz, sin ninguna profundidad. Esa fue precisamente la queja de Jeremías, que se lamentó que solo se había producido un incremento de los cultos, sin una conversión real a los caminos de Dios. Los pecados seguían sin ser censurados por la clase sacerdotal, la nación se volvió orgullosa por la posesión de la Ley de Yahvé y ya no quiso escuchar a los profetas, y Jeremías solo pudo luchar en vano contra ese sentido de seguridad nacional.

La alianza del Sinaí, bien entendida y cumplidas sus exigencias, es la que sostenía la alianza davídica, así como la permanencia del Templo, la dinastía y el estado. Pero nunca Dios ofreció protección automática a cambio de falsa religiosidad y cumplimientos externos. Tal como lo expresó Jesucristo: “Id, pues, y aprended lo que significa: Misericordia quiero, y no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento” Mateo 9:13.

Con todo esto se planteaba un serio problema teológico que la tragedia haría, muy pronto, muy doloroso.

Nosotros también vivimos en un mundo demasiado convulso y extraño. La intuición nos dice que se avecina una sombra que terminará por engullirnos. Hemos presenciado el estancamiento de las grandes potencias, que nos han impuesto su cultura y sus dioses. Vemos el ascenso del Estado Islámico y un nuevo modus-operandi, la inestabilidad en medio oriente, en Corea, la guerra civil en Siria, migraciones de seres humanos que luchan por sobrevivir. ¿A dónde vamos? No lo sé y a veces resulta realmente insoportable.

Pero si hay algo que nos enseña el Antiguo Testamento, es la absoluta soberanía de Dios sobre la historia. No me cansaré de repetirlo. No se trata solamente del control de los rasgos naturales del mundo, sino también la sujeción de los hombres y las naciones. Dios usó a los asirios, egipcios y babilonios sin su consentimiento para que realizaran sus propósitos soberanos. La idea de que Dios era rey entró en la historia nacional de Israel muy temprano.  Tanto es así que cuando el pueblo pidió un rey a Samuel, se consideró como un rechazo a Dios como rey. Pero cuando a Israel se le dio un rey humano, su autoridad se consideraba como derivada de la autoridad soberana de Dios. Idealmente, el rey sería un instrumento en las manos de Dios para establecer sus propósitos, cumplir sus promesas y hacer de Israel la clase de pueblo que Él quería. Pero poco a poco fue siendo cada vez más obvio que los reyes fallaban, y cada vez más los profetas tenían que recalcar al Rey divino. Aunque Judá tenía reyes humanos, solo Dios era su Rey último, por así decirlo.

Pero después del exilio ya no hubo ningún rey humano en Israel, por lo que se hizo un énfasis más marcado sobre la majestad y soberanía divinas. En ese período se hizo un énfasis más creciente sobre el hecho de que Dios está a cargo de la historia mundial, y no tanto por medio de Israel sino más bien a pesar de él. En virtud de estas enseñanzas, Dios empezó a revelarse más claramente al pueblo como el soberano respecto al futuro, y a mostrarle un gobernante ideal del linaje de David: El Mesías prometido. Y paralelamente a esta enseñanza se mezclaba con ella un reino futuro a veces temporal y otro escatológico, que tenía que ver con el fin de nuestra era. Esta visión del reino futuro tenía el propósito de grabarnos a fuego la idea de que solo Dios conoce el futuro y que las cosas no son siempre lo que parecen. Y cuando venga el día del Señor, los propósitos de Dios serán vindicados sobre el escenario de la historia humana, y una nueva era se inaugurará sobre la tierra. En ese reino abundarán la justicia y la paz, y un remanente escogido de la historia de los hombres compartirán ese reino.

¡No hay ningún desafío que pueda quedar en pie ante su soberanía!



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Bibliografía

- La Historia de Israel. John Bright. Editorial DESCLÉE DE BROUNER.
- Arqueología Bíblica. G. Ernest Wright. Ediciones cristiandad. 
- Comentario Bíblico Histórico. Edersheim, Alfred. Editorial CLIE
- Nueva Historia de Israel. J.Alberto Soggin. Editorial DESCLÉE DE BROUWER
- Israel y la Naciones. F.F. Bruce. Editorial Portavoz Evangélico.
- Diccionario Bíblico Arqueológico. Charles F. Pfeiffer. Editorial Mundo Hispano.
- Nuevo Manual Bíblico Unger. Merrill F. Unger. Editorial Portavoz Evangélico.
- Josefo: Los Escritos Esenciales. Paul L. Maier. Editorial Portavoz Evangélico
- Panorama del Antiguo Testamento. Lasor, Hubbard, Bush. Libros Desafío 
- Compendio de Historia Sagrada. Varios. Editorial Progreso. 
- Más allá de la Biblia. Mario Liverani. Editorial Crítica.
- Jeremías. R. K. Harrison. Comentarios Didaqué.
En tiempo de los reyes de Israel y de Judá. Damien Noël. Verbo Divino.
- Los Reyes de Judá. Brian J. Bailey. Zion Christian Publishers 
- La monarquia hebrea, Volumen 2.Vicente Bacallar y Sanna San Felipe. Ulan Press