viernes, 5 de febrero de 2016

LA SOBERANÍA DE DIOS EN LOS TIEMPOS DE HAGEO

EXPOSICIÓN EN LA ESCUELA DOMINICAL DE LA IGLESIA EVANGÉLICA CRISTO VIVE (MADRID) EL DÍA 31 ENERO DE 2016

Hace unos domingos se me acercó Daniel Casado para proponerme hablar de la soberanía de Dios en tiempos de Hageo -la clase que he desarrollado durante unas semanas en la escuela dominical- y entroncar así con la historia José casi mil años antes. Obviamente, lo primero que me pregunté es ¿Cuáles fueron exactamente los tiempos de Hageo? Según el consenso de la mayoría, Hageo fue un hombre que vivió tanto el exilio como el retorno de los judíos y la reconstrucción del segundo Templo. Algunos piensan que es probable incluso que hubiera conocido el antiguo Templo, el de Salomón antes de su destrucción.

No cabe duda entonces que los tiempos de Hageo fueron unos tiempos terribles, donde se llegó a dudar como nunca de la capacidad de Dios para cumplir sus promesas. Y es que la destrucción de Jerusalén en el año 587a.C marcó un antes y un después en la historia de Israel. Muchas veces minimizamos o pasamos por alto esta tragedia tan espantosa que tuvieron que vivir los judíos. Se destruyó su estado; se destruyó el culto a Yahvéh; la comunidad se resquebrajó por completo, y solo quedaron individuos desarraigados y vencidos. Lo más lógico es que Israel hubiera desaparecido del mapa de la historia.

El ejército de Nabucodonosor convirtió a Judá en un matadero. La población del país fue diezmada. Aparte los deportados a Babilonia, miles murieron en batallas o de inanición o enfermedad. Otros muchos fueron ejecutados, mientras que otros huyeron para salvar sus vidas. La población de Judá, que sobrepasaba probablemente los 300.000 en el siglo octavo, apenas pasaría de 50.000 después del exilio.

Lo más duro para la comunidad fue que el dogma sobre el que se fundamentaba su estado y su culto había recibido un golpe mortal. ¿En qué consistía este dogma? En la seguridad de la elección eterna de Sion por parte de Yahvéh, como su morada terrenal, y sus promesas incondicionales a David de una dinastía que no tendría fin.

Al amparo de este dogma, creían estar a salvo, rechazando incluso las amonestaciones de los profetas, como si fueran herejías inconcebibles. Y así, esperaban confiados la poderosa intervención de Yahvéh y un futuro que traería al descendiente ideal de la casa de David, que establecería el gobierno justo y benéfico de Dios.

Pero los arietes del ejército de Nabucodonosor derrumbaron toda esta falsa teología de un modo irreparable. Era una teología falsa, y los falsos profetas que la defendían habían muerto hace tiempo. Como he dicho, parecía el fin de Israel.

Y por si todo esto fuera poco, ¿cómo pensáis que quedaba el nombre de Dios entre las naciones? Siempre se había dicho que los dioses paganos no eran nada, más que madera o metal, pero ahora que la teología nacional había sucumbido bajo el asalto de un dios pagano, y los tesoros del Templo de Yahvéh descansaban en el santuario de Marduk, ¿era verdad, después de todo, que los dioses de Babilonia no eran nada? Hubo una gran tentación de abandonar por completo la fe ancestral en Yahvéh.

Además, hay que entender que cuando los judíos fueron arrancados de su patria, entraron en contacto por primera vez con los grandes centros culturales del mundo. Jerusalén, que en sus mentes aldeanas era el centro del universo, debía parecerles ahora, en comparación, muy pobre y atrasada. Rodeados de una riqueza y un poder insólitos, con aquellos magníficos templos de los dioses paganos a la vista, muchos debieron pensar que tal vez Yahvéh, que al fin y al cabo solo era el Dios protector de un estado insignificante y que ni siquiera era capaz de defender, tal vez no era el supremo y único Dios.

LA GRAN PREGUNTA

¿Dónde quiero ir a parar con todo esto? Bueno, con este cuadro tan terrible de fondo, los historiadores siguen preguntándose hoy todavía cómo es posible que Israel no pereciera igual que el resto de las naciones. ¿Cómo consiguieron sobrevivir al desastre? ¿Cómo fueron capaces de formar una nueva comunidad por encima de las ruinas de la antigua, y reanudar su vida como pueblo? ¿Cómo fue posible que su fe en Yahvéh no solo no desapareciera por completo sino que además saliera fortalecida y sobreviviera hasta el día de hoy?

Cuando los expertos consideran la magnitud de las calamidades que tuvieron que soportar, causa asombro que Israel no fuera absorbido por el torbellino de la historia del mismo modo que el resto de naciones de Asia, y no perdiera para siempre su identidad como pueblo. De entre todas las explicaciones que se han intentado dar, solo hay una que me convence: (1) Yahvéh era y es el único Dios verdadero, y (2) Dios nunca se olvidó de su pueblo, ni tampoco de sus propósitos redentores hacia la humanidad a través de su pueblo.

Antes incluso de que ocurriera la tragedia, Dios había hablado por medio de profetas como Jeremías o Ezequiel, que mantuvieron viva la chispa de la esperanza para el futuro, afirmando que lo que estaban viviendo era el justo castigo de Dios por el pecado de la nación, y les dieron en los momentos más difíciles, una nueva esperanza a la que poder aferrarse, la del triunfo final de los proyectos redentores del Señor. Es aquí donde empezó a surgir un fervor hacia el retorno triunfante del Mesías de Dios, ante el cual se rendirían las naciones.

Al igual que en la vida de José, Dios utilizó estas circunstancias tan terribles, como un paso necesario de purificación que preparó a Israel para un futuro nuevo.

LA ESPERANZA DE LA RESTAURACIÓN Y EL DEUTEROISAÍAS

Esta experiencia tan dramática del exilio les condujo a una renovación espiritual; arrepentidos confesaban y lloraban sus pecados, y suplicaban restauración.

El corazón les dio un vuelvo con el ascenso de un príncipe aqueménida que fue capaz de conquistar el imperio medo, y no solo eso sino que extendió su conquistas desde Partia hasta el imperio de Lidia en Asia Menor. Este príncipe respondía al nombre de Ciro. En pocos años, Babilonia se quedó completamente aislada.

Obviamente, estos sucesos trajeron esperanzas de liberación. Pero muchos judíos se preguntaban qué papel podría desempeñar Yahvéh en esta eclosión de imperios. ¿Poseía realmente el control de los sucesos y los guiaría a un término triunfal?

Y providencialmente obtuvieron respuesta. Porque justo antes de la caída de Babilonia, se escuchó entre los exiliados la voz de otro gran profeta, para muchos el más grande de todos bajo muchos aspectos. Puesto que su nombre es desconocido, y dado que sus profecías se encuentran en los últimos capítulos del libro de Isaías, se le llama convencionalmente Deuteroisaías. Yo sé que muchos no están de acuerdo con la existencia de un segundo Isaías autor de los capítulos 40 al 55, y prefieren creer que el primer Isaías, del siglo VIII, profetizó escatológicamente el exilio y la restauración. Tanto da.

El caso es que el mensaje del Deuteroisaías fue un mensaje de consuelo para un pueblo abatido. Escuchó heraldos celestiales que anunciaban la decisión de Yahvéh de aceptar el arrepentimiento de Israel, y que Yahvéh reuniría pronto a su rebaño, con poder e infinita ternura, para conducirlo a su tierra. Dijo que Dios estaba detrás de la carrera meteórica de Ciro y pronosticó el colapso de Babilonia. Presentó a Yahvéh como un Dios de incomparable poder. Satirizó con ironía sobre los dioses paganos, llamándoles trozos de madera y metal, que no podían intervenir en la historia. Y proclamó que Yahvéh poseía el control absoluto de la historia.

Como otros profetas, interpretó el exilio como un justo castigo de Yahvéh por el pecado de Israel; pero eso no quería decir que hubiera abandonado su propósito de salvar a Israel después de haberle purificado para traer bendición a todas las naciones.

Continuamente afirmó que “algo nuevo” estaba por llegar, y que el Señor estaba impaciente por sacarlo a la luz. Este acontecimiento es descrito como un camino a través del desierto en el que el Señor abrirá manantiales de agua, que son figuras tomadas del Éxodo.

EL SIERVO DE YAHVÉ

Pero con todo, lo más profundo del Deuteroisaías, no fue el hecho de que Dios fuera el gran actor de los acontecimientos ni que Ciro era su agente político para la liberación. Lo más sorprendente es que el pueblo que regresaría del exilio, volvería redimido por el Señor, y serían revestidos de la justicia de una figura enigmática, conocida como el Siervo sufriente de Yahvéh.

La reflexión de los sufrimientos de esta figura no tiene parangón en todo el AT. Y es que en la narración de Isaías, de repente irrumpe un elegido del Señor, dotado de su espíritu, cuya misión es atraer a las naciones hacia Dios. Y aunque aparentemente fracasado y desalentado, será luz en medio de las tinieblas. Será sometido a un tormento y persecución inigualables, pero aun así será obediente a su destino, porque se le ha prometido la victoria. Sus sufrimientos, soportados inocentemente y sin queja ninguna, tienen una cualidad sanadora, y él entrega su vida como sacrificio propiciatorio, y gracias a su muerte obtiene una numerosa descendencia y ve el triunfo de los propósitos de Dios.

¡Qué pena que Israel, con el tiempo, no viera en este siervo sufriente el esquema de la redención divina!

RESTAURACIÓN DE LA SOCIEDAD EN PALESTINA

El resto de la historia la conocemos. Tras la derrota de Babilonia y el ascenso de Ciro, la restauración de la comunidad judía fue un hecho. Y no debemos pasar por alto esta prueba más del control de Dios de la historia. Todavía hoy en día, los eruditos se preguntan cómo es posible que un conquistador de la talla de Ciro se pudiera interesar en asuntos de un pueblo tan insignificante como el judío. Es cierto que Ciro mostró una actitud moderada hacia todos los pueblos, y que actuó libremente según la política que creía conveniente, pero sin saberlo, y como afirmó el profeta, estaba cumpliendo los propósitos soberanos de un Dios que estaba muy por encima de él.

LA COMUNIDAD RESTAURADA

Pero por más que el primer paso fuera alentador, y el pueblo regresara a Judá, los siguientes años fueron de amargas desilusiones, no produciendo más que frustración y desaliento. ¡Qué lejos quedaban las promesas del Deuteroisaías! No había el menor indicio de aquel triunfo repentino y universal del que hablaban los profetas, ni reunificación de judíos en Sion, ni vuelta de las naciones a la adoración de Yahvéh. La moral empezó a decaer peligrosamente.

Para colmo de males, se desató la hostilidad con los vecinos samaritanos, que no veían con buenos ojos la ocupación por parte de los judíos de lo que ya consideraban como territorio suyo. El rencor desató la violencia, y finalmente los samaritanos les denunciaron ante el emperador, y no es extraño que Ciro paralizara las obras del Templo. Es así como en los siguientes 16 años, el pueblo solo pudo luchar por su supervivencia, sin energías para pelear y acobardados por sus vecinos. Además fueron golpeados por una serie de malas cosechas, y muchos quedaron desamparados, sin alimentos ni vestidos adecuados.

¿Dónde estaba el Señor? ¿Dónde estaba esa “cosa nueva” de Yahvéh, la derrota de las naciones y el gobierno triunfal que se suponía estaba ya a la mano? ¿Verdaderamente tiene Dios el control de los acontecimientos?

Justo en el momento más difícil, cuando existía el peligro de que la restauración fracasase completamente, y se empezasen a asimilar prácticas paganas extranjeras, Dios interviene nuevamente en la historia con dos profetas extraordinarios: Hageo y Zacarías.

Hageo instó a los retornados a trabajar en la obra del Señor, a ser valientes, a despertar del letargo, a luchar por el Señor, a desafiar a todo un imperio si era necesario. Y sintiendo profundamente el desánimo del pueblo a causa de la enorme pobreza de los materiales, les alentó con la promesa de que muy pronto Dios haría estremecer a las naciones, llenando el Templo con sus tesoros y haciéndolo más espléndido que el de Salomón. Incluso se dirigió a Zorobabel en términos mesiánicos, presentándole como un tipo del elegido rey davídico que había de gobernar cuando el poder imperial cayese derribado por tierra.

CONCLUSIÓN

Y yo os pregunto a vosotros que tenéis la perspectiva del tiempo: ¿Ha cumplido el Señor su Palabra? Prometió que restauraría a su pueblo, y lo hizo. Y aquella restauración no era más que una sombra de la restauración final y decisiva por parte de Dios, gracias a la obra redentora de su Siervo Sufriente. Y esto también lo ha cumplido.

 "Cuando Jehová hiciere volver la cautividad de Sion, Seremos como los que sueñan. Entonces nuestra boca se llenará de risa, Y nuestra lengua de alabanza... Grandes cosas ha hecho Jehová con nosotros; Estaremos alegres" Salmos 126: 1-3

Como en tiempos de Hageo, puede que nosotros también nos sintamos desalentados ante la obra de Dios. El auge del islam, la decadencia del cristianismo en occidente, la ejecución de cristianos, etc. Hoy, más que nunca es preciso recordar las palabras de Hageo, porque las cosas no son lo que parecen.

El Señor tiene el control de la historia, y tal como anunció Hageo a aquella generación tan pobre, su trabajo, su esfuerzo, era un paso necesario en la cadena de acontecimientos que conduce al glorioso día del Señor, en el que Dios hará temblar los cielos y la tierra, y los reinos humanos serán trastornados, y todo ejército desaparecerá, y recibiremos a nuestro Rey-Mesías, el Hijo de Dios que dará inicio a un gobierno caracterizado por la Justicia u la Paz.

Cuando Ciro entró triunfal en Babilonia, tomó la mano del dios Marduk, legitimando así su posición de rey de pleno derecho en Babilonia y ganándose a las clases dignatarias al aparecer como el campeón de los dioses. Es interesante como en la historia de los pueblos antiguos, el dios más grande era siempre aquel que más victorias conseguía. Pero yo os pregunto: ¿Qué Dios es más grande, aquel que más victorias se atribuye, o aquel que tiene la capacidad de predecir e interpretar la historia y utilizarla para sus propósitos?

Y la prueba del cumplimiento de estas palabras es que hoy en día hay millones de personas que rinden culto al Dios de Israel, mientras ¿quién se acuerda hoy en día de Ciro o de  Marduk?


sábado, 12 de septiembre de 2015

EL REINADO DE JOSÍAS. EL ESPEJISMO DE UNA NUEVA ERA

JOSÍAS (640 al 609 a.C.). (2 Crónicas 34-35; 2 Reyes 22:1 a 23:30)


En la anterior entrada de blog (De Manasés a Josías) detallábamos el ocaso del imperio Asirio, aceptado de forma general en el año 612 a.C. con la caída de su capital Nínive por medos y babilonios. Ahora debemos retroceder un poco en el tiempo para hacer justicia a un monarca que brilló con luz propia. Su nombre: Josías (en hebreo: יֹאשִׁיָּהוּ, Yošiyyáhu, “Don de Dios” o “Fuego de Dios”). Es justo y necesario hacerlo así, porque El cronista inspirado de 2ª Reyes nos dice que "no hubo otro rey, ni antes de él ni después, que se convirtiese a Dios de todo su corazón, toda su alma y con todas sus fuerzas, conforme a la ley de Dios" 2ª Reyes 23:25.

Tal era la ruina en que encontraba el reino de Judá que era preciso que el Señor levantase a alguien de la talla de Josías, que trajera un avivamiento. Es cierto que se trató del avivamiento que precede al juicio, pero desde luego su obra no fue en vano. Su vida vino marcada por una profecía dada 327 años antes de su nacimiento, por un profeta anónimo que se acercó al idolátrico altar que Jeroboam I había edificado en Betel, y le dijo:

Altar, altar, así ha dicho Jehová: He aquí que a la casa de David nacerá un hijo llamado Josías, el cual sacrificará sobre ti a los sacerdotes de los lugares altos que queman sobre ti incienso, y sobre ti quemarán huesos de hombres”. 1ª Reyes 13:1-2.

Es posible que el nombre de Josías sea una interpolación posterior, pero lo cierto es que en él se cumplieron literalmente estas palabras, cuando mató a los sacerdotes paganos en sus propios altares. Así, entre grandes presagios, viene este príncipe al mundo y ocupa el trono de David.

Fue el soberano reformador por excelencia y, como tal, capaz de hacer cristalizar en opciones políticas la fidelidad al Dios de Israel, cuyos intereses eran defendidos por los profetas. 

¿EL ALBOR DE UNA NUEVA ERA?

Durante más de un siglo, el pequeño reino de Judá había estado dominado por el gran imperio asirio. De hecho, técnicamente hablando era un estado vasallo desde la época del rey Acaz (735 al 715a.C.). Ahora, en tiempos de Josías, Asiria estaba empezando a debilitarse y su estructura empezaba a ceder. Se palpaba el nerviosismo en todos los pequeños estados que compartían frontera con Judá por el oeste, buscando restaurar su independencia perdida.

Las reformas de Josías, aun siendo el resultado de un interés religioso sincero y con ánimo de limpiar Israel de toda la inmundicia idolátrica acumulada por Manasés, también promovieron las nunca olvidadas esperanzas nacionalistas de Judá. 

Josías consiguió no solo la independencia, sino anexionarse las provincias asirias que correspondían al antiguo reino unificado de David. Es fácil imaginar el ambiente de excitación generalizada en Israel, ante lo que parecía ser el albor de una nueva era, con una reforma y una reconquista que recordaba tiempos de gloria, produciendo una enorme conmoción social y religiosa. Judá parecía quitarse esa sombra de juicio pronosticada por los profetas desde hacía mucho tiempo. ¿Se trataba en realidad del albor de una nueva era para Israel, o no era más que un espejismo?

Gracias a las enseñanzas del joven Jeremías, que recibió su llamado profético en el 627, al decimotercer año del reinado de Josías y quinto de sus reformas religiosas, recibimos la clarísima impresión de que una cosa es que Josías quitase los ídolos de los lugares altos, y otra muy distinta que erradicase la idolatría del corazón y la mente del pueblo. Los dioses falsos habían inundado la tierra y esta gemía literalmente a causa de la maldad imperante. Y sin embargo, la gran paradoja es que toda esta corrupción iba de la mano junto con la floreciente adoración a Yahvé en el Templo de Jerusalén. Para Dios y para Jeremías está contradicción resultaba insoportable.

Y en esta situación de expectación y emoción generalizada, llegó lo peor que pudo suceder. El reino de Josías llegó a su fin antes de tiempo, en lo que se considera un error militar estratégico en el año 609 a.C., cuando Josías intentaba retrasar la ayuda in-extremis del faraón Necao a Asiria, que sucumbía ante el nuevo poder emergente de Babilonia. Su muerte fue lamentada por toda Judá, y con razón, ya que con Josías no solo murió la independencia de Judá, sino que se aproximaba lo que parecía ser el fin de Judá.

JOSÍAS, LOS PRIMEROS AÑOS


Amón, su padre, asesinado
2ª Reyes 21:19-26, explica cómo Manasés fue sucedido por su hijo Amón (642), que continuó con la misma política pro-asiria de su padre. Sin embargo, a los dos años fue asesinado en una conjura palaciega: 

De veintidós años era Amón cuando comenzó a reinar, y reinó dos años en Jerusalén… y dejó a Jehová el Dios de sus padres, y no anduvo en el camino de Jehová. Y los siervos de Amón conspiraron contra él, y mataron al rey en su casa. Entonces el pueblo de la tierra mató a todos los que habían conspirado contra el rey Amón; y puso el pueblo de la tierra por rey en su lugar a Josías su hijo”.

Este pasaje  no es fácil de interpretar, y según los estudiosos (Bright, 327) parece que el asesinato de Amón se debió a una conspiración ideada por elementos anti-asirios que buscaban un cambio radical en la política nacional. No obstante, parece que después hubo una importante facción que juzgó que todavía no era el tiempo favorable para dar ese giro, y una asamblea de notables (“el pueblo de la tierra”) ejecutó enseguida a los traidores y colocó en el trono al hijo del rey, Josías, de ocho años de edad. Nada bueno se podía esperar de Josías a juzgar por su genealogía, pero lo cierto es que tras dos de los reyes más malvados de Judá, Manasés y Amón, vino uno de los más piadosos.

Poco se sabe de sus primeros años, cuando aún era un niño, y los asuntos de estado estuvieron en manos de estadistas prudentes respecto a Asiria. Parece que Josías fue protegido por varones escogidos, que cansados de la idolatría imperante, le educaron en la verdadera fe. Y también que el joven rey de Judá llegó a comprender las proclamaciones del profeta enviado por Dios, Sofonías. A los ocho años de su reinado su corazón arde ya de celo por Yahvé, y empieza a borrar la religión falsa de Judá y Jerusalén (648a.C.). Destruye los ídolos, los postes sagrados y los altares de incienso que se utilizan en el culto de Baal. Se machacan las imágenes de las deidades falsas y el polvo resultante se esparce sobre las sepulturas de quienes les ofrecieron sacrificios. Se profanan y derriban los altares que se utilizan para la adoración inmunda:

A los ocho años de su reinado, siendo aún muchacho, comenzó a buscar al Dios de David su padre; y a los doce años comenzó a limpiar a Judá y a Jerusalén de los lugares altos, imágenes de Asera, esculturas, e imágenes fundidas”. 2ª Crónicas 34:3.

La limpieza que efectúa Josías está en pleno apogeo cuando Jeremías, el hijo de un sacerdote levita, llega a Jerusalén en el año 13 de su reinado (627). Jeremías tenía aproximadamente la misma edad de Josías. Yahvé lo ha nombrado profeta, y este declara con mucho vigor el mensaje contra la religión falsa, invitando al pueblo a la conversión y a la vuelta a la fe, colaborando con el rey a favor de la reforma religiosa y la renovación de la alianza.

JOSÍAS Y LA INDEPENDENCIA DE ASIRIA


Bajo Josías se alcanzó la independencia de Asiria. Los estudios recientes sobre la cronología asiria hacen posible establecer con bastante exactitud los movimientos que dio Judá hacia la independencia y los acontecimientos de Asiria (Wright, 360). En 2ª Crónicas 34:3 se dice que en el año octavo de Josías el rey “empezó a buscar al Dios de David, su padre”, es decir, que rechazó los dioses de los dominadores asirios y se declaró completamente en contra de la política sincretista de su abuelo Manasés. Esta determinación, como parece probable, la tomó cuando Assurbanipal -el último gran rey de Asiria- había muerto, o era ya un anciano.

Tras la muerte de Assurbanipal, se produjo una lucha de sucesión en la que falleció Assur-etil-ilani, el heredero natural al trono. Además, parece que siguieron inmediatamente una serie de desórdenes en Asiria y Babilonia, que hicieron imposible que Asiria mantuviera el control al oeste de su imperio. Esta fue la ocasión obvia para que el estado vasallo de Judá diera un segundo paso aún más decisivo que el primero. En 2ª Crónicas 34:3-7 se dice que tuvo lugar en el año duodécimo de Josías (629-628) y que consistió en una reforma religiosa total en que fueron destruidos todos los altares e imágenes de los ídolos, no sólo en Judá, sino por todo el norte de Israel hasta Galilea. Esto significa que Josías, probablemente sin dejar de considerarse vasallo nominal de Asiria, hacía propias las antiguas pretensiones davídicas de gobernar sobre una Palestina unida, y se anexionó las provincias asirias septentrionales. No se sabe prácticamente nada de cómo realizó estas anexiones, si de golpe o gradualmente, pero el caso es que estas provincias, abandonadas ya por Asiria, no debieron ofrecer gran resistencia.

No es de extrañar, como ya se ha comentado, que en Judá se respirase un ambiente exultante, que recordaba a una época más gloriosa. En el 628-627 fue cuando Jeremías recibió su vocación como profeta. Sus primeros vaticinios sobre el peligro del norte (Jeremías 1:2), junto con los de su contemporáneo Sofonías, han sido interpretados por muchos investigadores como motivados por una gran invasión de hordas escitas procedentes de Armenia y del sur de Rusia. Pero esta suposición se basa únicamente en una referencia de Heródoto que no ha podido ser verificada.  Según el historiador griego del siglo V, los escitas invadieron toda Asia occidental sembrando la ruina y el pánico por todas partes (Heródoto I, 104-106). Siendo cierto que los escitas constituyeron una seria amenaza para los asirios a lo largo de toda la frontera septentrional, no parece que haya pruebas para la dominación de la que habla Heródoto.

Pero si los escitas no eran la amenaza del norte, ¿cuál era entonces la amenaza? Desde luego, en medio de toda la expectación de triunfo de Judá en aquel entonces, las palabras de Jeremías de que se aproximaba el día del Señor como día de juicio, debieron parecer las palabras de un loco.

Más o menos al mismo tiempo que las acciones de Josías, el faraón Psammético consiguió reunificar todo Egipto, aunque lo hizo siendo vasallo de Asiria. Este hecho resultaba incómodo para Judá, y hacía de Egipto –en calidad de vasallo de Asiria- una potencia hostil para Judá. Se ha pensado que Jeremías 2:18 refleja las dudas acerca de la política de Judá en cuanto a posibles alianzas: “Ahora, pues, ¿qué tienes tú en el camino de Egipto, para que bebas agua del Nilo? ¿Y qué tienes tú en el camino de Asiria, para que bebas agua del Eufrates?

De cualquier forma, podemos concluir este punto diciendo que en el momento más álgido de la reforma de Josías (622), es un hecho que Asiria dejó a Judá como país libre.


EL HALLAZGO DEL LIBRO DE LA LEY


La reforma de Josías es la más completa de la historia de Judá, y está detalladamente documentada en 2ª Reyes 22-25 y en 2ª Crónicas 34. Tal fue el calado de sus reformas que los escritores bíblicos prácticamente no nos cuentan ninguna otra cosa de él.

Parece que hay un consenso generalizado entre los eruditos de que se trató de una reforma realizada en tres etapas. La primera (2ª Crónicas 34:3-8) se inició en el año 8 de su reinado (632), con el firme propósito de repudiar el culto oficial asirio. Después, en el año 12 de reinado (629), coincidiendo con la inestabilidad sucesoria tras la muerte de Assurbanipal, inició una purga total de la idolatría, que además extendió al norte de Israel cuando Josías se trasladó a aquella región. Finalmente, en el año 18 de su reinado (622), ocurrió algo que sacudió la conciencia del propio Josías y dio un giro a la dirección de estas reformas anteriores, llevándolas a su conclusión definitiva.

En ese año, el 622, en el curso de unas reparaciones efectuadas en el Templo, fue hallada una copia del “libro de la ley”, probablemente perdido durante los años de apostasía, que fue llevada a presencia del rey provocando en él una profunda consternación:
Josías rasga sus vestiduras

El sacerdote Hilcías me ha dado un libro. Y lo leyó Safán delante del rey. Y cuando el rey hubo oído las palabras del libro de la ley, rasgó sus vestidos” 1ª Reyes 22:10-11.

Tal fue la conmoción y la alarma que le produjo comprender la gravedad y el alcance del pecado de su pueblo,  que usó la tradicional expresión de rasgamiento de las vestiduras para mostrar su horror y asombro. Una pena profunda se apoderó de él. Si estos eran los mandamientos de Yahvé, la nación era culpable de flagrante desobediencia a ellos, y merecedora sin ninguna duda de los juicios pronunciados contra los que no guardasen la Ley. 

Aquel libro (una copia de Deuteronomio), cargado de la nostalgia de los días antiguos, declaraba con desesperante urgencia que la nación dependía del retorno a la antigua alianza con Yahvé, y Josías se dio cuenta que estaba viviendo en un país de necios al suponer que Yahvé estaba obligado a defenderles incondicionalmente en base a las promesas hechas a David.

Si, como consideran la mayoría de eruditos, el libro en cuestión era Deuteronomio (o un fragmento de él), no cabe duda de la vehemencia con la que Deuteronomio 13 declara la idolatría como el crimen capital:

Si te incitare tu hermano, hijo de tu madre, o tu hijo, tu hija, tu mujer o tu amigo íntimo, diciendo en secreto: Vamos y sirvamos a dioses ajenos, que ni tú ni tus padres conocisteis, de los dioses de los pueblos que están en vuestros alrededores, cerca de ti o lejos de ti, desde un extremo de la tierra hasta el otro extremo de ella; no consentirás con él, ni le prestarás oído; ni tu ojo le compadecerá, ni le tendrás misericordia, ni lo encubrirás, sino que lo matarás; tu mano se alzará primero sobre él para matarle, y después la mano de todo el pueblo. Le apedrearás hasta que muera, por cuanto procuró apartarte de Jehová tu Dios, que te sacó de tierra de Egipto, de casa de servidumbre; para que todo Israel oiga, y tema, y no vuelva a hacer en medio de ti cosa semejante a esta” Deuteronomio 13:6-11.

Solo un texto como este y otros que aparecen en el mismo capítulo podrían explicar la ferocidad con la que Josías trató no sólo a los funcionarios de los cultos paganos, sino también a los sacerdotes del antiguo Israel del norte, que desde su punto de vista, también eran idolátricos.

Pero vamos por partes. La pregunta que hervía ahora en la cabeza de Josías era la siguiente: ¿Había tiempo todavía para evitar el juicio de Dios sobre ellos? Josías fue perfectamente consciente que la reciente abolición de la idolatría asiria no era, ni mucho menos, suficiente. Había que reformar radicalmente la vida religiosa de la nación y poner de inmediato los preceptos de aquel libro. Pero insisto, ¿había tiempo? ¿En qué situación se encontraba él y su pueblo respecto a los tiempos del juicio de Dios? Tal vez fuese ya demasiado tarde.

Así pues era preciso consultar el oráculo divino. Siempre le queda a uno la duda de por qué no se llamó al profeta Jeremías, pero lo cierto es que se envió un mensaje urgente a la profetisa Hulda, para consultarle sobre el asunto y recibir la anhelada respuesta de Yahvé sobre el asunto. La respuesta de esta mujer, de la que no se sabe mucho, fue demoledora. La idolatría mencionada en aquel libro había ido tan lejos que traería, de forma inevitable, el juicio de Dios sobre el pueblo; Pero tal juicio no alcanzaría a Josías, porque al leérsele el libro se había arrepentido de corazón de los pecados de su pueblo, y de sus antecesores:

He aquí yo traigo sobre este lugar, y sobre los que en él moran, todo el mal de que habla este libro que ha leído el rey de Judá; por cuanto me dejaron a mí, y quemaron incienso a dioses ajenos, provocándome a ira con toda la obra de sus manos; mi ira se ha encendido contra este lugar, y no se apagará. Mas al rey de Judá que os ha enviado para que preguntaseis a Jehová, diréis así: Así ha dicho Jehová el Dios de Israel: Por cuanto oíste las palabras del libro, y tu corazón se enterneció, y te humillaste delante de Jehová, cuando oíste lo que yo he pronunciado contra este lugar y contra sus moradores, que vendrán a ser asolados y malditos, y rasgaste tus vestidos, y lloraste en mi presencia, también yo te he oído, dice Jehová” 2ª Reyes 22:16-19.

Este texto nos habla de la sensibilidad espiritual de Josías. Tenía un corazón como el de David, tierno hacia Dios, que llora por sus pecados y por los de su pueblo. A pesar del tremendo golpe recibido por la profecía, Josías no se vino abajo y decidió a llevar a cabo una reforma completa. Para empezar, celebró una solemne asamblea en el Templo, en la que leyó públicamente el libro recién descubierto, e indujo a los más ancianos y principales representantes de la nación a comprometerse por pacto con todo lo que decía el libro de parte de Dios. No hay duda de que este acto fue, en realidad, una confirmación de la antigua alianza sellada en el desierto en tiempos de Moisés, cuando el pueblo escuchó por primera vez la Ley y se comprometió a obedecerla.

Lo cierto es que esta nueva alianza con Dios en nombre de todo el pueblo, buscaba que nunca más volviesen a olvidarse de Él, y aborreciesen la idolatría. Así logró atraer a muchos al conocimiento de Dios y de su Ley, a cuantos hebreos habitaban en Israel. Mientras vivió Josías, se puede decir que el pueblo no volvió a cometer idolatría. Es por eso, que 2ª Reyes 23: 25 dice que “no hubo otro rey antes de él, que se convirtiese a Jehová de todo su corazón, de toda su alma y de todas sus fuerzas, conforme a toda la ley de Moisés; ni después de él nació otro igual”. 

No sabemos si Josías pensó, que aun a pesar de las palabras de la profetisa, todavía había tiempo para deshacer siglos de maldad causada por tantas generaciones de idolatría. Pero sabía que su Dios era un Dios de gracia y misericordia, y fuese cual fuese el destino final de la nación, no había tiempo que perder para hacer lo correcto. La historia nos demuestra que, lamentablemente, ya no había tiempo, y ya no podía deshacerse el mal causado. La conducta de la nación en las décadas siguientes nos confirma este punto.

Pero  Josías no perdió ni un minuto de tiempo, y se puso a traducir en hechos las palabras de aquel pacto recién sellado. Sabemos que ya había comenzado a purgar el Templo de toda la idolatría asiria, pero había muchas otras instalaciones de afinidad más bien canaanita que asiria, que había que eliminar. Algunos de estos cultos habían sido introducidos por Manasés (2ª Reyes 23:6, 10), pero otros muchos existían desde muy antiguo. Había que extirpar todo aquello para siempre, por lo que Josías condenó a muerte a todo el personal, tanto a los sacerdotes eunucos, como a los prostituidos de ambos sexos. Todos fueron condenados a muerte. Se suprimió también la práctica de la adivinación y la magia.
Moloch (libro de A. Nyström)

Un ejemplo de uno de estos cultos mesopotámicos ancestrales, era el santuario del valle de los Hijos de Hinom, situado al sur de la ciudad, donde Jeremías comenta que los israelitas residentes adoraban a Moloc, realizando en ocasiones sacrificios de niños y quemándolos vivos, fue completamente demolido, y el valle considerado contaminado por aquellos ritos idolátricos, descalificado para cualquier rito o ceremonia en el futuro.  Hasta tal punto fue así, que aquel valle se convirtió en el vertedero de la ciudad, y en lugar de arder los fuegos de los altares de Moloc, se encendieron hogueras para incinerar las basuras de la ciudad. De estos fuegos constantes que consumían los deshechos de la ciudad le vino el nombre del valle del Hinom, traducido más tarde al griego por “Gehenna”, dando significado al lugar de castigo de los malos en el mundo futuro, en el lugar donde el fuego no se consume.

Medidas similares a las de Jerusalén se tomaron en otras ciudades de Judea, donde los cultos y los sacerdotes idólatras se suprimieron por todas partes. Pero Josías no se conformó con limitar las reformas a su propio territorio, sino que aprovechando la debilidad asiria del momento, entró impunemente en la provincia de Samaria, y destruyó aquel famoso santuario cismático de Betel cercano a la frontera que había levantado el primer monarca del reino dividido del norte, Jeroboam, 300 años antes, condenando a muerte a sus sacerdotes. Aquel acto de Jeroboam, construyendo un templo alternativo, con dos becerros de oro que flanqueaban su entrada, asemejándolo a Yahvé al dios canaaneo por excelencia, le hizo pasar a la historia como el rey que hizo pecar a Israel (1ª Reyes 13:1-9). Ya comentamos al principio, el interesante oráculo que un profeta anónimo lanzó contra Jeroboam cuando quemaba incienso sobre aquel altar, ahora destruido, advirtiéndole de la futura llegada de un tal Josías que sacrificaría a los sacerdotes sobre aquel abominable altar (1ª Reyes 13:1-2).

Según 2ª Crónicas 34:6, la reforma de Josías se extendió hasta el norte de Galilea. La búsqueda de pureza en la adoración a Yahvé, llevó a Josías a realizar aquello que no consiguió Ezequías: cerrar todos los santuarios dispersos de Yahvé, y centralizar todo el culto a Dios en Jerusalén. De esta forma se tomó una medida curiosa, y es que todos los sacerdotes de santuarios locales de Yahvé fueron llamados a integrarse en el servicio en Jerusalén, y a ocupar su puesto entre el clero del Templo (2ª Reyes 23:8). Esto no debió agradar nada a los sacerdotes en Jerusalén, que tendrían que compartir los servicios y emolumentos. Así pues, parece que los sacerdotes rurales se quedaron donde estaban.

Cuando se terminaron las etapas iniciales de la reforma, se celebró una solemne fiesta de Pascua de acuerdo con las estrictas instrucciones de Deuteronomio en el año 621. En ella se sacrificaron los corderos pascuales para todo el reino en Jerusalén. El carácter y trascendencia de esta Pascua se resalta en 2ª Reyes 23:22:

No había sido hecha tal pascua desde los tiempos en que los jueces gobernaban a Israel, ni en todos los tiempos de los reyes de Israel y de los reyes de Judá”.

Nos podemos imaginar que una reforma tan radical como la que emprendió Josías debió chocar con toda clase de resistencia, y debió ser, por tanto, difícil de realizar. Según Soggin (307) no debe sorprendernos que en torno a esta época e incluso después tengamos noticias de santuarios que no fueron eliminados. Por las excavaciones arqueológicas sabemos que en Arad (Negueb) existía un santuario de la época de Salomón. Hay otros ejemplos, que hacen concluir que la reforma, aunque sostenida por la corte, apoyada sin reservas por los profetas y por la parte religiosamente más madura de la población israelita (aparte del sacerdocio), no encontró el favor de todos. 

LA CUESTIÓN DEL ÉXITO DE LA REFORMA DE JOSÍAS


No se disponen de muchos datos de la vida de Josías entre el fin de sus reformas y su muerte. Lo cierto es que con el ocaso del imperio asirio, nadie le podía discutir su lograda independencia o sus anexiones territoriales. Todo parece indicar que entre sus dominios estuvieran la mayor parte las área históricas de Israel, con las provincias de Samaria, Meguido y posiblemente Galaad. 

Se discute mucho hasta qué punto tuvo éxito la reforma, ya que se sabe que después de la destrucción del Templo de Jerusalén unos años más tarde, hombres continuaron todavía peregrinando a santuarios del norte de Israel (Jeremías 41:5). Por otro lado, la centralización del cultos en Jerusalén fue combatida por muchos, porque los sacerdotes de santuarios yahvistas abolidos no estaban dispuestos a dejar sus territorios e integrarse en el sacerdocio de Jerusalén (2ª Reyes 23:9). Claro, que tampoco el clero de Jerusalén deseaba recibirlos, a no ser que admitieran tener un rango inferior.

La reforma estableció un monopolio sacerdotal en Jerusalén, que tal vez no fuera del todo bueno, como suele pasar con todos los monopolios. Así las cosas, no fue hasta el retorno del exilio que se creó esa clase inferior de clero que podría servir de forma secundaria en Jerusalén:

Y los levitas que se apartaron de mí cuando Israel se alejó de mí, yéndose tras sus ídolos, llevarán su iniquidad. Y servirán en mi santuario como porteros a las puertas de la casa y sirvientes en la casa; ellos matarán el holocausto y la víctima para el pueblo, y estarán ante él para servirle. Por cuanto les sirvieron delante de sus ídolos, y fueron a la casa de Israel por tropezadero de maldad; por tanto, he alzado mi mano y jurado, dice Jehová el Señor, que ellos llevarán su iniquidad. No se acercarán a mí para servirme como sacerdotes, ni se acercarán a ninguna de mis cosas santas, a mis cosas santísimas, sino que llevarán su vergüenza y las abominaciones que hicieron” Ezequiel 44:9-13.

Es de suponer también, que la abolición de los santuarios locales, con la consecuente reducción de ocasiones de celebración del culto con participación del pueblo, traería cierta relajación y secularización de la vida en las regiones más alejadas (Bright, 334), con la consecuente separación de la vida cultica y moral.

Pero sin ninguna duda, lo más grave de la reforma es que tendió a conformarse con medidas externas que no llegaban a cambiar el corazón de piedra de las personas, ni a afectar a su vida espiritual. De hecho, esto es lo peor que podría ocurrir, porque además traía una falso sentido de paz, sin una verdadera vuelta a Dios. Este fue precisamente el énfasis del mensaje de Jeremías, que lamentaba que el incremento de la actividad religiosa, no fuera acompañado por una conversión a los antiguos caminos de Dios (Jeremías 6:16-21), y que el clero siguiera sin denunciar los pecados del pueblo. En realidad, Jeremías llegó a pensar que el orgullo de la nación había aumentado más con la posesión del libro de la Ley, ya que le parecía increíble que él, que hablaba de parte del mismo Yahvé inspirador del libro, no fuera escuchado.

¡Qué paradoja más grande! La Ley que dio una nota de responsabilidad moral y religiosa a la teología nacional, vino a traer un peligrosísimo falso sentido de seguridad contra el que Jeremía luchó en vano. El pueblo lo simplificó todo, pensando que las exigencias de Yahvé ya debían estar satisfechas (Jeremías 6:13), por lo que la nación ya podía estar segura de la protección de Dios, convirtiendo la teología de Dios en una vergonzosa caricatura de sí misma: Protección automática a cambio de cumplimiento externo. Punto. Este problema teológico haría que la tragedia fuera inevitable.

SOFONÍAS, JEREMÍAS Y LA NECESIDAD DE UN NUEVO PACTO


Entre los profetas que le apoyaron con entusiasmo tenemos a Sofonías, que además parece ser que era primo suyo, si es que en realidad pertenecía a la casa real (Sofonías 1:1). El ministerio de Sofonías debería fecharse un poco antes de la reforma de Josías, ya que algunas de ellas las profetiza Sofonías en su libro. Denunció los pecados tanto culticos como éticos de la política de Manasés, advirtiendo que había despertado la cólera divina. Anunció que el terrible día de Yahvé era inminente y que a la nación solo le quedaba una salida: el arrepentimiento (2:1-3), y que Yahvé ofrecía una última oportunidad (3:6 y ss.). Pero al igual que Isaías, Sofonías creyó que el Señor se proponía sacar del juicio a un remanente castigado y purificado (3:9-13).

El otro profeta, de más calado todavía, es Jeremías. Su ministerio empezó por el tiempo de la amenaza escita, unos cinco años antes de la reforma. Jeremías pertenecía a la familia sacerdotal de Anatot (de la tribu de Benjamín) y Según F. F. Bruce (101) probablemente descendía de aquel sacerdote Abiatar, que fue exiliado por Salomón al unirse a la causa del otro hijo de David, Adonías. De cualquier forma, Jeremías aprobó completamente las reformas de Josías, ya que conocía demasiado bien las tendencias idolátricas de todos aquellos supuestos santuarios de Yahvé y de los dioses canaanitas de la fecundidad. Jeremías se mantuvo dentro de una antigua tradición profética que se remontaba hasta Oseas, hasta la misma alianza mosaica.

En los oráculos de la primera parte de su ministerio, no para de denunciar los abusos que fueron luego abolidos por Josías: La cantidad inmensa de dioses falsos adorados con incienso por todas las ciudades de Judá, la gran cantidad de postes de Asera y pilares de culto, los altares idolátricos y el insoportable culto a Moloc en el valle de los hijos de Hinom.

Obviamente, cuando Jeremías vio que el rey abolía estos abusos, le apoyó incondicionalmente, pero como ya hemos dicho, Jeremías tenía la profunda convicción de que la reforma era insuficiente para desarraigar la extendida metástasis de la nación, y que no podría penetrar a la profundidad necesaria. En realidad estaba seguro de que no afectaba a la conciencia de las personas.

No es que Jeremías no apreciara la sinceridad y honestidad del trabajo de Josías, pero sabía que había muchos que las aceptaban simple y llanamente porque lo mandaba el rey, y además un rey que daba ejemplo, pero en su fuero interno les dolía romper con las formas de culto recibidas de sus inmediatos antecesores.

Entonces, ¿dónde estaba el problema? Josías había extirpado todos los cultos idolátricos, y había comprometido al pueblo con Yahvé en ceremonia solemne. ¡Cuánto nos cuesta entenderlo! En realidad, el pacto establecido por Josías en el que había comprometido a todo el pueblo, adolecía del mismo problema que el original de Moisés. No tenía poder para cambiar la naturaleza del corazón del pueblo, y el pacto se guardaría con una eficacia similar al primero. Hacía falta algo más, una alianza diferente que hiciera entrar al pueblo en una relación con Dios a otra dimensión, que Jeremías previó y plasmó en su célebre texto de Jeremías 31:31-34:

He aquí que vienen días, dice Jehová, en los cuales haré nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá. No como el pacto que hice con sus padres el día que tomé su mano para sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos invalidaron mi pacto, aunque fui yo un marido para ellos, dice Jehová. Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo.  Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce a Jehová; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice Jehová; porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado”. 

Habían pasado más de 600 años desde el primer pacto en los días de Moisés. Y ahora, habrían de pasar más de 700 antes que este nuevo pacto predicho por Jeremías fuese inaugurado por Jesús de Nazaret. Pero en aquellos tiempos de emoción generalizada por la independencia, nadie quería saber nada de catástrofe nacional, ni la claridad con la que Jeremías apuntó a ese rayo de esperanza que iluminaba el futuro. Porque en lo referente al futuro inmediato, a pesar de las mejores intenciones de Josías, este era tenebroso. 

Los lamentables efectos de los reinados anteriores, y la realidad de que el pecado evoluciona. Esto es algo que solemos ignorar, pero la vida está en continuo movimiento y el mal, si no se frena a tiempo, también evoluciona. Seis millones de judíos fueron exterminados en la II Guerra mundial por un pensamiento maligno en la mente de un hombre, producido por la teoría de “la puñalada por la espalda”. Esa semilla evolucionó y terminó convirtiéndose en un gran proyecto, con funcionarios que hacían su trabajo a la perfección, trenes que llegaban en punto, científicos brillantes que descubrieron un gas que al contacto con el aire, desprendía cianuro. El mal está en movimiento, y siempre crece. El rey David es un claro ejemplo de esto: El adulterio le llevó al asesinato y la traición, y lo increíble es que cuando fue abordado por el profeta Natán, ni siquiera lo recordaba ya.

Mientras Josías vivió podemos decir que mantuvo la pureza religiosa de forma drástica, pero el retroceso que sobrevino después de su muerte mostró bien a las claras la precisión quirúrgica de la grave enfermedad predicha por Jeremías.

LA MUERTE DE JOSÍAS Y EL PRINCIPIO DEL FIN


Para comprender las circunstancias de la muerte de Josías, hay que entender los últimos estertores del imperio Asirio, ya que este tardó en caer a manos de medos y babilonios. Lo cierto es que el ocaso de Asiria no proporcionó paz ni a Judá ni a los demás pueblo de Palestina y Siria. La razón es que venciera quien venciera (Asiria o Babilonia), los pequeños siempre perderían. 

Una de las razones por la que Asiria tardó en caer, fue porque recibió el apoyo de Egipto. Las razones parecen claras, ya que los egipcios no veían con buenos ojos la creación de otro poderoso estado, sucesor de los asirios, y preferían una Asiria debilitada que no pusiera pegas a sus ansias expansionistas sobre las provincias sirias y judías. Los hechos se desarrollaron aproximadamente de la siguiente forma (para una información más detallada ver la entrada anterior del blog): 
Tableta BM 25127, que menciona a Nabopolasar
en el trono de Babilonia.
Tras la muerte del último gran rey asirio, Assurbanipal, se desata una guerra de sucesión entre sus hijos, de la que sale vencedor el menor, Sin-shar-ishkun, que después tiene que derrotar a un general de su hermano para hacerse finalmente con el poder.

Debilitado por esta lucha de sucesión, se hace con el control de Babilonia Nabopolasar, fundador de un nuevo imperio, el caldeo o neo-babilónico. Nabopolasar consigue derrotar a los asirios de Sin-sha-ishkun en la batalla de Uruk (626), y en los años siguientes se suceden una serie de batallas en las que Nabopolasar sale victorioso. Pero una cosa es vencer en batallas y arrebatar importantes plazas a los asirios, y otra derrotarles en su propio territorio.

Es por esta razón, que Nabopolasar establece una alianza con los Medos, sellado por la boda de la princesa meda Amitis con el príncipe heredero babilónico Nabucodonosor. Es así, como medos y babilonios marchan juntos para atacar el corazón de Asiria. Sitian la mítica ciudad de Assur, antigua capital del imperio, y la terminan tomando al asalto. La ciudad es completamente destruida, lo que supone un golpe durísimo para los asirios.

En el año decimocuarto de su reinado (612-611), Nabopolasar decide que ya es tiempo de dar el golpe definitivo a los asirios. Haciendo honor a los pactos firmados, los ejércitos reunidos de Babilonia y Media, marchan directamente contra Nínive. Durante tres meses someten a un feroz asedio a la capital asiria, tomándola finalmente por asalto, y efectuando gran matanza que acaba incluso con la vida del propio Sin-shar-ishkun, el rey asirio. La ciudad es completamente saqueada, llevándose gran botín, para luego ser arrasada hasta los cimientos.

Todo parece acabado para Asiria, cuando en septiembre de 612 asciende al trono de Harrán (importante ciudad asiria de la parte occidental del imperio), Assur-uballit II, que se autoproclama heredero y continuador del trono de Asiria.

En el año 610-609 a.C., los egipcios deciden marchar en apoyo de Asiria, para contactar con el ejército de Assur-uballit, en Harrán. Gobernaba el país del Nilo un nuevo faraón, Necao II, que además comanda personalmente la expedición. Todo parece indicar que además de brindar apoyo al rey asirio, su verdadera intención es anexionarse Palestina.

En esta marcha de apoyo a Asiria es donde le sale al encuentro Josías con su pequeño ejército, para intentar detenerle en el paso de Meguido y evitar su auxilio a Assur-uballit. En esta batalla, Josías es mortalmente herido. No se sabe por qué Josías arriesgó su vida y su sueño de un Israel independiente en una batalla que parecía inútil contra un ejército egipcio al que nunca podría derrotar.

Se ha especulado si Josías podía haber sido un aliado formal de los babilonios, como en otra ocasión lo fue su antepasado Ezequías, o si simplemente defendía la soberanía de su propio territorio. Pero la verdad es que Josías no deseaba, bajo ningún concepto, una victoria egipcio-asiria, cuyo resultado hubiera colocado a Judá a merced de las ambiciones de Necao. De cualquier forma, la mayor parte de los eruditos consideran que fue una acción suicida.

El encuentro entre ambos ejércitos tuvo lugar junto a Meguido, pero no tenemos datos del desarrollo de la contienda. La única narración de la que disponemos es 2ª Crónicas 35:20-25, en la que Necao envió una embajada a Josías en la que le invitaba a someterse y a permitirle el paso hacia el norte. Josías se negó a escuchar sus protestas y prefirió la batalla. Herido de muerte por arqueros egipcios, falleció poco después en Jerusalén, donde había sido trasladado:

Necao rey de Egipto subió para hacer guerra en Carquemis junto al Eufrates; y salió Josías contra él. Y Necao le envió mensajeros, diciendo: ¿Qué tengo yo contigo, rey de Judá? Yo no vengo contra ti hoy, sino contra la casa que me hace guerra; y Dios me ha dicho que me apresure. Deja de oponerte a Dios, quien está conmigo, no sea que él te destruya. Mas Josías no se retiró, sino que se disfrazó para darle batalla, y no atendió a las palabras de Necao, que eran de boca de Dios; y vino a darle batalla en el campo de Meguido. Y los flecheros tiraron contra el rey Josías. Entonces dijo el rey a sus siervos: Quitadme de aquí, porque estoy gravemente herido. Entonces sus siervos lo sacaron de aquel carro, y lo pusieron en un segundo carro que tenía, y lo llevaron a Jerusalén, donde murió; y lo sepultaron en los sepulcros de sus padres. Y todo Judá y Jerusalén hicieron duelo por Josías. Y Jeremías endechó en memoria de Josías. Todos los cantores y cantoras recitan esas lamentaciones sobre Josías hasta hoy; y las tomaron por norma para endechar en Israel, las cuales están escritas en el libro de Lamentos” 2ª Crónicas 35:20-25.

Hay una extraña similitud entre la muerte de Josías y la de Acab, precisamente porque este último era un rey de muy distinta clase que el primero. No se trata solamente de que ambos fueran heridos por arqueros enemigos, sino porque tanto uno como otro se disfrazaron en el campo de batalla. Según F.F. Bruce (106) probablemente lo hicieron por el mismo motivo, y es porque hay fundamento de que esta expedición para cerrarle el paso a Necao en Meguido contaba con la oposición del partido de los profetas.

Sea como fuere, Necao prosiguió su camino hacia el Eúfrates para apoyar a asiria en su asalto a Harrán, pero fracasó miserablemente, tal vez por el retraso inducido por el propio Josías. Egipto tuvo que aceptar el dominio de Babilonia en Mesopotamia, y Necao se esforzó por consolidar su posición al oeste del río, y reagrupó su ejército en Carquemis, una ciudad que custodiaba el principal paso sobre el río, a 90 Km. al nordeste de Alepo. En su camino de regreso a Egipto, el faraón Necao se declara a sí mismo Señor sobre Siria y Palestina. Judá volvía a ser vasallo, esta vez de los egipcios.

LA SUCESIÓN Y EL FIN DE LA INDEPENDENCIA


En Jerusalén, tras la muerte de Josías, se eligió inmediatamente un sucesor, y el pueblo tenía razones de peso, como después se verá, para no elegir a Eliaquim, el mayor de sus hijos. Así que colocaron la corona sobre la cabeza del menor, Salum, que escogió el nombre de Joacaz para reinar. Pero a los tres meses de su reinado fue llamado por el faraón Necao a sus cuarteles generales en Riblá (Siria central), para desposeerle de su título de rey y deportarle a Egipto, tal como detalla 2ª Reyes 23: 31-35. Así fue como Joacaz fue llevado encadenado  a Egipto, y Necao escogió precisamente al denostado hermano mayor como afrenta para los judíos en el trono. Así fue como Eliaquim subió al trono de Judá con el nombre de Joacim.

Jeremías, que tanto había llorado la desgracia de Josías, ahora entendía que había sido afortunado en su muerte, en comparación con la desgracia de su sucesor Joacaz, condenado a languidecer por el resto de sus días en la cautividad egipcia:

No lloréis al muerto, ni de él os condoláis; llorad amargamente por el que se va, porque no volverá jamás, ni verá la tierra donde nació” Jeremías 22:10.

Joacim enseguida demostró a sus súbditos el tipo de monarca que Necao les había impuesto: un hombre impío, tirano y agresor. En las antípodas de su padre Josías. No satisfecho con el inmenso y aplastante tributo que Necao había impuesto a su pueblo, Joacim se hizo construir un espléndido palacio a base de mano de obra forzada:

!!Ay del que edifica su casa sin justicia, y sus salas sin equidad, sirviéndose de su prójimo de balde, y no dándole el salario de su trabajo! Que dice: Edificaré para mí casa espaciosa, y salas airosas; y le abre ventanas, y la cubre de cedro, y la pinta de bermellón. 5 ¿Reinarás, porque te rodeas de cedro? ¿No comió y bebió tu padre, e hizo juicio y justicia, y entonces le fue bien?  El juzgó la causa del afligido y del menesteroso, y entonces estuvo bien. ¿No es esto conocerme a mí? dice Jehová. Mas tus ojos y tu corazón no son sino para tu avaricia, y para derramar sangre inocente, y para opresión y para hacer agravio” Jeremías 22:13-17.

El faraón Necao pudo mantener su control sobre Siria y Palestina apenas 4 años, del 609 al 605. Porque en el año 605, Nabucodonosor cayó sobre los ejércitos egipcios en Carquemis hacia finales de la primavera del 605, destrozándolos por completo.

Llegaba un nuevo poder sobre Mesopotamia, y no pintaba bien para Judá. Todo se había precipitado para mal, pero no debemos olvidar que la huella del gran Josías no desapareció, y hubo muchos que mantuvieron las normas de justicia y rectitud dadas por Josías. Él demostró que es posible la victoria a pesar de circunstancias que parecían insuperables, a pesar de de tener la peor herencia familiar posible (Manasés y Amón), a pesar de la miserable condición espiritual de su país. Josías no permitió que nada de esto le detuviera. Dedicó su corazón al Señor, y ganó a muchos para Dios. Reparó el Templo de Dios, y el descubrimiento del libro de la Ley produjo una nueva alianza con el Dios de sus antepasados que marcó a fuego el corazón de gran cantidad de judíos piadosos.

Muchos de esos judíos piadosos nacieron bajo la renovación del pacto impulsada por Josías, como el profeta Ezequiel, tan fundamental para guiar al pueblo en el exilio, o Daniel, Ananías, Misael y Azarías. Todos ellos resultaron ser aquel remanente santo que volvería a Sion para continuar la obra del Dios soberano.



Bibliografía


- La Historia de Israel. John Bright. Editorial DESCLÉE DE BROUNER.
- Arqueología Bíblica. G. Ernest Wright. Ediciones cristiandad. 
- La monarquia hebrea, Volumen 2.Vicente Bacallar y Sanna San Felipe. Ulan Press
- Comentario Bíblico Histórico. Edersheim, Alfred. Editorial CLIE
- Nueva Historia de Israel. J.Alberto Soggin. Editorial DESCLÉE DE BROUWER
- Israel y la Naciones. F.F. Bruce. Editorial Portavoz Evangélico.
- Diccionario Bíblico Arqueológico. Charles F. Pfeiffer. Editorial Mundo Hispano.
- Nuevo Manual Bíblico Unger. Merrill F. Unger. Editorial Portavoz Evangélico.
- Josefo: Los Escritos Esenciales. Paul L. Maier. Editorial Portavoz Evangélico
- Panorama del Antiguo Testamento. Lasor, Hubbard, Bush. Libros Desafío 
- Compendio de Historia Sagrada. Varios. Editorial Progreso. 
- Más allá de la Biblia. Mario Liverani. Editorial Crítica.
- Jeremías. R. K. Harrison. Comentarios Didaqué.
- Y la Biblia tenía razón. Werner Keller. Omega